Hoy, que es sábado, solo se proponen un par de fotografías en las que se muestra la disposición correcta de la venera y de la cruz de la orden de Carlos III sobre los uniformes de los ejércitos.

Hoy, que es sábado, solo se proponen un par de fotografías en las que se muestra la disposición correcta de la venera y de la cruz de la orden de Carlos III sobre los uniformes de los ejércitos.

Se trata de un excelente, detallado y ameno artículo de don Javier Arias Nevado sobre el particular que le recomiendo vivamente, improbable lector. Esta es la dirección completa del lugar virtual: http://revistas.ucm.es/ghi/02143038/articulos/ELEM0606220049A.PDF
Acompañan a esta entrada un par de imágenes de la tumba de Philippe Pot, caballero del Toisón, señor de La Roche y gran senescal del ducado soberano de Borgoña. 
Como recordará, improbable lector, timbra sus armas con la corona de rey de armas, en tanto que fue nombrado juez de armas del gran Priorato de España de la Orden militar y hospitalaria de san Lázaro de Jerusalén, “con facultad perpetua, en todo tiempo y lugar, para expedir certificaciones de armas, conforme a las tradiciones y reglas de la orden.”
Hoy se traen a su memoria, improbable lector, sus propias palabras en relación con el título que con absoluta dignidad ostenta: "Fui creado I Vizconde de Portadei por Cartas Patentes de SM. el rey Kigeli V de Ruanda, fechadas en Washington, el 7 de Julio de 2006. Ratificado como título georgiano por SAR. el Príncipe Jorge Bagration de Moukhrani, Jefe de la Casa Real de Georgia, el 26 de Diciembre de 2007. Creado nuevamente como título georgiano, el 12 de Marzo de 2008, por SAR. el Príncipe David Bagration de Moukhrani, Jefe de la Casa Real de Georgia. "
El diseño y el blasonamiento de este escudo han sido realizados por el propio de Montells en su calidad de Heraldo Mayor de la Casa Troncal.
Se trata de un elegante campo de azur con nueve bezantes de oro, puestos tres, tres y tres, con bordura de oro cargada de ocho aspas de azur.
El autor del dibujo, no obstante, es don Carlos Navarro Gazapo, de quien ya se ha hablado en alguna ocasión en este espacio virtual al exponer el magnífico blog que va redactando con las armas sus hermanos de hábito, otros caballeros de la orden de san Lázaro, y cuya visita es obligada para todo heraldista. Concluyen esta entrada las armas del propio don Carlos Navarro Gazapo.
Si existe una imagen que cautiva nuestro intelecto al considerar la Europa medieval, improbable lector, es la figura del caballero.
La literatura se ha ocupado repetidamente de esta figura. Figura que ha quedado reflejada en nuestro intelecto colectivo como ejemplo de las mejores virtudes cristianas, léase la defensa de los débiles, la práctica de un elegante código de honor y la búsqueda caritativa de la justicia.
De hecho, el mundo del caballero medieval aparece en nuestra retina como un sugestivo cóctel basado en el feroz, pero sugerente combate a caballo, mezclado con el ejercicio de la caridad para con los más débiles y acompañado de alguna práctica litúrgico-religiosa a la antigua usanza.
Atendiendo a los orígenes de la caballería, la historia nos conduce indefectiblemente a la Roma dominante del mundo occidental conocido, donde guerreros a caballo, los equites (pronúnciese écuites, que la u se lee siempre en latín) constituían la más esclarecida clase social de la urbe. Clase social formada por los vástagos de las más acaudaladas familias romanas que se permitían formar a sus jóvenes en el arte de la doma y de la práctica de la lucha a caballo.
Este cuerpo armado, esta forma de plantear la lucha, enfrentando al enemigo jinetes sobre caballos, a pesar de los avatares de la historia, mantuvo su vigencia hasta muchos siglos después.
Pero es en torno al final del siglo al siglo X y sobre todo en la plenitud del XI, cuando se produce el cambio de mentalidad. Grupos de jinetes armados, más o menos profesionales de la guerra, que a menudo viajaban ofreciendo sus servicios castrenses al mejor postor, de extracción acomodada pero no boyante y socialmente escasamente estimados, comenzaron a medrar y a adquirir un peso social.
A partir de la segunda mitad del siglo XI y más evidentemente a comienzos del siglo XII, la Iglesia interviene en ese grupo de jinetes armados a caballo, cada vez más numeroso, pero sobre todo cada vez más influyente, para acercarlos a su seno.
De este modo se sacralizó la ceremonia de ingreso y se establecieron unas normas cristianas de conducta en el ejercicio de la caballería armada.
Esta influencia eclesial, de mucho peso en aquel entorno histórico, conducirá a los guerreros a caballo de la Europa medieval de la segunda parte de la Edad Media a la toma de conciencia común de pertenencia a un mismo contingente, a una misma hermandad. A considerarse miembros de un común cuerpo armado, con independencia del señor feudal al que sirvieran específicamente.
Cuerpo, contingente, hermandad, de carácter ideal, sin sustento jurídico real, basado en la común aceptación de unos valores superiores que suponían una ordenanza total de la propia vida, no solo de su actividad guerrera. Hermandad que compartía unos principios que entonces, como ahora, no eran de uso común en la sociedad. Valores definidos por un ideal de altruismo cristiano, de caridad. La caballería se convirtió realmente así, influida por la Iglesia, en un estado de vida.
Esta hermandad ideal, que se denominó espontáneamente como Orden de Caballería, comenzó su andadura común sin jerarquía alguna. No existía prelación entre los caballeros. La propia condición de caballero era en sí misma tan alta jerarquía, tan insigne condición, que equiparaba al rey con el recién armado caballero.
Es a esa Orden de Caballería a la que se refieren los más insignes y modélicos autores medievales: El infante don Juan Manuel, el fraile franciscano fray Raimundo Lulio o el propio rey don Alfonso X, el sabio.
Previamente a la intervención eclesial, la recepción en la caballería se realizaba mediante la simbólica entrega de las armas propias del caballero, la espada y las espuelas. Posteriormente la propia Iglesia sacralizó los ritos. Así, el ingreso en la Orden de Caballería se vio transido de todo un ritual que el propio infante don Juan Manuel, ya en el siglo XIV, consideró una manera de sacramento al alcanzar una formalidad que le asemejaba en mucho a la recepción del sacramento de las órdenes sagradas. 
Para concluir, reseñar que este rito de iniciación, de recepción en la orden de caballería requería, al igual que en los sacramentos, de un ministro. Ministro que se definía por mano de otro caballero que ya hubiera sido armado conforme al rito eclesial establecido. Y aunque en la orden de caballería se evitaran las jerarquías, tradicionalmente el caballero con más antigüedad en la orden de caballería era el encargado de armar nuevos caballeros.
Las que acompañan a estas líneas son sus armas, timbradas con la corona de marqués acorde a su título de marqués de Spínola. Merced nobiliaria cuya sucesión solicitó siendo sacerdote, al igual que hiciera el santo III marqués de Peralta.
Le adjunto un nuevo diseño que he realizado y que creo puede ser interesante para los que realizan árboles genealógicos ascendentes, puesto que en el escudo aparecen mis 16 apellidos.
Escribe unas atentas líneas mosén Gabriel Carrió i Amat, vicario de Santa María de Cornellà, en la archidiócesis de Barcelona, acompañando sus palabras de la fotografía que sigue y aclarando que se trata del sepulcro de Pere V de Queralt, en Santa Coloma de Queralt, labrado en torno al año 1370.
Esta imagen da pie a recordar el artículo titulado heráldica funeraria, del maestro don Faustino Menéndez-Pidal de Navascués, publicado tanto en la revista Hidalguía como en el libro Leones y Castillos, de la academia de la Historia.
En este artículo, el maestro Menéndez-Pidal recuerda varias ideas que se desean transmitir:
Señal de duelo que hoy admiramos en algunos monumentos funerarios de la época como el sepulcro del infante don Felipe, hijo del rey san Fernando, en Villalcázar de Sirga,

o en el sepulcro de la familia Meneses procedente de Matallana que hoy se expone en Barcelona, en el Museu d´art de Cataluyna.
En los sepulcros en lucillos, esto es, aquellos que se disponían al lado de las paredes ocurría algo similar, se colgaban los escudos al lado de la tumba y así han llegado hasta nuestros días algunos de ellos, como los conservados en la real armería de Madrid procedentes del monasterio de san Salvador de Oña y pertenecientes a las tumbas del siglo XII de los condes don Gonzalo Salvadores y don Nuño Álvarez.
Para terminar, ahondando en lo apuntado más arriba relativo al origen medieval de la actual costumbre de esculpir las armas en la lápida sepulcral, los primeros escudos que se labraron sobre tumbas en este preciso entorno histórico, se representaron colgando del arnés posterior que sirve para poder embrazarlo.
Arnés que se denomina tiracol.
Continuando el largo hilo relativo a las extrañas figuras que aparecen en el escudo que soporta las armas del emperador don Carlos V de Alemania en un códice del siglo XVI de la Bayerische Staats Bibliothek que se propuso a este espacio virtual desde el que fuera el reino de Valencia, hoy se añade una matización a dos de las respuestas anteriores de resolución al enigma: La propuesta de don don Carlos de Corbera y Tobeña y de don José Antonio Vivar del Riego. Matización que procede de don Ion Urrestarazu.
Don José Juan:
Aun así, dispongo de una edición facsímil del citado libro de armería del Reino de Navarra. Este libro, aparte de aportar la descripción original, aporta algunas descripciones encontradas en otros documentos. He aquí la transcripción del texto de esta edición facsímil:
7. Let
El libro, para mayor inteligencia, se trata del estudio y la edición realizada por don Faustino Menéndez-Pidal y don Juan José Martinena, impreso por el gobierno de Navarra.