Hoy se trae a su consideración, improbable lector, la imagen de una bandera antigua. Es blanca, atravesada por una banda roja, que carga tres abejas amarillas.
Esta bandera representó a un estado europeo hoy olvidado: El principado de Elba.
Efectivamente en 1814, el tratado de París imponía la abdicación a un emperador Napoleón derrotado, aunque no vencido, concediendo que mantuviera la soberanía sobre un territorio: la isla de Elba.
Este lugar se encuentra situado en el trayecto natural de navegación entre la Toscana y la isla de nacimiento del emperador Napoleón: Córcega.
La bandera que adoptó representaba la señal particular que el emperador había usado durante su reinado en Francia, la abeja.
Llegado a Elba el tres de mayo del mismo 1814, con una guardia de corps de seiscientos leales soldados franceses, ordenó la construcción de dos residencias para su alojo. Una en la ciudad y otra en el campo, la villa de San Martino, hoy trocada en museo.
Como no podía ser de otra forma tratándose de un organizador incansable, fomentó notablemente la industria del vino de la isla que conoció un auge del que aun se beneficia.
Abandonó su principado de Elba el veintiséis de abril de 1815 para regresar a Francia. La isla pasó a los Habsburgo meses después, al integrarse en la jurisdicción del Gran ducado soberano de Toscana .
Esta bandera representó a un estado europeo hoy olvidado: El principado de Elba.Efectivamente en 1814, el tratado de París imponía la abdicación a un emperador Napoleón derrotado, aunque no vencido, concediendo que mantuviera la soberanía sobre un territorio: la isla de Elba.
Este lugar se encuentra situado en el trayecto natural de navegación entre la Toscana y la isla de nacimiento del emperador Napoleón: Córcega.
La bandera que adoptó representaba la señal particular que el emperador había usado durante su reinado en Francia, la abeja.
Llegado a Elba el tres de mayo del mismo 1814, con una guardia de corps de seiscientos leales soldados franceses, ordenó la construcción de dos residencias para su alojo. Una en la ciudad y otra en el campo, la villa de San Martino, hoy trocada en museo.
Como no podía ser de otra forma tratándose de un organizador incansable, fomentó notablemente la industria del vino de la isla que conoció un auge del que aun se beneficia.
Abandonó su principado de Elba el veintiséis de abril de 1815 para regresar a Francia. La isla pasó a los Habsburgo meses después, al integrarse en la jurisdicción del Gran ducado soberano de Toscana .

Al hilo de la anterior entrada, en la que se reflexionaba sobre los motivos de legitimación de los dos bandos que desangraron España en las guerras civiles del siglo XIX, hoy se proponen unas someras líneas sobre la descendencia de la reina, viuda del rey don Fernando VII, doña María Cristina de Borbón-Dos Sicilias.
Nacida en Palermo, fue hija del rey don Francisco I de Dos Sicilias y de la infanta de España doña María Isabel de Borbón, hija a su vez del rey de España don Carlos IV. Consecuentemente, el matrimonio de María Cristina con su tío don Fernando VII, veintidós años mayor que ella, requirió dispensa papal.
La reina María Cristina, viuda con tan solo veintisiete años y dos hijas supo jugar bien su papel. Apoyada, cuentan que en contra de sus propios principios, en los llamados liberales actuó con dignidad y acierto como regente de su hija, la reina Isabel II, durante siete años.
En ese periodo conoció, al dejar caer un pañuelo de su carroza, a un elegante sargento de la guardia de corps, que recogió la prenda y con el que casó en secreto cuatro meses después de enviudar. Este sargento, don Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, Funes y Ortega, hidalgo de sangre, alcanzó la dignidad de caballero del Toisón, siendo además creado I duque de Riánsares, denominación de título procedente de un arroyo que atravesaba su pueblo natal.
La reina gobernadora María Cristina amasó una considerable fortuna en asociación comercial con el general Narváez.
La descendencia de este matrimonio fue agraciada invariablemente con títulos nobiliarios otorgados por la reina Isabel II para sus medio hermanos. La nómina de títulos creados para los Muñoz y Borbón fue la que sigue:
La hija mayor, María Amparo, nacida un año después de enviudar la reina gobernadora recibió el título de condesa de Vista Alegre.
Durante el siglo XIX, España se vio inmersa en tres guerras civiles: las llamadas guerras carlistas. Bajo la excusa de una disputa dinástica se enfrentaron realmente dos concepciones sociales dispares. Una de ellas pretendía el mantenimiento de los privilegios de unos pocos, lo que se ha dado modernamente en llamar el antiguo régimen. La postura alternativa pretendía imponer una realidad social liberal, basada en los principios de la revolución francesa, que aboliera, o al menos limitara, los privilegios de los nobles.
Hoy se propone una breve reflexión: La excusa dinástica que sostuvieron ambos bandos se basó en un incumplimiento de sus propios principios más evidentes.
Es sabido, porque se conserva el documento, que el rey don Fernando VII, en fechas cercanas a su propia muerte, derogó con su firma, en el ejercicio de su poder absoluto, la pragmática sanción que impedía reinar a las mujeres y en particular a su hija mayor de tres años, la futura Isabel II.
En consecuencia se da la paradoja de que el bando liberal, aquel que pretendía la abolición del poder absoluto del rey, basó en la última decisión absoluta del rey su legitimación.
Y de la misma forma el bando carlista, que pretendía el mantenimiento de un sistema basado en los tradicionales privilegios de clase, desoyó la última voluntad del rey, en el ejercicio de su poder absoluto, para sostener su pretensión.
OFRENDA AL APÓSTOL
LOS NUEVOS PRÍNCIPES DE FRANCIA
El primogénito, S.A.R. el Príncipe Louis, Duque de Borgoña por decisión de su padre, ocupa el lugar dinástico correspondiente al que tradicionalmente recibió el título de Delfín de Francia, y usará, lógicamente, las armas heráldicas que portaron estos príncipes: cuartelado de Francia y del Delfinado.
Su hermano menor, S.A.R. el Príncipe Alphonse, ostenta, también por decisión de su padre, la dignidad de Duque de Berry (región francesa cuya capital es Bourges), que han llevado varios dinastas de Francia desde 1360, en que se concedió a Juan, tercer hijo de Juan II: Juan y Carlos –luego Carlos VII-, hijos de Carlos VI; Carlos, hijo del anterior, en 1461; Santa Juana de Valois, en 1498, Reina por su matrimonio con Luis XII-; Francisco –hermano de Carlos IX-, en 1576; Carlos –hermano de Felipe V de España- en 1686; Louis-Auguste –futuro Luis XVI-, en 1754, su hermano Carlos, en 1776, y su sobrino, Charles-Ferdinand –entre 1778 y 1820- completan la nómina de sus antecesores en la titularidad de este ducado de notables resonancias culturales e históricas en la Dinastía cristianísima. Le corresponde por escudo el de Francia, con una bordura crénelée (almenada) de gules (roja). Antes del siglo XIX la bordura usada por los Duques de Berry era angrelada.
Señalaremos dos egregias señoras que, curiosamente, llevaban el nombre de Margarita, como la Princesa madre de los recién nacidos.
La VI Duquesa de Berry fue, en 1517, Margarita(1492 –1549), hija de Charles, Conde de Angulema y hermana única de Francisco I, tras quedar viuda de su primer marido, Charles VI de Alençon, fue reina de Navarra por su matrimonio con Enrique II Albret y, por tanto, la abuela de Enrique IV, de cuya muerte se conmemora solemnemente este año el IV centenario. De ella, autora del heptameron y de otras muchas interesantes obras, elogiada por Erasmo, descienden, pues, todos los Reyes de la Dinastía de Borbón.
Le sucedió, como VII duquesa de Berry,en 1550, su homónima sobrina Margarita (1523 –1574), hija de Francisco I, casada con Manuel Filiberto, Duque de Saboya (1562-1630), tiene larguísima posteridad en todo el Gotha europeo y es también antepasada directa por múltiples vías del nuevo Duque de Berry.
Me preguntaba en una ocasión un buen amigo, compañero de armas, don Bernardo Rodríguez López, conde de Granada la Bella, en el reino del Maestrazgo, disfrutando ambos de la, un tanto arisca, hospitalidad afgana por qué la heráldica utilizaba esas extrañas palabras para referirse a algo tan simple como son los colores. Le había confiado un artículo con muchas pretensiones y realmente poca ciencia, persuadido de su, como siempre, buen criterio.
Me remonté al origen y le expuse el significado de la palabra blasonar, la utilidad de usar un método común, una lengua franca, un idioma universal conocido solo por los heraldistas que transformaba en fácil, que ya es mucho pretender, la descripción de los elementos que se disponían sobre un escudo. Después de tan presuntuosa disertación me inquirió cómo se denominaba esa lengua que usábamos, instándome a que le describiera un escudo en… -¿cómo has dicho que la llamáis…lengua blasona?-
La pintura, faceta del arte por excelencia, emplea vocablos propios como escorzo, punto de fuga…
El cine, la última opción en incorporarse al elenco de las artes, gasta expresiones como plaqueta, angular y otros muchos.
De igual forma la heráldica, que es un arte, aunque pretendamos su desarrollo a través de un método científico, utiliza su lenguaje propio.
Lenguaje propio, la lengua blasona de la que me hablaba mi compañero de armas en Afganistán, que mantiene un tono evidentemente rancio, evocando los muchos siglos de vigencia de su actividad.
Lenguaje propio copiado en gran medida de un francés arcaico toda vez que el área geográfica de nacimiento y sobre todo de máximo apogeo en el momento en que se crearon estos términos se enmarcaba, como sabe improbable lector, en la mitad septentrional del reino de Francia y en la Albión meridional. Albión donde, huelga decirlo, los máximos exponentes de la sociedad de entonces, los nobles, se comunicaban recurriendo a la lengua de los francos, su propio idioma, como fieles descendientes de los invasores normandos.
Lenguaje propio en fin el que utiliza la heráldica que debe mantenerse, y defenderse, por su rigor, por su exactitud, por su precisión y que, a pesar de su longevidad, mantiene una permeabilización, una apertura a nuevos vocablos, admirable.
Y es que he tenido noticia reciente, a pesar de su antigüedad, de un asunto relativo a la actualización de la lengua blasona. Me refiero al convenio que se alcanzó en la capital del que fuera reino luso, en 1986, durante uno de los congresos bienales de carácter internacional que reúnen a los grandes de la heráldica, en el que se acordó la recomendación de añadir, tras el nombre propio del esmalte blasonado, el mismo en lengua vulgar, entre paréntesis.
Si doctores tiene la Iglesia, heraldistas acreditados por sus excelentes trabajos tiene la ciencia heroica. No obstante, mi criterio, quizá el menos válido, es discrepante. No me imagino a un doctor en medicina escribiendo en un informe pericial: El paciente presenta cefalea aguda (le duele la cabeza), acompañado de osteoporosis (tiene los huesos agujereados), con sucesión de broncoespasmos (tose mucho).








