Me recrimina doña Arancha Piedrafita y Martín, Zalabardo y Orejas, de los Piedrafita de Zaragoza de toda la vida, mi esposa, cuyas armas son estas, que cuando comienzo a contar cosas no soy capaz de callar. La prueba evidente de su razón es que no acostumbra a escucharme cuando empiezo a hilvanar un sucedido detrás de otro. Al contrario que mi hijo mayor, Arturo Carrión y Piedrafita, Rangel y Martín, de los Carrión de Torrelodones de toda la vida, aún no don Arturo que no es bachiller, de once años, que en su inocencia todavía considera divertidísimas las cosas que se me van ocurriendo.
Hoy se proponen, improbable lector, un par de anécdotas surgidas a partir del relato del monumento conmemorativo de las Navas.Revelan las crónicas que días antes de la batalla, el ejército cristiano no encontraba un paso franco para atravesar la escarpada sierra. Suponiendo la impedimenta necesaria para trasladar un ejército que alcanzaba los ciento cincuenta mil hombres, el asunto se tornó crucial. Se resolvió recurriendo a la experiencia de un joven pastor que, presentado en la tienda del rey Alfonso VIII, reveló la existencia de un paso secreto. Paso que aseguró la movilización de todo el contingente cristiano al otro lado de la sierra sin percance y que, en última instancia, aseguró el éxito de la batalla.Las milicias de la villa de Madrid que acudieron a la convocatoria de su rey para participar en la batalla, quisieron ver en aquel joven al mismísimo san Isidro, cuyo cuerpo incorrupto se muestra en la fotografía que sigue. De hecho, cuenta una piadosa crónica, un mes después de concluida la campaña, el propio rey Alfonso VIII de paso por Madrid para agradecer su esfuerzo bélico y humano, queriendo venerar el cuerpo incorrupto de su santo patrón reconoció en él al joven que reveló el paso secreto para alcanzar el lado sur de la sierra.No obstante lo anterior, la realidad fue mucho más prosaica. El joven era en realidad un pastor, Martín Alhaja, que aprovechó la circunstancia favorable para pedir el favor de su rey. Favor que alcanzó, siendo el origen, al modificar su apellido, del linaje Cabeza de Vaca, uno de cuyos descendientes fue conquistador de la Florida y del norte de México, hoy territorios desgajados de la corona española en Norteamérica.
El origen de ese curioso apellido proviene de un cráneo de vaca que servía de señal para indicar el inicio del camino que conocía el muchacho. Cabezas de vaca que aún portan en bordura de azur los descendientes de aquel pastor cuyas armas, establece una leyenda, otorgó el propio rey don Alfonso VIII.Al hilo de esta anécdota surge otra inmediata. Las huestes que envió a las Navas el concejo de Madrid, nos recuerda la crónica de un protagonista de primera mano, el arzobispo Ximénez de Rada, no portaban como emblema los conocidos oso y madroño, sino un sembrado de estrellas de plata sobre el gules del reino de Castilla. Sembrado de estrellas que no era tal sino la representación de la constelación de la osa mayor, que entonces significaba a la villa.
Hoy se proponen, improbable lector, un par de anécdotas surgidas a partir del relato del monumento conmemorativo de las Navas.Revelan las crónicas que días antes de la batalla, el ejército cristiano no encontraba un paso franco para atravesar la escarpada sierra. Suponiendo la impedimenta necesaria para trasladar un ejército que alcanzaba los ciento cincuenta mil hombres, el asunto se tornó crucial. Se resolvió recurriendo a la experiencia de un joven pastor que, presentado en la tienda del rey Alfonso VIII, reveló la existencia de un paso secreto. Paso que aseguró la movilización de todo el contingente cristiano al otro lado de la sierra sin percance y que, en última instancia, aseguró el éxito de la batalla.Las milicias de la villa de Madrid que acudieron a la convocatoria de su rey para participar en la batalla, quisieron ver en aquel joven al mismísimo san Isidro, cuyo cuerpo incorrupto se muestra en la fotografía que sigue. De hecho, cuenta una piadosa crónica, un mes después de concluida la campaña, el propio rey Alfonso VIII de paso por Madrid para agradecer su esfuerzo bélico y humano, queriendo venerar el cuerpo incorrupto de su santo patrón reconoció en él al joven que reveló el paso secreto para alcanzar el lado sur de la sierra.No obstante lo anterior, la realidad fue mucho más prosaica. El joven era en realidad un pastor, Martín Alhaja, que aprovechó la circunstancia favorable para pedir el favor de su rey. Favor que alcanzó, siendo el origen, al modificar su apellido, del linaje Cabeza de Vaca, uno de cuyos descendientes fue conquistador de la Florida y del norte de México, hoy territorios desgajados de la corona española en Norteamérica.
El origen de ese curioso apellido proviene de un cráneo de vaca que servía de señal para indicar el inicio del camino que conocía el muchacho. Cabezas de vaca que aún portan en bordura de azur los descendientes de aquel pastor cuyas armas, establece una leyenda, otorgó el propio rey don Alfonso VIII.Al hilo de esta anécdota surge otra inmediata. Las huestes que envió a las Navas el concejo de Madrid, nos recuerda la crónica de un protagonista de primera mano, el arzobispo Ximénez de Rada, no portaban como emblema los conocidos oso y madroño, sino un sembrado de estrellas de plata sobre el gules del reino de Castilla. Sembrado de estrellas que no era tal sino la representación de la constelación de la osa mayor, que entonces significaba a la villa.