Redacto estas líneas deprisa, entrada ya la noche, apurando los últimos tragos de un buen vino de La Mancha que me he reservado para después de la tardía cena. Reflexionando sobre la extensa jornada me doy cuenta de que he cumplido, egoístamente, el axioma que ahora prima en filosofía. Me lo contaba mi prima, doña María Teresa Carrión Muñiz, vizcondesa de Real Filosofía en el reino del Maestrazgo: Aristóteles y sus categorías nos hicieron creer que el hombre busca incesantemente la felicidad. La psicología, en la que parece hoy apoyarse la más moderna tendencia filosófica, demuestra que no. El hombre no busca la felicidad, busca el placer. Y busca el placer, qué verdad más grande, aún a costa de la felicidad. (Piense improbable lector en quien come sin medida, entregado al placer de la gula, padeciendo después graves remordimientos a consecuencia del sobrepeso).
Hoy, escribo la noche del jueves tres de noviembre, salvando el tedio de una monótona obligación laboral que abarca la mañana, he dedicado la tarde a la búsqueda de ese placer intelectual que nos recuerda la moderna filosofía, en el área que más me interesa. Efectivamente, sagaz e improbable lector, me refiero a que he podido intercambiar opiniones sobre el conjunto de ciencias heroicas con los maestros.
Convocados por el anuncio, fallido a última hora, de la visita a Madrid de don Javier de Cruïlles, hemos celebrado tertulia heráldica a eso de las tres del mediodía. El marqués de Utrera, el barón de Sórvigo, el señor de Sabiote, monseñor Habanos y quien redacta. Como siempre brillante, educativa y amena charla. Un placer para el intelecto.
Sobremesa con copas en el bar de al lado. Larga y bien regada tormenta de deslumbrantes e hilarantes ideas sobre un proyecto heráldico conjunto. Otro placer para la mente.
A la hora de la cita, anunciada días atrás, urgente trayecto hasta la sede del Colegio heráldico de España y de las Indias, en la calle Serrano, que no tenía el honor de haber visitado. Recibimiento inesperadamente cordial por parte de las distinguidas autoridades heráldicas que allí se encontraban: El maestro don José María de Montells, el marqués de Casa Real, don Juan de Ranea, el maestro don Fernando del Arco y el profesor don Florentino Antón Reglero. Regalo para mis oídos de variados cumplidos sobre la bondad del tedioso blog que está leyendo, improbable lector. Otro inmerecido placer.
La convocatoria anunciaba la presentación del libro del maestro Montells sobre la caballería de san Lázaro a cargo del profesor don Daniel García Riol, conde de las Órdenes del Trono, en el reino del Maestrazgo. Una muy preparada conferencia sobre la bondad, sobre la vigencia permanente de los valores que inflaman la caballería, no solo de la religión de san Lázaro, sino del conjunto de órdenes. Una disertación de veras brillante. Otro placer intelectual más.
El posterior debate, breve, sobre la legitimidad de la corporación lazarista, ha puesto de manifiesto, tanto a través del maestro Montells como del marqués de Almazán, el acatamiento de la religión católica por parte de sus miembros, con una declaración de fe expresamente pronunciada, a pesar del admitido carácter ecuménico que recorre la hermandad. Un nuevo placer intelectual.
Y por fin, concluidos los actos, cervezas y tortilla en el bar de al lado del Colegio heráldico departiendo en animado coloquio con el marqués de Almazán, don Juan de Ranea junto a su distinguida esposa, doña Maria Rosa Rodrigo y algunos invitados más. El último de la larga cadena de placeres intelectuales.
Como expresaba más arriba, una tarde dedicada en exclusiva a la búsqueda del placer intelectual, cumpliendo el axioma de la nueva corriente filosófica. Y ahondando en el mismo, al llegar a casa tarde, a medio cenar, cansado y sin paraguas bajo una noche lluviosa, la sensación de haber buscado el placer aún a costa de la felicidad.