sábado, 18 de diciembre de 2010

DOCUMENTO RECIBIDO

LA CABEZA DE ENRIQUE IV DE FRANCIA

Por José Luis Sampedro Escolar

El pasado jueves 16 de diciembre se celebró en la sala de conferencias del Grand Palais de París un acto, presidido por S.A.R. el Príncipe Luis Alfonso de Borbón, Duque de Anjou y Jefe de la Casa Real de Francia, en el que se anunció a los medios informativos mundiales el reconocimiento científico de la cabeza del Rey Enrique IV de Francia. Al acto asistieron, con el natural interés, numerosos directores de Museos nacionales galos, académicos del Instituto de Francia y miembros de la Société Henri IV.
Enrique IV, descendiente agnado de los Capeto y primer rey de Francia de la dinastía de Borbón, fue asesinado en 1610, regicidio cuyo IV centenario se ha conmemorado con gran solemnidad y relieve en toda Francia, contando con la presencia de Monseñor el Duque de Anjou varias de las manifestaciones que han tenido lugar con este motivo a lo largo del año que ahora finaliza
El Príncipe Luis Alfonso anunció en el transcurso de ese acto que tratará con el Gobierno de Francia la forma más digna de devolver esta reliquia dinástica de los Borbón a la basílica parisina de Saint Denis, sede de donde fue robada sacrílegamente durante la Revolución. Es de recordar que ya hace seis años, en 2004, el Duque de Anjou presidió, junto al Archiduque Karl, Jefe de la Casa Imperial de Austria, la representación familiar que asistió a la ceremonia de depositar en la mencionada basílica el corazón del efímero y desgraciado Rey Luis XVII de Francia, víscera que había seguido unos avatares parecidos a los de la cabeza de Enrique IV y que fue igualmente cotejada y verificada tras los análisis científicos pertinentes.
La verdad es que el respeto por “toda” la memoria histórica de su Patria manifestado por el Gobierno francés debería servir de modelo a este lado de los Pirineos. Por poner sólo un ejemplo, Nicolás Sarkozy tomó formalmente posesión en Roma, en su condición de sucesor de los Reyes de Francia como Presidente de la nación, de la dignidad de canónigo de honor de la Basílica de San Juan de Letrán, conferida por la Santa Sede precisamente a Enrique IV, en 1593.
El último número del British Medical Journal asegura que la cabeza se encuentra en buen estado de conservación, manteniendo cabellos incluso de la barba. Como extraña curiosidad necrológica cabe recordar que esta parte del cadáver del monarca fue objeto de una subasta que tuvo lugar en el Hotel Drouot en 1919, pagándose por ella la exigua cantidad de tres francos, dado que nadie creía en su autenticidad. El estudio que ahora nos ocupa ha sido realizado por el Doctor Philippe Charlier, médico forense de Garches, conocido como El Indiana Jones de los Cementerios, el cual, hace ya años, demostró que Agnes Sorel, amante de Carlos VI de Francia, falleció victima de envenenamiento por mercurio, y que ciertos restos custodiados en el castillo de Chinon no podían ser de Juana de Arco, como afirmaba la tradición.

viernes, 17 de diciembre de 2010

AUMENTOS DE HONOR, II

Tal como se expuso en la anterior entrada de idéntico título, ya durante la etapa clásica de la heráldica era común recibir premio o castigo sobre las propias armerías, al igual que ocurre hoy en día. Es decir el escudo, como manifestación de la propia identidad, es susceptible de recibir honores y mancillas.
Aunque en buena medida olvidado, sin duda es interesante el estudio de las diferentes piezas que los soberanos han añadido sobre las armas de aquellos súbditos que se han hecho merecedores de recompensa.
Esa adición de piezas sobre las armerías de un caballero se conoce en nuestra ciencia heroica con el nombre de aumento de honor. Término del que en una sola ocasión se ha expuesto algún detalle en este tedioso blog, y de forma tangente, en una cercana entrada. Esas piezas de honor se han concedido habitualmente en forma de franco cuartel,
de jefe diferenciado,
de escusón
 o de mueble añadido a las armas originales.
Quizá el más antiguo aumento de honor del que se tiene noticia sea el otorgado a don Martín Alhaja, precisamente por el rey de Castilla que por primera vez dispuso un castillo sobre su escudo, Alfonso VIII.
Como recordará, improbable lector, cuando se trató el monumento que conmemora la batalla de las Navas de Tolosa, cuatro reyes peninsulares acudieron al campo del honor en 1212. Soberanos que fueron auxiliados por un pastor, lugareño de aquellas tierras, que reveló a los ejércitos cristianos el camino que permitió presentar batalla a la morisma en ventajosa posición. El comienzo de ese camino se marcaba por el cráneo de una vaca.
El rey castellano, concluida la batalla, recompensó al pastor, que atendía por el nombre de Martín Alhaja, disponiendo que añadiera a sus armas bordura de azur, cargada con seis cabezas de vaca de gules.
Un afamado aumento de honor es el relativo a los legendarios jirones de la casa de Girón. Legendarios necesariamente pues el relato que sigue acontece en etapa preheráldica y, es intuitivo pero factible, los jirones de las armas de los Girón son parlantes del propio linaje.
La leyenda es efectivamente de todos conocida: Discurría el año 1086 cuando Alfonso VI, durante la batalla de Sagrajas, se vio en gran aprieto, rodeado de sarracenos. Acudiendo en defensa de su rey y señor, el caballero don Rodrigo Téllez arrancó la capa del monarca vistiéndola sobre sus propios hombros, distrayendo de esa forma la atención de los enemigos de la verdadera fe y alcanzando a salvar la vida del monarca.
Gran guerrero, don Rodrigo consiguió escapar a espadazos del cerco moro, quedando la capa real hecha girones. La leyenda concluye con el premio recibido sobre el propio linaje, pasando a ser denominado Tellez-Girón, y recibiendo el aumento de honor de disponer tres jirones de gules sobre campo de oro, quedando el ajedrezado de oro y gules de las armas originales marginado a la bordura.
Otro ejemplo que ya conoce, improbable lector, es el relativo a las armas del almirante don Cristóbal Colón, cabeza de todo un linaje de rancio abolengo, representado hoy por el propio XX duque de Veragua. En la imagen que sigue con traje civil, acompañado por el III marqués de la Floresta con uniforme de marino:
Tras el éxito del temerario viaje a través del inmenso océano, la reina de Castilla doña Isabel I concedió a Colón armas nuevas, islas y anclas, parlantes de su excelsa hazaña, desplazando su anterior heráldica a un entado en punta.
Recibió además, sobre sus nuevas armas, el aumento de honor de ser cortadas con la propia heráldica real: Castilla, partido de León, resultando lo que sigue:
Aumento de honor, en jefe, que también disponen los Girones de las más esclarecidas familias nobles de estos reinos que hoy son España, sobre el previo gironado descrito más arriba.
Un último y conocido caso, que manifiesta la costumbre de nuestros reyes españoles de conceder aumentos de honor por medio de un jefe de sus propias armas dinásticas, es el del teniente general don Sabino Fernández Campo.
Su escudo, sancionado por el propio monarca felizmente reinante don Juan Carlos I, añadió a la cruz de la victoria de oro, sobre campo de gules, el aumento de honor de un jefe cosido de azur, con tres lises de oro, distintivo heráldico de la dinastía de Francia, aquí llamada Borbón, como evidente premio a los desvelos del general en favor de España.

jueves, 16 de diciembre de 2010

APORTACIÓN SOBRE EL PALIO

EL PALIO PROCESIONAL

Por
José Luis Sampedro Escolar
Numerario de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía

El término palio tiene diferentes acepciones en los diccionarios. En la antigua Grecia, era un manto con el que cubrían el resto de sus vestiduras hombres y mujeres, que se sujetaba en el pecho con una hebilla o un broche. En la liturgia católica, es la insignia pontifical que da el Papa a los Arzobispos y a algunos Obispos, y que consiste en una especie de faja de color blanco con cruces negras y que pende desde los hombros sobre el pecho y puede llegar hasta la altura de las rodillas.


Esta prenda, desde la entronización como Sumo Pontífice de Juan Pablo I, ha pasado a ser el emblema personal de la dignidad del Santo Padre, una vez que en la Corte Vaticana se ha prescindido del uso personal de la triple tiara representativa de la suma de poderes temporal y espiritual, uso que sólo pervive en las representaciones heráldicas.

Mas hoy queremos hablar del palio procesional, que es un elemento litúrgico de origen bizantino, y que recibe su nombre, por extensión, del manto heleno antes mencionado, puesto que es una especie de dosel, generalmente de seda suntuosamente bordada, colocado sobre cuatro o más varas; en teoría, lo apropiado es que estas varas sean doce, representativas de los Apóstoles, y el portarlas se considera un privilegio reservado en ciertas solemnidades a personajes de gran relieve religioso, civil o militar.
Se utiliza en las procesiones cubriendo al sacerdote que porta el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, normalmente en custodia u otro tipo de ostensorio, y también era frecuente su utilización acogiendo a Papas y Reyes.
La altura del palio, a veces realzada por la incorporación de penachos con plumas de vistosa policromía en los ángulos de las esquinas,
permitía que las multitudes se percatasen con tiempo suficiente de que el Santísimo, o el personaje recibido bajo ese dosel ambulante, se acercaba al punto donde se encontraban los espectadores, además de conferir extraordinaria solemnidad a los desfiles procesionales, pues su paso ha de resultar forzosamente lento.

Los Reyes católicos de España utilizaron habitualmente el palio desde los tiempos visigodos hasta 1931, y podemos recordar aquí las pinturas que representan al Emperador Carlos V cabalgando junto al Papa en Bolonia en el cortejo de la Coronación del César, el 24 de febrero de 1530,
pero esta utilización del palio procesional no era privativa de los soberanos españoles, que compartían tal costumbre con los Reyes Cristianísimos de Francia y los monarcas ingleses. Los Emperadores de Austria asistían con pompa indescriptible a la procesión del Corpus Christi en Viena, como atestiguan las añosas fotografías del reinado de Francisco José I y los ortodoxos Emperadores de Todas las Rusias, cabeza de su Iglesia nacional y herederos del ceremonial bizantino religioso y civil, desfilaban bajo palio al coronarse en el Kremlin moscovita, como lo hizo Nicolás II, por última vez, en 1896.
Resulta ya tópico hablar del frecuente uso que hizo de este instrumento el anterior Jefe del Estado en el periodo en el que ostentó esta magistratura, entre 1938 y 1975, máxime habiéndose restaurado el Reino español con la promulgación de la Ley de Sucesión en 1947, este uso se convirtió en una forma más de subrayar que ocupaba el puesto protocolario correspondiente a los antiguos Reyes de España.
El palio, significa la protección de la Iglesia a la persona, imagen, objeto o figura que se cobija bajo él; por ello, es lógico que, desde la promulgación de la Constitución española de 1978, que sanciona la aconfesionalidad del Estado, su utilización haya caído en desuso por parte de nuestros Reyes. En el reino de España hoy sólo se ven palios, con carácter bastante excepcional, cubriendo la Custodia Eucarística en algunas celebraciones, sobre todo en la festividad del Corpus
y, a veces, amparando a los prelados, como ocurre cuando un nuevo Obispo efectúa su entrada oficial en la localidad sede de su diócesis.
Esta ausencia del palio en los tiempos modernos no debe extrañarnos pues incluso en el Vaticano ha sido desterrado en los dos últimos pontificados, junto a la silla gestatoria a la que tradicionalmente prestó su abrigo durante siglos.
Pese a todo lo dicho, es precisamente en nuestra patria donde el palio conserva una vigencia inusitadamente espléndida. Resulta innecesario gastar palabras para recordar la magnificencia de los palios que cobijan las imágenes marianas en los pasos de la Semana Santa española.
La tradición asegura que se trata de evitar a la Virgen la posibilidad de percatarse del sufrimiento de su Hijo Redentor, cegándola con el resplandor de un mar de cirios, la belleza de los adornos florales y el aroma del incienso
y, también, la brillantez de las joyas con que la adornan, de los bordados de oro de los mantos y del palio, cuyos varales, frecuentemente de plata repujada, se convierten en muchas ocasiones en auténticas joyas que parecen bailar rítmicamente al son de las marchas procesionales y de las saetas.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

AUMENTOS DE HONOR, I

La inconclusa Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, del nóbel norteamericano Steinbeck, fue publicada hace muchos años en España por Edhasa, sin duda la mejor editorial, y más prolija, sobre novela histórica en castellano. El libro cuenta con un apéndice en forma de correspondencia del autor con su editor y otros diferentes personajes, revelando detalles sobre el desarrollo de la redacción de la novela. Las últimas cartas, en las que describe su incapacidad para continuar, y prácticamente concluir la trama, resultan esclarecedoras.
A pesar del propio hilo argumental de la obra, basado en la sucesión de relatos que se inician y concluyen en sí mismos, desentrañando las aventuras de los caballeros de la corte de Arturo de Bretaña, un capítulo determinado es el centro de la narración: Gawain, Ewain y Marhalt.
La trama del mismo es simple pero extensa: Los tres caballeros, que recorren camino en busca de aventuras, coinciden en una encrucijada con tres distinguidas damas. Damas que deciden dividir su propio grupo, acompañando cada una a un caballero a desfacer entuertos por esos mundos de Dios, acordando encontrarse en el mismo lugar un año después.
Al comienzo del capítulo se relata una escena que enlaza, en sentido contrario, con el aspecto heráldico que en entradas sucesivas se desea abordar: en un claro del extenso bosque cinco damas, entre llantos y sollozos que muestran una rabia incontenida, arrojan barro que cogen del suelo sobre un escudo, de plata pleno, que cuelga de las ramas de un árbol. El escudo pertenece a un caballero que lo ha abandonado al ir a dar de beber a su montura.
Las damas, al lanzar barro sobre el escudo, pretenden de alguna forma vengar su honor que el caballero ha mancillado.
Esta forma de actuar de las damas pone de manifiesto que durante la etapa clásica de la heráldica, toda vez que la novela de Steinbeck es adaptación del relato de sir Thomas Malory del siglo XV, se podía recibir tanto afrenta como honor en el propio escudo.
Es decir, esa actitud revela que las armerías eran de alguna forma sustento de la propia identidad del caballero, pudiendo en consecuencia recibirse premio o castigo sobre el propio escudo.

martes, 14 de diciembre de 2010

BAJO PALIO

Nuestra especie, al menos en los llamados países desarrollados, ha sido capaz de dominar en buena medida la naturaleza circundante: Hemos exterminado las fieras que ponían en peligro nuestra vida, o las hemos circunscrito a una existencia testimonial en los llamados zoológicos;
se ha creado una vivienda que permite tanto el acceso al agua corriente, por muy lejano que se encuentre el embalse, como el uso de electricidad, que asegura el funcionamiento de sofisticados tecnodomésticos;
se ha avanzado en la investigación encaminada al alargamiento de la vida; se han llegado a enviar expediciones al satélite de nuestro planeta y naves no tripuladas a otros mundos cercanos… pero no hemos conseguido dominar el clima.
De las inclemencias del tiempo nos es posible refugiarnos, pero no somos capaces de evitar que se produzcan. Algo tan simple y tan cotidiano como la lluvia aún hoy, con toda la tecnología de que dispone, el hombre no es capaz de provocarla a voluntad o de evitar su aparición.
Para defendernos de la lluvia a la intemperie y de otras inclemencias se ha recurrido, dicen que desde antiguo, a un utensilio individual que denominamos paraguas, pero existe otro instrumento fabricado para el mismo fin, hoy en desuso a pesar de su antigüedad, que se denomina palio.
El palio, como ya sabe improbable lector, es un toldo que, sostenido por varales, sirve para resguardar de las inclemencias del tiempo. Es tradición eclesiástica utilizar el palio para proteger a sus autoridades.
Del mismo modo, el palio es utilizado para resguardar las imágenes sagradas y el santísimo sacramento.
Nuestra Iglesia, sabiamente amiga de los poderosos, ha sabido extender el uso del palio a las autoridades no eclesiásticas. Así, desde antiguo, los soberanos de cualquier territorio de la cristiandad se han visto obsequiados con el uso del palio al entrar en el ámbito eclesiástico, en sagrado.
Aquellos que han querido ver en el uso del palio una especial predilección por parte de la Iglesia hacia el generalísimo, anterior jefe del Estado, se equivocan o desconocen la historia culpablemente.
Es de todos conocido el cuadro que recoge la coronación como emperador del rey don Carlos I de España.
En el mismo, se puede observar al obispo de Roma, el papa, cabalgando junto al rey de España, cubiertos ambos por el palio eclesiástico.
De la misma forma, todos los soberanos de España, al acudir institucionalmente a cualquier recinto sagrado de cierta entidad, han sido recibidos, y han hecho su entrada en sagrado, cubiertos bajo palio.

La instantánea que sigue recoge un momento del capítulo bienal de la orden militar de san Hermegildo. El rey de España, don Juan Carlos I, recorre el recinto sagrado de la basílica de El Escorial bajo un palio eclesiástico sostenido por generales, almirantes y coroneles. El uso del palio resguarda al monarca, obsequia su persona y reconoce su autoridad.
En las instantáneas que se proponen a continuación de estas líneas se observa la reciente entrada en sagrado de monseñor Salvatore Cordileone, ordinario de la norteamericana Oakland:

Para concluir, se expone la siguiente fotografía, tomada del mismo modo en Norteamérica, donde se observa un palio que cubre a un obispo revestido con los ornamentos necesarios para portar el santísimo sacramento en procesión.
Para concluir, y de alguna forma justificar esta entrada en un blog de heráldica, deseo llamar su atención, improbable lector, sobre los estandartes que acompañan la comitiva de la imagen anterior, que muestran sin rubor las armas del ordinario y auxiliares del lugar.