Últimamente expongo algunos detalles sobre mi vida personal que, dice mi santa esposa, desdicen del tono habitual del blog y además a nadie importan. Como no podía ser de otra forma, tiene razón mi señora doña Arancha, de los Piedrafita de toda la vida de Zaragoza. Las breves líneas de hoy pretenden relatar la curiosa historia del pulpo heraldista, pero ladrón.
Como consecuencia de lo exiguo del sueldo con el que malvivimos, solamente nos podemos permitir acudir en verano a residencias militares, nada comparable a hoteles de lujo. Al contrario, más bien espartanas. Pero limpias y dignas.
Por tercer año consecutivo disfrutamos el verano pasado, los primeros quince días de Julio, de la residencia que mi ejército, el del aire, mantiene aún en El Prat, en el principado de Cataluña. Allí coincidimos con un matrimonio, amigo desde nuestro común destino en Canarias, hace ya más de una década, cuyos hijos son de edades y educación similares a los nuestros. Los Prados, cuyas armas son éstas:
El verano pasado el pulpo Paul adquirió razonable notoriedad. Recordará, improbable lector, que fue capaz de augurar, sin fallo alguno, el equipo vencedor en cada una de las confrontaciones del campeonato mundial de fútbol en que se alzó con el triunfo España. Victoria, por cieto, que en la residencia de El Prat se celebró como corresponde: con copas y baile hasta la madrugada.
Uno de esos días de residencia del pasado verano, estando en la arena de la playa con los Prados, mi compañero de armas, don Francisco Prados Parra, logró pescar un pulpo vivo. Pulpo que entregó a los niños para que jugaran.
El cefalópodo fue bautizado, como era de esperar, con el nombre de Paul, como su famoso congénere. Rápidamente se excavó, con la ayuda de todos, un gran agujero en la arena que se llenó de agua para alojarlo durante un rato, sirviendo de distracción infantil durante toda la mañana.
Llegada la hora de abandonar la playa los padres decidimos devolver al mar a Paul, con la firme oposición de los niños que pretendían adoptarlo. Instantes antes de introducirlo de nuevo en el agua, el pulpo, que debía de ser un gran aficionado a la heráldica, arrebató de mi mano el anillo con mis armas que mi señora doña Arancha me había regalado hacía ya tres años, al cumplir los primeros diez de matrimonio y del que en alguna ocasión se expuso una imagen:
Y el pulpo se fue al agua con mi anillo, y mi anillo desapareció. Por más que animamos a los niños a rastrear el fondo, la búsqueda resultó infructuosa. Reflexionando mientras tecleo, considero que el asunto es solo perdonable al considerar su gran afición a la heráldica ¿tendrán tentáculo meñique los pulpos para poder llevar el anillo?
Pero como mi mujer es efectivamente una santa, me ha vuelto a sorprender con la réplica del anillo robado, que ha encargado en secreto en la joyería del pueblo, donde se habrán preguntado si es que pensaba llevar uno en cada mano, y cuyas fotografías concluyen esta aburrida entrada.