sábado, 22 de enero de 2011

SÁBADO: IMÁGENES

Como no podía ser de otra forma, las III Jornadas de heráldica y vexilología municipal, organizadas por don Ernesto Fernández-Xesta, resultaron un éxito. Más de cien eruditos de nuestras ciencias heroicas acudieron a exponer sus trabajos.
A pesar de recibir formal invitación para participar en tan insigne acto, determinadas tareas laborales me impidieron acudir como fue originalmente mi propósito. De entre las muchas y excelentes ideas que se dictaron en las Jornadas hoy se desea llamar su atención, improbable lector, sobre una de ellas.

Algunos de los más ínclitos exponentes de nuestros estudios, como los maestros don Faustino Menéndez-Pidal y don Eduardo Pardo de Guevara, manifestaron la convicción de que la heráldica debe ser considerada solamente como una ciencia auxiliar de la historia, en tanto que carece de vida. Falleció, explicaron, hace siglos.
Desde el atrevimiento que concede la ignorancia, el redactor de estas líneas se atreve a considerar lo contrario: la vigencia, la actualidad, la permanente vida de este arte que recurre a un método científico para su desarrollo.

Para ilustrar lo reseñado, hoy, que es sábado, se propone la imagen de las armas municipales de Matillas, en la provincia de Guadalajara, de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha:
El primer cuartel del partido recoge, en un medio cortado, las armas de los Mendoza en lo alto
y las de los condes del Cid en lo bajo, señores que fueron de aquellos pagos.
Nada que objetar salvo, si acaso, sugerir el recurso a algún motivo más significativo de la localidad obviando antiguos y olvidados señoríos.
El segundo cuartel demuestra que la heráldica sigue viva, que permanece vigente. Efectivamente, improbable lector, la permanente actualidad de este arte se manifiesta en la chimenea de plata, mazonada, que carga el campo de sinople. Se trata de un signo de identidad del lugar. La más significativa y alta construcción de la fábrica que la empresa Cementos Portland edificó, a principios del siglo XX, en el término municipal.

viernes, 21 de enero de 2011

DIAGNÓSTICO: CÓLERA HERÁLDICA CRÓNICA

Hasta ahora he escapado ileso y espero que no abran fuego sobre mí. Como habrá intuido, improbable lector, existe guerra abierta, e incluso en ocasiones declarada, entre los, no dos, sino múltiples bandos en que se agrupan, enfrentados, los habitantes de la comunidad heráldica.

Aunque el asunto que hoy se aborda es cuanto menos desagradable, dado que está en boca de todos me atrevo a añadir a la cadena de entradas que conforman este efímero blog la noticia, para que nadie pueda creer que tomo partido.

Conozco a ambos caballeros.

Al barón de Gavín tuve el honor de ser presentado hace algún tiempo, en la puerta de la torre de los Lujanes, sede de la Real academia de heráldica, en la plaza de la Villa, buen rato antes de acceder a la sesión de investidura de don Wilfredo Rincón como académico numerario. La charla del barón de Gavín es amena y culta. Goza además de un gran sentido del humor, que es probablemente una de las mejores facetas de cualquier heraldista.
 A don Armand de Fluvià, asesor heráldico del principado de Cataluña, nombrado como tal en el propio Diario oficial de la Generalitat, no tengo el gusto de conocerle más que a través de correos electrónicos. Siempre ha sido persona educada, correcta y, sin duda, de una gran erudición.
La última muestra del enfrentamiento crónico que padece la comunidad heráldica se ha manifestado en el estudio elaborado por el asesor de heráldica del principado de Cataluña, don Armand de Fluvià i Escorsa, titulado nada menos: Historia de una falsificación nobiliaria: la Baronía de Gavín en Aragón.

Don Armand de Fluvià, al parecer con pruebas, demuestra que la rehabilitación de la baronía de Gavín, en 1978, por don Manuel Fuertes de Gilbert y Rojo no reunió las condiciones necesarias para ser considerada estrictamente legal, llegando a ser calificado el asunto como fraude.

Concluye esta entrada sin comentario alguno.

jueves, 20 de enero de 2011

DERRIBO HERÁLDICO EN CÁCERES

Según informa el colaborador habitual de este tedioso blog, don José Luis Sampedro Escolar, numerario de la Real academia matritense de heráldica y genealogía, transcribiendo casi literalmente un mensaje del conde de los Acevedos, el Ministerio de justicia ha ordenado retirar de la fachada posterior del edificio de la antigua Real audiencia de Extremadura, hoy Tribunal superior de justicia, en Cáceres, un meritorio escudo de España labrado en 1958, diseño del insigne escultor extremeño Enrique Pérez Comendador, fallecido en 1981.
Hace ya tiempo que se venía intentando ese expolio por parte de grupos de la denominada memoria histórica, pero hasta ahora se habían podido detener sus intentos. Sin embargo recientemente, sin previo aviso, han comenzado a desmantelar el monumental escudo, que es sin duda la pieza heráldica más extraordinaria que se ha labrado en Extremadura al menos desde el siglo XVIII.
El Instituto de estudios heráldicos y genealógicos, a iniciativa del secretario, don Antonio Bueno Flores, que está llevando con enorme dedicación y entusiasmo desde Cáceres todo el peso de este asunto, presentó el lunes por la mañana una denuncia ante el ministerio fiscal, por si el hecho fuera constitutivo de delito, al atentar contra las normas legales que protegen y amparan los escudos de armas y el patrimonio artístico. A la denuncia se acompañaba un informe de la Real academia de Extremadura, del que fue ponente el supramencionado conde de los Acevedos, que ostenta igualmente la presidencia del citado Instituto de estudios heráldicos y genealógicos; este informe ya fue enviado en 2008 al subdelegado del gobierno en Cáceres, ante un previo intento de atentar contra dicho escudo.
El fiscal ha debido de apreciar indicios racionales de criminalidad y el pasado lunes presentó denuncia ante el Juzgado de guardia, recogiendo la que don Antonio Bueno, en nombre del instituto, había presentado, en la que además solicitaba que se suspendiera con carácter cautelar la retirada del monumento heráldico.
Aunque se desconoce cuál será el resultado de este asunto, el hecho de que la fiscalía haya tramitado la denuncia permite albergar esperanzas de que no llegue a consumarse el grave error que se está perpetrando.
La noticia se recoge en la página http://www.hoy.es/, accediendo a la pestaña de Cáceres. El epígrafe de la noticia aparecerá en la parte inferior izquierda donde se presenta el reportaje del periodista Sergio Lorenzo que incluye una imagen de la labra heráldica cuya protección se reclama.

miércoles, 19 de enero de 2011

RÉPLICA A LA HERÁLDICA DE LOS MILITARES

Disciplinado como todo militar, anexo recado electrónico recibido con el que discrepo en buena medida. Sirve en consecuencia como cumplimiento de la orden tácita recibida del coronel del cuerpo jurídico de quien en una ocasión se expuso algún detalle, que sugería que el único valor de este tedioso blog era dar cabida a todas las opiniones.
El mensaje proviene de un ingeniero naval en ciernes, don José Antonio Padilla Solano, cuyas armas sirven como introducción a sus palabras:
Hola JJ:

He seguido con interés la entrada de Don Juan Fernández Molina acerca de los adornos exteriores en las armerías castrenses,
seguida de los diseños de Don Fernando Martínez Larrañaga. Créeme que me hubiese gustado aportar un granito de arena antes, pero estas fechas de exámenes no me dejan tanto tiempo libre como me gustaría.
Si nos vamos al libro básico al que se recurre en este asunto, el "Tratado de Heráldica Militar" del Servicio Histórico Militar (1984), comprobaremos que es un libro que deja mucho que desear, por decirlo de alguna manera. Los adornos exteriores que nos enseña están fusilados, si me permites la expresión, de tratados de heráldica decimonónicos, como por ejemplo, el "Tratado de Heráldica y Blasón" de Piferrer (1858).
O dicho de otra forma, los adornos exteriores utilizados en la Heráldica Militar están "estancados" desde hace más de 150 años.
En otro orden de cosas, el motivo por el cual los adornos exteriores militares sólo van desde Coronel/Capitán de Navío hasta Capitán General (hoy en día sería General de Ejército, Almirante General o General del Aire) es debido a que a partir de Coronel/Capitán de Navío se pertenece a la nobleza.
Sí, he dicho nobleza, puesto que además de la nobleza de sangre (la más conocida), existen la nobleza de privilegio, que es la concedida por Su Majestad a un súbdito por sus méritos y servicios a la Patria, y la nobleza de cargo, que es la nobleza personal que se obtiene por el hecho de ocupar un alto cargo, bien por méritos personales como un Magistrado o un General, bien porque te han puesto ahí sin saber por qué (léase Ministro/a). Si mal no recuerdo, y que me corrijan si me equivoco, si en un linaje se obtiene nobleza de cargo en tres generaciones sucesivas, pasa a considerarse nobleza de sangre.
 Esto explica por qué desde Soldado/Marinero hasta Teniente Coronel/Capitán de Fragata el tratamiento es de Usted (Vuestra Merced), el Coronel/Capitán de Navío tiene tratamiento de Usía (Vuestra Señoría) y a partir de General de Brigada/Contraalmirante tienen tratamiento de Vuecencia (Vuestra Excelencia).
Esta es la razón por las que existen condecoraciones que se otorgan a estas altas personalidades, de modo que cuando cesen en el cargo (y pierdan la nobleza aneja al mismo), puedan seguir manteniendo el estatus adquirido, incluyendo el tratamiento correspondiente.
Siguiendo el hilo del razonamiento, también podremos darnos cuenta del por qué se crearon las coronas militares en la heráldica y por qué se estableció la analogía entre estas y las coronas nobiliarias, ya que en la Edad Media, el mando de las tropas estaba reservado a la nobleza.
Bueno, y tras esta pequeña mirada hacia atrás, es hora de mirar al presente. Si Don Juan Fernández Molina me permite una pequeña crítica a su sistema, he de decir que, en mi humilde opinión, me resulta excesivamente complejo y arbitrario. Creo que un sistema más sencillo siempre resulta más beneficioso. Tengo entendido, que alguien me corrija si me equivoco, que en los Ejércitos se usan distintas gorras en función de la escala: tropa/marinería, suboficial, oficial, oficial superior u oficial general. Si es así, timbrando el escudo de armas con la gorra correspondiente, podríamos saber al Ejército y la escala a la que pertenece, simplemente con un único adorno exterior, aunque entiendo que a partir de Coronel/Capitán de Navío se sigan usando las coronas militares como hasta ahora, incluyendo el uso del manto en los oficiales generales.
Este sistema cuenta con la ventaja añadida de que cualquier otro militar, aunque no supiese nada de heráldica, sabría identificar el Ejército y la escala del armígero.
 Respecto al uso de las condecoraciones, es algo que ya está reglado en los tratados de heráldica, y si mal no recuerdo, hace tiempo escribí unas líneas en el blog al respecto tomadas de Don Vicente Cadenas.
Un abrazo,
Jose.

martes, 18 de enero de 2011

RECORRIDO POR LA HERÁLDICA HISPANA, CAPÍTULO CUARTO

ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DE LA HERÁLDICA HISPANA

 
Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila,

Marqués de La Floresta
Cronista de armas de Castilla y León

CAPÍTULO CUARTO:
LA EXTENSIÓN DEL USO DE LAS ARMERÍAS A TODAS LAS CATEGORÍAS SOCIALES (1230-1330)

Probablemente esta extensión social se debió al uso de sellos: toda persona poseedora de un sello tendió a hacer figurar en él un emblema personal o familiar, o bien un emblema decorativo que pronto alcanzó la categoría de armerías propias. 
El segundo período heráldico puede considerarse el datado entre los años 1225 y 1330. En Aragón y Cataluña se mantuvo el tipo de sello ecuestre, propio de la alta nobleza.
En Castilla y León, los escudos de armas y las señales se repartieron por mitad en los sellos, lo que demuestra una gran predilección local por las señales.
En Navarra, por el contrario, hubo en los sellos del comienzo del período cuatro veces más escudos de armas que señales. Para evaluar cuantitativamente la difusión del uso de los emblemas heráldicos, Menéndez Pidal se ha basado en el recuento de los sellos personales (no reales ni eclesiásticos) hacia el comienzo y hacia el fin del período: los sellos conservados -una pequeña parte de los que existieron- tienen todos emblemas heráldicos; la recíproca no es evidentemente cierta, pero parece que la cifra puede aceptarse como aproximadamente proporcional sin gran error. En Castilla-León y en Navarra el número de sellos es 4,5 veces mayor hacia el fin que hacia el comienzo, en Aragón sólo 2,0 veces mayor y 1,5 veces mayor en Portugal.
Pero este auge del uso de emblemas heráldicos en Castilla y León, y en Navarra, aunque análogo cuantitativamente, tiene características muy diferentes en ambos reinos. Navarra siguió muy unida en las formas a Aragón, Cataluña y el Languedoc. Hubo piezas y muebles que sólo allí aparecieron, y no en Castilla -como la bordura denticulada-. Parece apreciarse un perfeccionamiento heráldico, pero sin innovaciones propiamente navarras. En cuanto a los usos, como consecuencia del tipo de habitación, hacia el fin del periodo las armerías se vincularon en Navarra al palacio de cabo de armería y al linaje, más que a la persona.
En Castilla y León el auge heráldico presentó características singularmente interesantes. Pueden resumirse en tres principales: en primer lugar, un perfeccionamiento heráldico innovador: la aplicación de la partición en cuartelado para combinar dos armerías, adoptada por San Fernando en 1230, que alcanzó una aceptación prodigiosa tanto en los otros reinos hispanos (Aragón-Sicilia, Navarra), como en el resto de Europa.
La primera diferencia utilizada en la Casa Real de Aragón parece ser la bordura de Castilla que trajo el primogénito de Jaime I el Conquistador. Esta misma bordura de Castilla se veía por entonces como diferencia en las armas de los hijos de los Reyes de León, de Portugal y de Francia, nada menos.
En segundo lugar, se nota en Castilla y León una intensa utilización de las señales, suficientes para cubrir las necesidades emblemáticas en sellos, sepulcros, ornamentación de telas, etcétera, lo que dio origen a la creación de pautas de presentación muy originales, entre las que destaca el tipo de sello cuadrilobulado. 
Y en tercer lugar, el descubrimiento del valor ornamental de los emblemas heráldicos, que si bien fue en este período un hecho general en Occidente, tuvo una especial difusión y aplicación en Castilla, asunto que merece una explicación.
Y es que, siguiendo modas artísticas mudéjares y orientales, en Castilla y León se manifestó una particular y bella expresión plástica. Primeramente, se hizo un uso intensísimo de tales emblemas, uso que sobrepasó ampliamente la mera finalidad de identificación: recordemos los vestidos que Fernando de la Cerda tenía en su sepulcro de la Huelgas (pellote y aljuba sembrados de escudos de sus armas, que llenan casi toda la tela, y bonete todo a cuarterones de León y Castilla), o aquellos sepulcros de los Meneses en Palazuelos y Matallana, con setenta escudos repetidos.

En un segundo momento, se prescindió ya de la realidad, se olvidó del todo la función identificadora, y se utilizaron los emblemas heráldicos como un motivo ornamental simplemente. Hay notabilísimas muestras de esta pseudoheráldica en los cojines hallados en el sepulcro de Fernando de la Cerda, en la almohada que había en el de Sancho IV, en la decoración mural de la Puerta del Reloj de la catedral de Toledo, etcétera.
Tanto en estas ornamentaciones como en las que empleaban auténticas armas personales, la extensión del efecto decorativo se lograba mediante la repetición del tema, un recurso ornamental de evidente inspiración mudéjar.
Los primeros escudos de armas femeninos aparecieron en Europa ya en la segunda mitad del siglo XII, pero fueron muy raros antes del comienzo del siglo XIII: todos los conservados pertenecieron a señoras de la primera y más alta nobleza. El más antiguo conocido es el de Rohaise de Clare, finada en 1156, que era sobrina de Gilbert I de Clare, Conde de Pembroke; por eso esta señora mostraba en su sello los cabrios de la poderosa Casa de Clare.
A partir de 1220-1230, las armerías femeninas se multiplicaron, y parece que a finales del siglo XIII la mayoría de las señoras de la alta y de la mediana nobleza europea usaban ya de armerías; las esposas de los pecheros y labradores seguirán luego esta moda, pero ya en el siglo XIV -en todo caso, parece que no usaron sino emblemas paraheráldicos y personales, más bien caprichosos-. En Castilla, por ejemplo, conocemos los sellos con señales heráldicas de doña Aurembiax, Condesa de Urgel, datado hacia 1230; de doña Elvira Alfonso, datado en 1288; y de doña Mayor Díaz de Ceballos, datado hacia 1320. En Portugal hallamos la matriz del sello heráldico de doña Teresa González, que está datada a finales del siglo XIII .

La tipología de las armerías femeninas es conforme a la posición de la mujer en aquella sociedad: las señoras usaban en sus escudos las armas de su marido o de su padre (más raramente, las de su madre), y frecuentemente un combinado de ambas.
Los obispos, sacerdotes y eclesiásticos no usaron emblemas heráldicos hasta que estos alcanzaron un carácter familiar y hereditario: es decir, raramente antes del siglo XIII. Sin embargo, en los prelados las armas de cargo (feudales) parecen haber precedido a las armas de familia.
Ya en el siglo XIV el uso parece haberse extendido a todo el clero, siendo notable el hecho de que fueron los simples sacerdotes quienes primeramente usaron de sellos con sus armas familiares, mientras que los prelados continuaron durante mucho tiempo usando de las armas de su Obispado, a veces partidas o cuarteladas con las de sus familias. Ya a fines del siglo XIV, todo el clero utilizará armerías familiares, relegando a los ornamentos exteriores del escudo los emblemas de su dignidad o cargo.
El escudo de armas eclesiástico más antiguo documentado -sobre las monedas batidas por el obispo Guillaume de Joinville- es el del Obispado de Langres, y se data hacia 1210-1215; su aparición en los sellos fue inmediata. En Castilla, las señales del león y del castillo aparecen en el sello usado en 1256 por don Sancho, arzobispo electo de Toledo, hermano del Rey Alfonso X, y también en el usado en 1262 por su sucesor don Remondo; pero dentro de un escudo solamente aparecerán a partir de 1350. El escudo de armas familiar de don Simón Girón, obispo de Sigüenza, aparece en su sello de 1310. En Aragón, hallamos un sello heráldico de don García, arzobispo de Zaragoza en 1391; y otro de don Íñigo de Valtierra arzobispo de Tarragona, en 1394.
En cuanto a los Papas, el primero que hizo uso de armas (las familiares) fue posiblemente Inocencio IV (1243-1254), aunque solamente se documentan desde Bonifacio VIII (1294-1303). El primer pontífice que timbó sus armas con la tiara fue Juan XXII (1316-1334), mientras que las llaves cruzadas de San Pedro aparecen en el escudo de su sucesor Benedicto XII (1334-1342).
El repetido uso general del sello durante el siglo XIII llevó también a burgueses y artesanos a la adopción de armerías. Los testimonios más antiguos datan de la mitad del siglo XIII, y se sitúan en Francia, Flandes y Renania, extendiéndose luego a las demás regiones europeas. Durante el siglo XIV proliferaron tanto, sobre todo en las ciudades, que dos de cada cinco de los escudos de armas coetáneos que nos son conocidos, pertenecieron a estos burgueses y menestrales pecheros.

En cuanto a su diseño, en nada se diferenciaban de las armerías de los nobles, aunque ciertamente predominan entre sus muebles heráldicos los útiles e instrumentos de trabajo profesional. Sí que hay alguna diferencia en el diseño de las armerías de los labradores, ya que las usaban sobre todo como marca de propiedad, y por eso aparecen en ellas señales puras, es decir que no están insertas en el campo de un escudo.
Algunos ejemplos hispanos, que conocemos por sus matrices sigilares, son los del marino o pescador Juan Pérez Pichardo (con una galera con tres remos); del carnicero Andrés Estévanez (con un toro sumado de una cruz florenzada); del tejedor Domingo Xemeno (un dedal sumado de un castillo y acompañado de sendas lanzaderas); y del tendero Garci Sánchez (una balanza). Todos ellos son tardíos respecto del área clásica, ya que se datan durante los años 1360 al 1430.
También debido al uso del sello, los escudos de armas se extendieron progresivamente entre los colectivos civiles (villas y ciudades) y religiosos (monasterios y conventos). En cuanto a las villas, hallamos ya el escudo de Colonia en 1149, y antes del 1200 los de Tréveris, Soest, Maguncia y Wurzburgo. En Italia, los usaron en el siglo XII las ciudades de Milán, Roma, Siena y Verona. En Francia, el más antiguo sello ciudadano es el de Cambrai, en 1185.
Los sellos de villas y ciudades ostentaban primitivamente emblemas ajenos al sistema heráldico, como las figuras de sus santos patronos, o bien señales sin escudo. Los primeros concejos que usaron escudos adoptaron siempre las armas de sus respectivos señores -un escudo de armas no se concebía adscrito a una colectividad concejil, ni mucho menos, es claro, un emblema o señal familiar-.
Solamente a partir de la mitad del siglo XIV adoptaron ya verdaderos escudos de armas propios y privativos. Los primeros escudos de armas aparecen en los sellos concejiles hispanos llevados por el adalid o figura ecuestre que simbolizaba al concejo, como en los de Escalona y Cuéllar. Pero según Menéndez Pidal “en estos raros casos las definitivas armas heráldicas del concejo no continuaron aquellas primitivas creaciones, sencillas y de puro estilo, sino que se derivan de los emblemas sigilares, menos adecuados, en general, a las formas heráldicas más puras. El paso de los emblemas sigilares a los escudos de armas concejiles sigue un proceso parecido al que observamos antes en las señales familiares”.
En la Península Ibérica el establecimiento de la capacidad heráldica de los concejos es algo más tardío, aunque no mucho. El más antiguo de los conservados se data en 1187, cuando el Rey Alfonso II de Aragón autorizó el uso privilegiado de sus armas -vexilum nostrum- al concejo de Milhau o Millau, en el Languedoc (actual Francia). Años más tarde, Jaime I las concederá también en 1269 a la ciudad y reino de Mallorca, lo cual será ratificado por Sancho I de Mallorca en 1312. Lo mismo se observó en los reinos de León y Castilla: en los municipios castellanos y leoneses fue frecuente la aparición en el reverso del sello de alguno de los emblemas heráldicos regios de León o de Castilla, otorgando de esta forma a la pieza sigilar el sentido de doble suscripción –del concejo y del rey- que le dotará de una mayor autoridad al ser utilizado como “sello público”. Algo que veremos repetirse para el caso del pendón o estandarte municipal –el segundo de los elementos identificadores de su personalidad jurídica frente a terceros-, en cuyo campo empezarán a hacer aparición algunas o todas las señales regias, buscando de esta forma el dotar al ejemplar de una mayor dignidad y autoridad.
Sin embargo, el sistema más ampliamente utilizado para la identificación sigilar -en un primer momento- o heráldica -posteriormente- será la adopción de un emblema parlante o jeroglífico. Unas veces la relación del emblema elegido como motivo principal con el nombre de la población será evidente, acertando con la verdadera etimología: Aguilar de Campóo (Palencia) traerá un águila (y un castillo en el reverso) en sus sellos de 1287; Cervera (Lérida) trae un ciervo pasante rodeado de cuatro escudetes, con el palado aragonés, en 1288; Torralba, una torre en 1288; Olmillos de Sasamón (Burgos), un olmo y dos castillos, etcétera. Otras veces se basarán en semejanzas fonéticas, más o menos rebuscadas, como Alarcón, que en 1234 traía unos arcos en el reverso de su sello; Gallipienzo, un castillo con un gallo sobre la torre central; Graus, un escudo con una columna y unas gradas; Olite (Navarra), un olivo acompañado de tres estrellas mal colocadas y rodeado de ocho castillos; Estella (Navarra), una estrella; Escalona (Toledo), una escala sobre un puente; Cuenca, un cuenco; o Teruel, un toro acompañado de una estrella en jefe.
También de la misma época, el siglo XIV, datan los escudos de armas de los gremios y colectivos mercantiles y laborales.
Sus emblemas suelen evocar las respectivas actividades profesionales. En España y Portugal parecen tardíos, pues se datan más bien en el siglo XV.
En cuanto a las comunidades religiosas, notamos que el uso de armerías por su parte es rarísimo antes del siglo XIV. Los primeros que los adoptaron parecen haber sido los cabildos catedralicios -el más antiguo francés data del 1303-, mientras que las abadías y conventos se limitaron hasta mucho tiempo después a utilizar símbolos y escenas religiosas en sus sellos. En España, el abad de Valladolid usaba la señal de Castilla (era canciller del Rey) en un sello de 1231; pero sólo en 1339 hallamos un escudo prioral: el de García de Pueyo, prior de Gurrea, en Aragón.
A fines del siglo XII, la estructura de las armerías era muy simple: casi todas eran bicolores, y algo más de la mitad ostentaban figuras de animales, siendo las del león y el águila las más utilizadas -debido quizá a un motivo político: el águila representaba a los partidarios del Imperio, y el león a sus adversarios-. A partir de 1180, el repertorio de las figuras heráldicas comienza a diversificarse mucho, y aparecen las primeras brisuras y diferencias; pero el carácter hereditario de los escudos no se impone sino muy lentamente. También comienza entonces a usarse el lenguaje propio del blasón, tanto en su sintaxis como en su vocabulario. Incluso se inventan las primeras armerías de personajes legendarios -como los caballeros de la Tabla Redonda-.
A lo largo del siglo XIII es cuando la heráldica occidental se organizó definitivamente. Durante aquella centuria se elaboró el repertorio de esmaltes, metales, piezas, muebles, figuras y particiones; y en su segunda mitad de estabilizaron la sintaxis y el vocabulario del blasón; se hicieron raras ya las infracciones a las reglas; y además el carácter familiar y hereditario de las armerías se había consolidado, por lo que hubo que inventar todo un sistema de brisuras y diferencias -en Castilla se basaron en las variaciones sobre el celebérrimo cuartelado-.





El uso de armerías se extendió enormemente por todos los ámbitos de la vida cotidiana, porque aparte de su uso militar y sigilográfico resulta que adquirió el carácter de marca de propiedad, y con ellas se señalaron ropas, objetos, monumentos, etcétera. Quizá por esta razón los vasallos dejaron progresivamente de usar las armas de sus señores, para adoptar unas armerías propias, en cuya composición influyó mucho tanto el gusto personal, como las modas.
A finales del siglo XIII se compilan ya los primeros armoriales, numerosos en Inglaterra y en Francia después del 1270.