UNA GEMA HISTÓRICA DEL TESORO REAL INGLÉS
Por José Luis Sampedro Escolar
Su Graciosa Majestad Británica luce periódicamente, en la ceremonia de apertura de la legislatura parlamentaria, en la Cámara de los Lores, una de las joyas más fastuosas del mundo, la Corona Imperial del Estado.
Esta corona se creó en 1953 para la coronación de Isabel II.
En ella resplandecen tres piedras preciosas de incalculable valor: el diamante Culliman II, el zafiro de San Eduardo y la espinela del Príncipe Negro.
Esta última fue considerada durante siglos un rubí (lo que le hubiera dado un valor económico aún mayor del que tiene realmente), de aproximadamente 170 quilates, de un arcaico pulido sin facetar y que mide 5,08 centímetros
De esta piedra tenemos noticias desde el siglo XIV. Edward Woodstock, Príncipe de Gales y heredero de Eduardo III de Inglaterra
la recibió como regalo de manos de Pedro I de Castilla (apodado por unos el Justiciero y, por otros, quizás los más, el Cruel)
como agradecimiento por la ayuda prestada en la batalla de Nájera, que el monarca castellano sostuviera contra su hermano bastardo, Enrique de Trastámara, el 3 de abril de 1367.
Anteriormente, la piedra estuvo en el tesoro de los monarcas nazarís de Granada.
Mohamed V fue destronado en 1355 por su hermano Ismail II y éste, posteriormente, por Abu Zaid, luego Mohamed VI, que recibió, según alguno, por el color de su cabello, y según otros por el nombre de su linaje, el apelativo de “El Rey Bermejo”.
Mohamed V, que salvó la vida huyendo vestido de mujer en 1355, recuperó el poder en Granda en 1362 y el traidor Mohamed VI llegó a Sevilla para pedir ayuda a Pedro en su intento de volver al trono de la Alhambra.
El soberano de Castilla invitó al Rey Bermejo a una cena en el Alcázar de Sevilla y, siguiendo la crónica del Canciller Ayala, sabemos que lo encarceló con su séquito y, tras ser registrados (catados dice el Canciller) se encontraron gran cantidad de piedras (balajes), perlas y doblas de oro.
Mohamed VI fue alanceado en el campo de Tablada por el propio Pedro, quien envió la cabeza a su aliado, Mohamed V, conservando, como parece lógico, los tesoros del desdichado “Rey Bermejo”.
El Príncipe Negro murió en 1376, un año antes que su padre, y la piedra sangrienta entró en el tesoro real inglés.
El Rey Enrique V lo hizo engastar en su yelmo
y el 25 de octubre de 1415, durante la batalla de Agincourt contra los franceses, recibió un fuerte golpe en la cabeza, que le hubiese causado la muerte de no ser por la protección dispensada por su casco enjoyado.
El monarca inglés no sólo salvó la vida sino que alcanzó la victoria en esa jornada, lo cual aún recuerda su heredera Isabel II cuando muestra la joya a sus más ilustres visitantes.
Nace así la leyenda de los poderes protectores y taumatúrgicos de esta piedra preciosa, hasta que Ricardo III pereció de las heridas recibidas en la batalla de Bosworth, el 22 de agosto de 1485, ocasión en la que no olvidó portar el supuesto talismán bermejo.
Desaparecido tras la ejecución de Carlos I, el Príncipe Negro reaparece en 1660, cuando Carlos II se sienta en el trono de su decapitado padre y recibe la gema del anónimo comprador que se hizo con ella tras la venta decretada por el Lord Protector.
Desde entonces se custodia en la Torre de Londres,
habiendo sobrevivido a los graves peligros de la Historia, como el robo de 1841 o los bombardeos alemanes sobre Londres durante la II Guerra Mundial.