miércoles, 20 de abril de 2011

CONCLUSIÓN

PUNTO Y FINAL

Por el doctor don José María de Montells y Galán
I vizconde de Portadei, en el reino de Georgia
Juez de armas de la Orden de san Lázaro


Mi qdo. amigo

Dos no discuten, si uno no quiere. Yo no quiero. Hay quien pretende transformar un saludable debate académico sobre la condición lazarista del general Levashov, en una trifulca grotesca de descalificaciones infantiles.

Me sería muy fácil señalar deslices y denunciar similitudes, algo más que curiosas, con textos canónicos, en algunos prestigiosos autores que se arrogan el don pontificio de la infabilidad. Todos cometemos errores. Yo, por supuesto, también, aunque algunos que me atribuyen no los he cometido nunca. Pero la sensatez y el buen gusto me aconsejan no entrar en un toma y daca, que personalmente juzgo deleznable. Por ahí no paso. Estoy siempre disponible para la polémica rigurosa con cualquiera, con argumentos meditados, sobre la legitimidad de la Orden de San Lázaro, en el marco de la cortesía y el respeto mutuo, pero me niego a rebajar el debate a un enfrentamiento personal ridículo que no conduce a parte alguna. Los modales no se deben perder nunca.

Con relación al tema que nos ocupa, sigo sin poder pronunciarme. A la vista del retrato de Levashov que se conserva en Nevgorod

y de la efigie del general Rykov del Hermitage (que he conocido gracias al Sr. Cerda Acevedo)
y en ambos casos, estoy por afirmar que son cruces de San Lázaro. Es más, en el retrato de Rykov, la placa de pecho no puede ser la Gran Cruz de la orden prusiana, ya que ésta se estableció en 1866 y Rykov murió en 1827.
La cruz de Levashov es verde, sin que su color se pueda atribuir a la acción de los óxidos que con frecuencia viran las tonalidades en el lienzo.
Aunque, sinceramente, no estoy seguro del todo, por lo que agradecería la ayuda de los que tengan mejor vista o más información. En todos los demás retratos señalados por el Sr. Cerda, parece que se trata de la insignia de la Blue Max y felicito por ello al Sr. Rodríguez López-Abadía que fue el primero en darse cuenta.
 
Así que, por ahora, el misterio sigue sin desvelarse y hasta aquí ha llegado mi modesta aportación, harto, como estoy, de absurdas disputas. Punto y final, que dijo el clásico.