El redactor de este tedioso blog de heráldica, (cómo me gusta llamarme a mí mismo el redactor), vive junto a su mujer e hijos en Torrelodones, en una vivienda de regular tamaño inscrita en una urbanización de treinta y seis casas de tamaño casi idéntico, durante diecinueve años blancas y desde ayer amarillas.
La disposición de las viviendas recuerda vivamente la película Qué verde era mi valle, del inmortal John Ford, ambientada en la revolución industrial británica.
Se trata, en suma, de dos hileras paralelas de dieciocho viviendas, todas seguidas, bastante estrechas pero largas en su interior, que posee, entre ambas filas de casas, un ancho pasillo enlosado en el que en verano juegan los niños mientras sus padres charlan trasegando cervezas.
Esta humilde casa, donde tiene usted la suya improbable lector, ha aumentado extraordinariamente su valor desde hace unos meses. Le debo este incremento al vecino de la vivienda situada exactamente frente a la mía. Se trata de un pianista profesional español que ensaya constantemente las obras de los clásicos, recién llegado de San Petesburgo donde, según dice él mismo, posee gran fama como concertista. Desconocemos su nombre por lo que lo hemos bautizado familiarmente como Sam, el famoso personaje pianista de la película Casablanca.
Mientras escribo estas líneas Sam interpreta a Tchaikovsky con gran firmeza mientras mi hija de nueve años, desluciendo el sonido ambiente, intenta ejecutar machaconamente una partitura escolar para flauta de dos líneas. Hemos pensado mi mujer y yo que, si necesitáramos vender la vivienda familiar, la deberíamos anunciar como Piano-bar con lo que, a pesar de la caída generalizada del valor de los pisos, nosotros aumentaríamos el beneficio.
Toda esta estúpida introducción me sirve para concluir con el contenido de la conversación que mantuve hace poco con un coronel del cuerpo jurídico. Todo un académico, habitual de las reuniones de la comunidad heráldica en Madrid, de gran inteligencia y autor de algunos libros absolutamente imprescindibles. Hombre reconocido justamente en este pequeño mundo nuestro de las ciencias heroicas.
Mientras tomábamos unos vinos de Rioja, tintos de buena calidad, después de felicitarle por un libro suyo sobre caballeros del siglo actual, me reveló su apreciación del blog que está leyendo, improbable lector. Me expuso que lo consideraba como una gran palestra, un gran foro en el que poder exponer y discutir temas heráldicos actuales.
La verdad es que la idea me dejó helado. Venía yo considerando mi propio espacio virtual como un sesudo monólogo heráldico y resulta que no, que los grandes exponentes de la comunidad heráldica lo toman, y lo quieren, como un foro de discusión. Ya antes otro académico me había señalado la misma idea: "quizá la aportación de tu blog es que sirve para que se puedan discutir algunos temas" me dijo.
Reflexionando sobre el asunto tuve que reconocer la verdad de la situación que planteaban. Éste tedioso blog no alcanza el nivel que poseen los grandes, los verdaderos investigadores heráldicos, los grandes maestros. Es más frívolo, más párvulo. La comparación me recordó la mezcla de sonidos habituales en mi casa: Mi vecino Sam interpretando magistralmente a los clásicos y mi hija pequeña desluciendo una partitura simple de flauta.
Al hilo de lo anterior recuerdo una anécdota sabrosa: Un escritor, Arguedas, reprochaba a don Julio Cortázar y al nobel don Mario Vargas-Llosa, verdaderos literatos, que hubieran abandonado Hispanoamérica para emigrar a Europa. La respuesta a aquella impertinencia provino de don Julio: “Tú tocas la quena en Peru, mientras yo dirijo una orquesta sinfónica en París”.