Recuerdo de una antigua entrada que, al contrario de lo previsto, no generó debate alguno:
Hoy se desea proponer, improbable lector, una somera reflexión sobre la vigencia de algunos principios.Hasta 1836, la nobleza en estos reinos que se hoy se llaman España podía clasificarse en dos clases: La nobleza titulada y la nobleza sin titular.
La nobleza titulada ha sabido encontrar su sentido en la actual sociedad. Los títulos de nobleza se otorgan hoy, en buena medida como ayer, para mantener viva la memoria de aquel que se hizo acreedor de la merced nobiliaria por sus extraordinarios méritos.Así expresamente se establece en la ley 33/2006 sobre la aplicación del principio de igualdad ante la ley: En la concesión de dignidades nobiliarias de carácter perpetuo, a su naturaleza honorífica hay que añadir la finalidad de mantener vivo el recuerdo histórico al que se debe su otorgamiento, razón por la cual la sucesión en el título queda vinculada a las personas que pertenezcan al linaje del beneficiario de la merced. Este valor puramente simbólico es el que justifica que los títulos nobiliarios perpetuos subsistan en la actual sociedad democrática, regida por el principio de igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley.No se crearon los títulos, ni se crean en la actualidad, con el fin de otorgar privilegios que enmascaren un fraude a la, exigida constitucionalmente, igualdad ante la ley. La concesión de títulos pretende mantener la memoria del insigne acreedor de la merced, proponiéndose, igual que la Iglesia hace con los santos, a un individuo como modelo para la sociedad.Por el contrario, la nobleza no titulada sí ha visto alterada gravemente su existencia, su forma vital, su modus vivendi. Así, desde que en torno a 1836 se produjera la confusión de estados, esto es, desde que la corona y las cortes decidieran abolir los privilegios de la nobleza no titulada, su existencia ha venido perdiendo significado.Lo que ocurrió en 1836 no fue tanto que el estado aboliera la nobleza no titulada, la hidalguía. Lo que sucedió fue que la administración estatal se desentendió de esa materia, dejando a su libre albedrío a los hidalgos. Se abolieron sus privilegios fiscales y se reformó el sistema de ingreso en determinados oficios de la administración que solamente admitían a nobles. Ésta nobleza no titulada, la llamada hidalguía, quedó en consecuencia libre de regulación estatal. Y la realidad es que los decretos que pretendían la confusión de estados, realmente lo consiguieron.La nobleza titulada mantiene su vigencia, sigue viva, en tanto que cada año aumenta su nómina de miembros con la concesión, por la corona, de nuevos títulos. Mercedes nobiliarias que son creadas para recompensar a aquellos distinguidos individuos de nuestra sociedad que se proponen como modelos a seguir.
Por el contrario, la nobleza no titulada, que actualmente se agrupa en torno a asociaciones de nobles de diferentes categorías, está llamada a desaparecer en no muchos años. El motivo se reduce al hecho cierto de no admitir más nobleza hidalga que la reconocida como tal con anterioridad a la confusión de estados y, al no considerarse transmisible la antigua hidalguía más que por vía de varón, su futuro se prevé incierto.Evidentemente es una lástima. Resulta obligado reconocer que, en un momento histórico pasado, la clase hidalga dio a la nación española momentos de gloria y heroísmo. Los hidalgos demostraron con sus actos, con sus vidas enteras, ser verdaderos ejemplos para la sociedad. Hoy sus herederos, nadie lo pone en duda, son insignes representantes, no solo por su sangre, sino por sus actos, de aquellos hidalgos que tanta gloria dieran a España.Pero su actual error adaptativo puede resultar terminal al no reconocer que, hasta la confusión de estados, la clase hidalga era permeable admitiendo nuevos miembros.
Aferrada hoy a un pasado que, aunque evidentemente glorioso y heroico, resulta estéril al no renovarse, debería conducir su actitud hacia un replanteamiento, aperturista, de sus criterios asociativos.Quienes actualmente consideran vigente la hidalguía por su sentido estricto de herencia de sangre, obviando en buena medida los superiores principios caballerescos que le otorgaron valor, no hacen sino pretender perpetuar un pasado de privilegios, cada vez más alejado temporalmente, intentando revivir una gloria que ya se extinguió.El culto a un pasado heroico resulta indudablemente saludable, pero si no sirve como modelo social actual, como ejemplo vital para que sangre nueva refresque la institución y sirva como acicate social, no dejará de ser una simple recreación anacrónica.
Hoy se desea proponer, improbable lector, una somera reflexión sobre la vigencia de algunos principios.Hasta 1836, la nobleza en estos reinos que se hoy se llaman España podía clasificarse en dos clases: La nobleza titulada y la nobleza sin titular.
La nobleza titulada ha sabido encontrar su sentido en la actual sociedad. Los títulos de nobleza se otorgan hoy, en buena medida como ayer, para mantener viva la memoria de aquel que se hizo acreedor de la merced nobiliaria por sus extraordinarios méritos.Así expresamente se establece en la ley 33/2006 sobre la aplicación del principio de igualdad ante la ley: En la concesión de dignidades nobiliarias de carácter perpetuo, a su naturaleza honorífica hay que añadir la finalidad de mantener vivo el recuerdo histórico al que se debe su otorgamiento, razón por la cual la sucesión en el título queda vinculada a las personas que pertenezcan al linaje del beneficiario de la merced. Este valor puramente simbólico es el que justifica que los títulos nobiliarios perpetuos subsistan en la actual sociedad democrática, regida por el principio de igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley.No se crearon los títulos, ni se crean en la actualidad, con el fin de otorgar privilegios que enmascaren un fraude a la, exigida constitucionalmente, igualdad ante la ley. La concesión de títulos pretende mantener la memoria del insigne acreedor de la merced, proponiéndose, igual que la Iglesia hace con los santos, a un individuo como modelo para la sociedad.Por el contrario, la nobleza no titulada sí ha visto alterada gravemente su existencia, su forma vital, su modus vivendi. Así, desde que en torno a 1836 se produjera la confusión de estados, esto es, desde que la corona y las cortes decidieran abolir los privilegios de la nobleza no titulada, su existencia ha venido perdiendo significado.Lo que ocurrió en 1836 no fue tanto que el estado aboliera la nobleza no titulada, la hidalguía. Lo que sucedió fue que la administración estatal se desentendió de esa materia, dejando a su libre albedrío a los hidalgos. Se abolieron sus privilegios fiscales y se reformó el sistema de ingreso en determinados oficios de la administración que solamente admitían a nobles. Ésta nobleza no titulada, la llamada hidalguía, quedó en consecuencia libre de regulación estatal. Y la realidad es que los decretos que pretendían la confusión de estados, realmente lo consiguieron.La nobleza titulada mantiene su vigencia, sigue viva, en tanto que cada año aumenta su nómina de miembros con la concesión, por la corona, de nuevos títulos. Mercedes nobiliarias que son creadas para recompensar a aquellos distinguidos individuos de nuestra sociedad que se proponen como modelos a seguir.
Por el contrario, la nobleza no titulada, que actualmente se agrupa en torno a asociaciones de nobles de diferentes categorías, está llamada a desaparecer en no muchos años. El motivo se reduce al hecho cierto de no admitir más nobleza hidalga que la reconocida como tal con anterioridad a la confusión de estados y, al no considerarse transmisible la antigua hidalguía más que por vía de varón, su futuro se prevé incierto.Evidentemente es una lástima. Resulta obligado reconocer que, en un momento histórico pasado, la clase hidalga dio a la nación española momentos de gloria y heroísmo. Los hidalgos demostraron con sus actos, con sus vidas enteras, ser verdaderos ejemplos para la sociedad. Hoy sus herederos, nadie lo pone en duda, son insignes representantes, no solo por su sangre, sino por sus actos, de aquellos hidalgos que tanta gloria dieran a España.Pero su actual error adaptativo puede resultar terminal al no reconocer que, hasta la confusión de estados, la clase hidalga era permeable admitiendo nuevos miembros.
Aferrada hoy a un pasado que, aunque evidentemente glorioso y heroico, resulta estéril al no renovarse, debería conducir su actitud hacia un replanteamiento, aperturista, de sus criterios asociativos.Quienes actualmente consideran vigente la hidalguía por su sentido estricto de herencia de sangre, obviando en buena medida los superiores principios caballerescos que le otorgaron valor, no hacen sino pretender perpetuar un pasado de privilegios, cada vez más alejado temporalmente, intentando revivir una gloria que ya se extinguió.El culto a un pasado heroico resulta indudablemente saludable, pero si no sirve como modelo social actual, como ejemplo vital para que sangre nueva refresque la institución y sirva como acicate social, no dejará de ser una simple recreación anacrónica.