Escribe unas atentas líneas mosén Gabriel Carrió i Amat, vicario de Santa María de Cornellà, en la archidiócesis de Barcelona, acompañando sus palabras de la fotografía que sigue y aclarando que se trata del sepulcro de Pere V de Queralt, en Santa Coloma de Queralt, labrado en torno al año 1370.Esta imagen da pie a recordar el artículo titulado heráldica funeraria, del maestro don Faustino Menéndez-Pidal de Navascués, publicado tanto en la revista Hidalguía como en el libro Leones y Castillos, de la academia de la Historia.En este artículo, el maestro Menéndez-Pidal recuerda varias ideas que se desean transmitir:
Efectivamente, una manifestación de duelo por la muerte de un allegado era la disposición invertida del escudo del finado, en su caballo de combate, durante el recorrido que realizaba la comitiva mortuoria.Señal de duelo que hoy admiramos en algunos monumentos funerarios de la época como el sepulcro del infante don Felipe, hijo del rey san Fernando, en Villalcázar de Sirga, o en el sepulcro de la familia Meneses procedente de Matallana que hoy se expone en Barcelona, en el Museu d´art de Cataluyna.
Otra de las formas de manifestación de dolor que el maestro Menéndez-Pidal recuerda en su artículo es el cubrimiento de las armas del finado con un paño negro, ocultando a la vista el escudo.
Por último, la forma más habitual de mostrar el duelo consistía en abandonar el escudo del fallecido en el suelo, sobre su tumba. Dado que en la etapa medieval muchos de los enterramientos se realizaban en el interior de las iglesias, es fácil comprender el enorme inconveniente que suponía la necesidad de ir sorteando los escudos que se iban disponiendo sobre el suelo.
Tal gravedad debió alcanzar esta circunstancia que el obispo de la sede burgalesa, fray Pascual de Ampudia, a finales del siglo XV ordenó, bajo pena de excomunión, que no se dispusiese el escudo del fallecido sobre su tumba a nivel del suelo más allá de los nueve días.
Probablemente de esta costumbre de colocar el escudo sobre la piedra que servía de lápida proviene la actual de hacer labrar sobre la misma piedra las armas de quien ocupa la sepultura. En los sepulcros en lucillos, esto es, aquellos que se disponían al lado de las paredes ocurría algo similar, se colgaban los escudos al lado de la tumba y así han llegado hasta nuestros días algunos de ellos, como los conservados en la real armería de Madrid procedentes del monasterio de san Salvador de Oña y pertenecientes a las tumbas del siglo XII de los condes don Gonzalo Salvadores y don Nuño Álvarez.
Recientemente hemos observado esta costumbre en una iglesia de Valladolid:Para terminar, ahondando en lo apuntado más arriba relativo al origen medieval de la actual costumbre de esculpir las armas en la lápida sepulcral, los primeros escudos que se labraron sobre tumbas en este preciso entorno histórico, se representaron colgando del arnés posterior que sirve para poder embrazarlo. Arnés que se denomina tiracol.
Efectivamente, una manifestación de duelo por la muerte de un allegado era la disposición invertida del escudo del finado, en su caballo de combate, durante el recorrido que realizaba la comitiva mortuoria.Señal de duelo que hoy admiramos en algunos monumentos funerarios de la época como el sepulcro del infante don Felipe, hijo del rey san Fernando, en Villalcázar de Sirga, o en el sepulcro de la familia Meneses procedente de Matallana que hoy se expone en Barcelona, en el Museu d´art de Cataluyna.
Otra de las formas de manifestación de dolor que el maestro Menéndez-Pidal recuerda en su artículo es el cubrimiento de las armas del finado con un paño negro, ocultando a la vista el escudo.
Por último, la forma más habitual de mostrar el duelo consistía en abandonar el escudo del fallecido en el suelo, sobre su tumba. Dado que en la etapa medieval muchos de los enterramientos se realizaban en el interior de las iglesias, es fácil comprender el enorme inconveniente que suponía la necesidad de ir sorteando los escudos que se iban disponiendo sobre el suelo.
Tal gravedad debió alcanzar esta circunstancia que el obispo de la sede burgalesa, fray Pascual de Ampudia, a finales del siglo XV ordenó, bajo pena de excomunión, que no se dispusiese el escudo del fallecido sobre su tumba a nivel del suelo más allá de los nueve días.
Probablemente de esta costumbre de colocar el escudo sobre la piedra que servía de lápida proviene la actual de hacer labrar sobre la misma piedra las armas de quien ocupa la sepultura. En los sepulcros en lucillos, esto es, aquellos que se disponían al lado de las paredes ocurría algo similar, se colgaban los escudos al lado de la tumba y así han llegado hasta nuestros días algunos de ellos, como los conservados en la real armería de Madrid procedentes del monasterio de san Salvador de Oña y pertenecientes a las tumbas del siglo XII de los condes don Gonzalo Salvadores y don Nuño Álvarez.
Recientemente hemos observado esta costumbre en una iglesia de Valladolid:Para terminar, ahondando en lo apuntado más arriba relativo al origen medieval de la actual costumbre de esculpir las armas en la lápida sepulcral, los primeros escudos que se labraron sobre tumbas en este preciso entorno histórico, se representaron colgando del arnés posterior que sirve para poder embrazarlo. Arnés que se denomina tiracol.