Desde hace un tiempo se habla en los mentideros culturales, y mucho, del reinado de don Felipe III.
Se buscan fáciles analogías entre las características del gobierno de aquella etapa histórica y el actual.
Se pretenden analogías, y efectivamente aparecen, (porque se pueden encontrar entre casi cualesquiera cosas), atendiendo sobre todo al gobierno efectivo del entonces gran valido: el duque de Lerma,
cuyas armas fueron las que siguen:
El I duque de Lerma se llamó, mientras caminó por este mundo, don Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, nieto materno del Borja ejemplar, el san Francisco que al ver los restos de la emperatriz Isabel decidió no volver a servir a señor que se le pudiera morir.
El de Lerma nació en Tordesillas, la del tratado ibérico, en 1553, de noble cuna. Acumuló por herencia los títulos de V marqués de Denia y IV conde de Lerma; y por creación los de I marqués de Cea y I duque de Lerma, en sustitución del condado homónimo.
Educado en la madrileña corte del rey don Felipe II supo ganarse la amistad del infante don Felipe, el futuro rey, veinticinco años más joven que el duque, ascendiendo con su entronización en 1598 al empleo de valido, que hoy llamaríamos jefe del gobierno.
El duque de Lerma había casado en 1576 con doña Catalina de la Cerda, hija del duque de Medinaceli, de la dinastía desheredada de Castilla, que fallecería en 1603.
Su ambición económica, es verdad que derrochada en arte con lo que quedó justificado, le condujo a realizar operaciones inmobiliarias de gran calado y beneficio. Como ya sabrá, improbable lector, el buen duque de Lerma compró ingentes extensiones de terreno y palacios en Valladolid, convenciendo al rey poco después, en 1601, en trasladar la corte a aquella insigne ciudad.
La analogía, en estos tiempos de oligarquía cleptárquica que corren, (no saldrá de mi teclado la palabra cleptocracia) recuerda la cotidiana realidad de la compra de solares baldíos que se recalifican a urbanos o la adquisición de terrenos yermos por donde, gracias a la información privilegiada, se diseñará el trazado de una línea de ferrocarril de alta velocidad.
Pero el duque de Lerma, insatisfecho del incremento patrimonial obtenido con la alteración de la residencia de la corte, se decidió a adquirir significados solares en Madrid logrando, tan solo cinco años después, que la capitalidad revirtiera a su lugar de origen, obteniendo aún mayores beneficios.
Aderezado el asunto con la venta fraudulenta de cargos públicos se desató una conjura de nobles que condujo, en 1618, a la ejecución sumarísima del valido del valido, don Rodrigo Calderón, conde de Oliva y marqués de Sieteiglesias.
Escapó el duque del juicio al ser creado por la corte de Roma, a petición propia, príncipe de la Iglesia y retirándose a sus estados de Lerma.
Se concluye la entrada de hoy recordando que el duque falleció en 1625 en su palacio ducal de Lerma.
Palacio que hoy sirve como parador de turismo.