Se habló en una reciente entrada del nacimiento y evolución de la orden de caballería. Allí se expuso que en torno a finales del siglo X, pero sobre todo a partir del siglo XI, grupos de jinetes armados, más o menos organizados, contingentes bélicos de entidad, recibieron la influencia de la Iglesia para organizarse en torno a un ideal superior, el representado por la pertenencia a la propia orden de caballería. Orden de caballería carente en ese periodo de sustento jurídico, de cuerpo legal, pero no por ello inexistente. Como se expuso, los caballeros tenían durante ese periodo inicial clara conciencia de pertenecer a mismo cuerpo, una misma hermandad ideal, que encarnaba esos principios morales: La orden de caballería.Es a partir de la notabilísima influencia del abad de Claraval, san Bernardo, cuando la orden de caballería comienza a abandonar ese frescor, esa espontaneidad derivada de la conciencia de hermandad ideal. La necesaria organización de los cada vez más numerosos caballeros que decidieron permanecer en Tierra Santa, tras el éxito de las primeras cruzadas, condujeron a la aparición de verdaderos cuerpos armados de caballeros. Contingentes armados que requirieron de un cuerpo legal y administrativo que los sustentara jurídicamente. San Bernardo, al redactar el elogio de la nueva milicia, al respaldar de forma inequívoca la nueva vocación de los monjes-caballeros, extravió la ideal orden de caballería para crear una nueva orden, de caballeros, pero con un cuerpo organizativo bien definido. Así, tras la adopción de reglas similares por parte de las nacientes órdenes de caballeros, no solo en Tierra Santa, sino en toda la cristiandad, la orden de caballería genérica, ideal, perdió su vigor, siendo desde entonces los caballeros, necesariamente, miembros de alguna orden definida canónica y jurídicamente como tal. Órdenes que recibieron los conocidos nombres del Hospital, del Templo, de san Lázaro, de los alemanes o teutones, de Calatrava…La evolución de esas órdenes exigió de los neófitos no solo su voluntad guerrera enmarcada en un propósito religioso ideal, sino que requirieron poco a poco prueba de nobleza. (Quizá fue al revés y resultó que la nobleza tomó como aspiración el acceso a la caballería). Nobleza en cualquier caso exigida que, a la postre, las convirtió con el devenir de los siglos en asociaciones de nobles que supieron mantener el origen primigenio de la ideal orden de caballería universal, consolidando en buena medida la común voluntad de adhesión a valores y principios superiores.Hoy la recepción en cualquiera de las órdenes de caballería que subsisten y de aquellas nuevas que se han creado con el paso del tiempo mantienen sí la tradición de la ceremonia de armar caballero como rito exigido para la recepción en las mismas. Para terminar, reseñar que incluso hoy, más que en siglos anteriores, se requiere de una dosis de religiosidad que, en buena medida, ha recreado la tradición de pertenencia a un común ideal superior.Así, el rito de armar caballero que el fraile franciscano Raimon Llull, en castellano Raimundo Lulio, estableció en su llibre de l´ordre de cavallería, no difiere excesivamente de la actual ceremonia de recepción en la práctica totalidad de las órdenes que aún subsisten.