sábado, 7 de enero de 2012

BLASONAR

SOBRE EL BLASONADO HERÁLDICO (I)

LENGUAJE Y RITMO DESCRIPTIVO

Dr. Florentino Antón Reglero
Capitán de la Marina Mercante Española
Máster Universitario en Derecho Nobiliario y Premial, Heráldica y Genealogía
Una de las cuestiones relativas a la heráldica que con mayor percepción de disponer de axiomas derivados suele quedar fijada en la mente de los estudiantes de la ciencia heroica es el blasonado de las armerías. Esa actitud, lógica por otra parte, puesto que como noveles solemos aceptar, o convertir en una regla práctica, sin ningún tipo de análisis crítico, cualquier recomendación que nos aleje de las incertidumbres propias de las cosas aún no bien asimiladas e interiorizadas; pero cuya aplicación sentimos inmediata, se observa después con claridad durante el manejo de muchas publicaciones especializadas, donde la ambigüedad descriptiva es una constante, incluso defendida por algunos expertos; donde la terminología promovida por la casuística se revela insuficiente, o resulta mal utilizada; y donde el ritmo descriptivo adolece del hecho de no estar sometido a la lógica propia de cualquier reseña, aunque esta no sea precisamente heráldica.

Si algo caracteriza a las ciencias y a las artes es el disponer de su propio lenguaje, lo que, en orden a proporcionarnos a todos una más clara y rica precisión conceptual, facilita a los expertos un mejor y más exacto uso de sus términos.

Como no podía ser menos, este es el caso también en cuanto a la heráldica se refiere, pero no por ello podemos considerar que contamos efectivamente en España con obras especializadas en terminología heráldica y en las precisas variantes de su uso. Apenas algún voluntarioso diccionario del que todos nos servimos, no exento de graves carencias, y destinado más a la configuración de un glosario de términos que a una adecuada, reconocida y fijada utilización.

No hago ningún descubrimiento al afirmar que el lenguaje que manejamos hoy en la heráldica española puede considerarse, hasta cierto punto, relativamente reciente, y que se ha ido configurando mediante la castellanización, un tanto macarrónica, del leguaje que le es propio a la heráldica francesa. Está claro que en este punto hemos roto con nuestra propia tradición lingüística, lo que no deja de ser una pérdida, y que los academicistas heráldicos españoles de los siglos XVIII y XIX, con sus recopilaciones de términos y de usos, nos han introducido en la tradición europea, lo que es de agradecer desde el punto de vista de la generalización de lo operativo.

Pero el lenguaje heráldico de que disponemos no cubre todas las necesidades descriptivas, y se hace cada vez más necesario para el heraldista consciente profundizar en el conocimiento de aquellas otras materias que atañen directamente al uso y al adecuado diseño de figuras que constituyen el objeto material de otras artes o de otras ciencias, aunque las encontremos también formando parte de nuestro bagaje iconográfico. El tiempo de las especializaciones estancas ha sido superado, y hemos entrado ya en la era del uso complementario de otras disciplinas que nunca habíamos considerado útiles para la nuestra por no haber sido catalogadas como directamente afines.

Por otra parte, la construcción de un verdadero lenguaje técnico es algo mucho más complejo que la simple yuxtaposición de términos, por muy propios que estos sean, y es aquí donde la economía de la lengua materna juega un papel fundamental en la construcción del “Ritmo descriptivo”.

Visto sí, parece claro que en nuestro caso la calidad de ese ritmo descriptivo depende muy mucho del conocimiento que tengamos de tres elementos fundamentales: El lenguaje heráldico propiamente dicho; el lenguaje técnico de la ciencia a la que pertenecen las figuras que aparecen en el campo del escudo, y el acertado uso del castellano, que actúa de catalizador en la configuración del ritmo.

Estamos en el siglo XXI, y la reseña de cualquier escudo necesita, para ser considerada útil, y por consiguiente eficaz y no banal, responder a tres objetivos fundamentales: facilitar la plena comprensión de los contenidos iconográficos de aquellas armerías que aparecen ante los ojos de un observador poco avezado; servir para el registro preciso de los contenidos iconográficos de cada “unidad de análisis” seleccionada por el investigador que se aplica a la tarea de construir la “masa crítica” de su investigación (fichas de trabajo o cuaderno de campo); y ser capaz de sustituir plenamente, sin propiciar interpretaciones arbitrarias, las representaciones plásticas de cualquier escudo, hasta tal punto que estas puedan hacerse innecesarias.

Nos encontramos así, en esta reflexión sobre el blasonado heráldico, descubriendo en la lógica de su práctica la existencia de dos “variables” perfectamente interrelacionadas, que podríamos calificar de dependientes: la “Precisión descriptiva” y la “Brevedad expositiva”. Variables que, si se nos permite, abordaremos y justificaremos en una próxima ocasión.

viernes, 6 de enero de 2012

ARTABÁN. EL CUARTO REY MAGO

Cuentan los expertos que existió un cuarto rey mago. La historia que sigue no es del autor de este blog. Se trata de una narración popular cuyo texto se ha tomado de la red.

EL CUARTO REY MAGO


Podemos imaginarnos a Artabán,que así se llamaría el cuarto Rey, en el vigor sereno de la treintena, aplacados ya los ímpetus juveniles, cuando descubre, entre el alfabeto vertiginoso de la noche, la estrella que anuncia al Mesías. Artabán es cetrino de piel, de rasgos ávidos y ojos muy oscuros, calcinados en el escrutinio celeste. Sobrevive en las soledades del monte Usiíta, donde se dedica a desentrañar los oráculos de Zoroastro que pregonaban el advenimiento de un Socorredor que “hará la existencia radiante, sin envejecimiento, inmortal, incorruptible, inmarcesible, eternamente próspera” (Himno Zamyad Yasht 19,89-93). Artabán ya se dispone a seguir el itinerario de la estrella cuando, hasta la falda del monte Ushita, llegan emisarios de Melchor, Gaspar y Baltasar, sus amigos babilonios, citándolo en Borsippa, la ciudad sagrada del dios Nabú, en cuyo honor los antiguos habían erigido un zigurat de siete pisos, demolido por la insania de los medos.
Antes de partir a Borsippa, Artabán elige cuidadosamente las ofrendas que depositará a los pies del Socorredor: un diamante de la isla de Méroe, que repele los golpes del hierro y neutraliza los venenos; un pedazo de jaspe de Chipre, amuleto que infunde el don de la oratoria; y un rubí de las Sirtes, cuyo fulgor disipa las tinieblas del espíritu. Artabán espolea su caballo, sin dejarlo abrevar en las afiladas aguas del Éufrates, y cabalga sin descanso hasta que, a las afueras de Borsippa, se tropieza con un hombre agonizante y desnudo. Se trata de un comerciante que ha sido desvalijado por unos ladrones y después vapuleado hasta la extenuación. Artabán lava con vino sus heridas y entablilla sus huesos tronzados. Cuando, horas más tarde, el viajero recupere la consciencia y confiese que los ladrones lo han desposeído de todos sus caudales, Artabán se apiadará de él y le regalará el diamante de Méroe que reservaba para el Socorredor.


Cuando llega a Barsippa, la noche ya desciende como un inmenso párpado acribillado de luciérnagas. Artabán sortea la sombra enhiesta de los obeliscos, el ruinoso desorden de los templos sin culto, y rodea las paredes del decrépito zigurat en cuyo interior podría haber anidado el Minotauro. En un zaguán descubre un pergamino con una inscripción todavía reciente: “Te hemos esperado en vano. No podemos dilatar más nuestro viaje. Síguenos a través del desierto. Que la estrella te guíe”. Azuza su caballo, que responde con un resoplido de agonía: los espumarajos asomaban a sus belfos, y en su mirada se avecina la muerte. Artabán acaricia los ijares todavía humeantes de su montura y prosigue el camino a pie.


El desierto, más infinito e intrincado que cualquier zigurat, acoge sus pasos y lo increpa con tormentas de arena que apuñalan su rostro y su fortaleza. Aunque las huellas de la comitiva de Melchor, Gaspar y Baltasar se han borrado, no extravía su rumbo, gracias al resplandor insomne de la estrella.

Cuando, andrajoso y famélico, llega a Belén de Judá, Artabán no encuentra señal alguna de los magos que le han precedido. En su lugar, se topa con la crueldad desatada de Herodes, que ha ordenado el exterminio de los varones recién nacidos, para combatir los augurios que lo asedian. Con espanto, Artabán contempla el exterminio de los inocentes, y se abalanza sobre un soldado que se dispone a saciar la sed de su espada en la sangre de un niño que aún no ha aprendido a llorar. A cambio del rubí que reservaba para el Socorredor, logra aplazar la furia del soldado, pero un capitán de Herodes lo sorprende en plena transacción, y ordena que lo encierren en las mazmorras del palacio de Jerusalén, donde Artabán padecerá una condena interminable de más de treinta años, millonaria de padecimientos que van apolillando su organismo y también su cordura.

En medio de las tinieblas de su encierro, aún acertará a escuchar rumores sobre un Galileo que sana a los enfermos y alivia los corazones atribulados. Confusamente, intuye que ese Galileo debe ser el Socorredor que un día remoto quiso honrar con sus regalos.

Artabán, agotando las últimas reservas de lucidez, escribe al procurador Poncio Pilatos, suplicando la redención de sus culpas. Cuando por fin le es otorgado el perdón, Artabán fatiga las tumultuosas calles de Jerusalén tambaleándose como un resucitado, con los ojos nublados de sol y los labios huérfanos de saliva.

Una riada de gentes se dirige al Gólgota, para presenciar la crucifixión de un profeta que ha osado blasfemar contra Dios, según el veredicto del Sanedrín. Artabán se deja arrastrar por la multitud, pero se detiene a recuperar el resuello en una plaza protegida de la inclemencia solar donde se está subastando como esclava a una doncella de cabellos de fuego, esbelta como el agua subterránea.

Artabán, hondamente conmovido, escarba entre sus andrajos y se decide a comprar la libertad de la muchacha con el pedazo de jaspe que ha custodiado, durante más de treinta años, con la exigua esperanza de podérselo entregar algún día a ese escurridizo Socorredor responsable de su infortunio. La muchacha besa sus arrugas y sus labios ardidos de decrepitud, en señal de agradecimiento, cuando, de repente, la tierra tiembla y el velo del templo se rasga y los sepulcros se abren y una piedra golpea en su caída a Artabán, que entre las telarañas de la inconsciencia aún acierta a vislumbrar la figura de un hombre que aproximadamente tiene la misma edad que él tenía cuando, para su desgracia, abandonó las laderas del monte Ushita.


Artabán contempla las facciones pacíficas de aquel hombre, su mirada sufriente y sin embargo impávida, y escucha su voz descendiendo como un bálsamo: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. Artabán parpadea, perplejo o desmemoriado: “¿Cuándo hice yo esas cosas?”, pregunta, a punto de desfallecer, mientras se mira las manos vacías de rubíes y diamantes y pedazos de jaspe, como una cosecha esquilmada. La muerte ya le borra la respiración cuando el hombre de voz como un bálsamo le susurra: “Cuanto hiciste por tus hermanos, lo has hecho por mi”.


Y Artabán, el cuarto mago de Oriente, se fundió con las estrellas en cuyo escrutinio había calcinado la juventud.

REYES Y MAGOS

La tumba de los magos, en la catedral de Colonia:



Las armas atribuidas a los magos, en la memoria heráldica universal:



DÍA DE REYES

Me examina un egregio de nuestras ciencias. Me remite preguntas que hace quien se preocupa por el estado de nuestra monarquía y su pasado reciente, no por quien se plantea abolirla.
Pregunta primera:
Según el derecho monárquico, el heredero de la corona era Juan de Borbón, pero los hechos hicieron que se coronara rey a Juan Carlos de Borbón, su hijo. Como monárquico que eres, ¿eso te pareció bien?

Respuesta a la primera cuestión:
La idea de que el almirante don Juan, el padre del rey, hubiera reinado tras la muerte del generalísimo era impensable desde todo punto de vista. Él era demócrata, (entonces decir eso era sinónimo de rojo) y no hubiera sido aceptado ni por los rojos, que eran casi bolcheviques, ni por los fachas, que todos prefían un gobierno militar. Así que la solución de conveniencia era, sin duda, que sucediera quien había sido educado en los principios del Movimiento. El actual rey.
Pregunta segunda:
Según las reglas de la monarquía, el heredero debe casarse con otro miembro de una Casa Real, si no lo hiciera, perdería su derecho a la corona. Felipe de Borbón se casó con una plebeya, pero sigue siendo el heredero. ¿Te parece correcto, o crees que Felipe de Borbón perdió su derecho al casarse con una plebeya?

Respuesta a la segunda cuestión:
Corren tiempos de cambio. Sin duda las monarquías han debido adaptarse a los nuevos avatares sociales y lo han conseguido con soltura y elegancia. Quizá hubiera sido preferible que nuestro príncipe de Asturias casara con una joven princesa (únicamente de una casa reinante, claro) dado que ya conocería el oficio y su extraña vida (o la falta de ella por ausencia de libertad de movimientos) como princesa no le habría resultado tan agobiante.

No obstante, considerar la pragmática como inalterable no ha lugar. Por un lado legalmente, en tanto que el régimen sucesorio lo establece la constitución no leyes propias de familia. Y desde un punto de vista práctico, no tiene sentido mantener tal costumbre toda vez que las casas reinantes ya son tan escasas que podría darse el caso de imposibilidad física de encontrar novia para el heredero de la corona.

Mi opinión es que contando con el derecho a suceder al trono de España por parte del actual príncipe de Asturias, la justificación moral de su condición de jefe del Estado vendrá definida únicamente por su comportamiento. No existirá más traba.
Pregunta tercera:
Y por último, si Felipe de Borbón tuviera un tercer hijo y este fuera varón, ¿quién crees que debería ser el heredero?

Respuesta a la tercera cuestión:
Si los príncipes de Asturias tuvieran ahora un varón imagino que habría que reformar la constitución para que la infanta doña Leonor pudiera reinar. El trámite sería largo, tedioso, si me apuras hasta anacrónico. Pero el resultado satisfaría a todos. En estos tiempos se exige igualdad. Bienvenida sea.

jueves, 5 de enero de 2012

JURAMENTO

Debo aprovechar estas fechas. El asunto es recurrente. Existen dos etapas a lo largo del año en las que el número de lectores se reduce a cifras irrisorias. Cuatro años escribiendo permiten establecer un modelo estadístico realmente fiable. Tanto en torno a la navidad, como durante el mes de agosto, el blog solamente es leído por usted mismo, improbable lector, prácticamente nadie más se acerca a esta tediosa página. Aprovechando la escasez de lectores me permitiré abordar un asunto que me tiene especialmente preocupado.
Es intuitivo, pero advierto un debate en torno a la propia existencia de la monarquía en España a raíz del desgraciado asunto de la fundación en la que participaba el duque de Palma de Mallorca.
Asuntos turbios en las altas esferas me imagino que existirán en todos los órdenes, no solo en el citado. Es decir, los gobiernos autonómicos, los ayuntamientos, los propios ministros… han sido objeto de feroces críticas periodísticas y de inicio de expedientes judiciales por incurrir en desfalcos, tráfico de influencias y demás delitos que sólo pueden cometer quienes tan elevados cargos ocupan. En fin, así gira el mundo. Y en cualquier caso, el porcentaje de encausados en relación al total de altos cargos resulta irrisorio.
Pero atacar a la monarquía, plantearse otra forma de jefatura del Estado por este asunto, me parece excesivo. Sería como si ante el encausamiento de cualquier político electo, nuestro pan de cada día a fin de cuentas, la sociedad se planteara la conveniencia de la democracia. Es absurdo.
Por otro lado, quienes atacan la monarquía como institución, tan demócratas ellos, olvidan que fue el pueblo español quien, a través de referéndum, decidió por amplísima mayoría establecer específicamente tal forma de jefatura del Estado al aprobar la Constitución.
En la era informática que nos ha tocado vivir, parece que la palabra carece de valor. Hasta hace bien poco la palabra de un caballero, o de una dama claro, tenía valor en sí misma. Hoy no. No obstante, un juramento es algo serio. Implica la voluntad propia de interponer como testigo del cumplimiento de lo dicho a la divinidad.
Me quiero referir, para concluir esta tediosa entrada, a que un elevadísimo porcentaje de los actuales españoles, los varones con edades comprendidas entre los treinta y los cincuenta y cinco, juramos en su momento, en una ceremonia castrense, defender al rey y el orden constitucional.
Y un juramento, improbable lector, se cumple.

miércoles, 4 de enero de 2012

HORARIO DE VISITAS

Existe voluntad de conseguir, por parte de los padres de la Patria, que cada vez lo pasemos mejor ¿ha reparado, improbable lector? Hasta hace diez o quince años apretarse tres cervezas y un güisqui no impedía sentarse al volante. Ahora no. Hasta hace un año fumar en un bar, con amigos, a los postres, era la imagen misma del divertimento. Ahora no. Hasta antesdeayer, tomar vacaciones durante un par de días de trabajo, uniéndolos a las fiestas nacionales, lo que de toda la vida se ha llamado coger un puente, permitía realizar una excursión más o menos atractiva. Ahora no. Los puentes también han quedado abolidos.
En cualquier caso, viajar desentumece. Despierta. El tiempo, esa categoría que considerábamos absoluta hasta que Einstein demostró su relatividad, se torna más lento, más aprovechable, más útil durante un viaje. Recordaremos de un viaje de fin de semana, ya no de puente, en qué se empleó el tiempo de cada tarde, de cada mañana, de cada noche.
Si se anima a hacer una escapada de un par de días a Londres, la capital del reino heráldico por excelencia, debe reservar un breve rato para acudir, improbable lector, al College of Arms.
Se encuentra situado muy cerca de la catedral de san Pablo, con lo que si programa visita a ésta no debe olvidar aquel.
Sede de los reyes de armas, heraldos y persevantes, únicamente admite visita particular a la sala de juicios de armas. Tribunal que se adorna con un sinfín de cimeras y con los estandartes de todos los oficiales de armas.
Uno de esos estandartes, además, campeará ondeante en la fachada indicando, como verdadera bandera de presencia, cuál de los oficiales cumple guardia.
Guardia que se prolongará una semana.
Sujeto a horario, es lo que hoy pretendía exponer a su infinita paciencia improbable lector, la propia red recoge en varias imágenes los periodos establecidos de admisión de visitas. Podrá consultarlos ampliando la imagen que sigue o visitando los siguientes enlaces:
http://www.flickr.com/photos/-kj/103429681/sizes/o/in/photostream/
http://www.flickr.com/photos/tracylee/22985042/sizes/o/in/photostream/
http://www.flickr.com/photos/tiredoflondon/5047665705/sizes/l/in/photostream/

domingo, 1 de enero de 2012

FELIZ AÑO


Mis mejores augurios por un año nuevo lleno de venturas para todos.

Que Dios nuestro Señor y María Santísima, su madre, nos colmen de bendiciones para que el año que comienza sea el marco de renovados esfuerzos en favor del prójimo.