Influenciado por las clases de repaso de heráldica que tenemos el honor de recibir de la experiencia del teniente coronel don Eduardo García-Menacho Osset, caballero de la orden soberana de Malta, se desean proponer a su consideración, improbable lector, a lo largo de varias entradas, algunos datos que, aunque se puedan considerar en exceso obvios, resulta conveniente recordar.
Para empezar se propone algo tan evidente, tan sabido, tan manido como son los esmaltes heráldicos.En España y en las naciones que conformaron su imperio se consideran válidos once esmaltes. No obstante, discrepamos con la existencia de uno de ellos.
Los esmaltes son estos:
Dos metales: El oro y la plata.
Cuatro colores: Gules, azur, sinople y sable.
Un color que se emplea también como metal: El púrpura.
Dos forros: Veros y armiños y
dos esmaltes más: Carnación y el color natural, siendo este último, a nuestro juicio, el peor ejemplo de rigor heráldico y con el que, en consecuencia, discrepamos.
Los dos últimos reseñados es habitual obviarlos en todas las relaciones de esmaltes redactadas por los más variados autores, no obstante, en especial el color carnación, es aceptado sin reparos por el total de los heraldistas.El segundo, el denominado color natural, que tantas veces hemos podido observar en el blasonamiento de escudos, en especial a partir de la época más barroca de la heráldica, es a nuestro juicio un esmalte impropio de nuestra ciencia.
No es científico considerar, por muy a menudo que lo hayamos podido observar escrito en múltiples blasonamientos, que se trate de un esmalte que pudiera usarse antes de la época que se considera de decadencia de la heráldica.Así, más nos parece propio de escudos, habitualmente cuartelados y contracuartelados, en los que se abigarraban muchas figuras representadas sobre piedra sin colorear y de los que, pasados los años, nadie recordaba los esmaltes, aquellos en los que se prefirió, por ignorancia al blasonar, definir como de su color natural.Evidentemente sometidos a superior criterio, consideramos que los escudos originales, aquellos que realmente fueron portados por los guerreros en el campo del honor, no colorearon su, por ejemplo, león rampante de su color natural.
Para empezar se propone algo tan evidente, tan sabido, tan manido como son los esmaltes heráldicos.En España y en las naciones que conformaron su imperio se consideran válidos once esmaltes. No obstante, discrepamos con la existencia de uno de ellos.
Los esmaltes son estos:
Dos metales: El oro y la plata.
Cuatro colores: Gules, azur, sinople y sable.
Un color que se emplea también como metal: El púrpura.
Dos forros: Veros y armiños y
dos esmaltes más: Carnación y el color natural, siendo este último, a nuestro juicio, el peor ejemplo de rigor heráldico y con el que, en consecuencia, discrepamos.
Los dos últimos reseñados es habitual obviarlos en todas las relaciones de esmaltes redactadas por los más variados autores, no obstante, en especial el color carnación, es aceptado sin reparos por el total de los heraldistas.El segundo, el denominado color natural, que tantas veces hemos podido observar en el blasonamiento de escudos, en especial a partir de la época más barroca de la heráldica, es a nuestro juicio un esmalte impropio de nuestra ciencia.
No es científico considerar, por muy a menudo que lo hayamos podido observar escrito en múltiples blasonamientos, que se trate de un esmalte que pudiera usarse antes de la época que se considera de decadencia de la heráldica.Así, más nos parece propio de escudos, habitualmente cuartelados y contracuartelados, en los que se abigarraban muchas figuras representadas sobre piedra sin colorear y de los que, pasados los años, nadie recordaba los esmaltes, aquellos en los que se prefirió, por ignorancia al blasonar, definir como de su color natural.Evidentemente sometidos a superior criterio, consideramos que los escudos originales, aquellos que realmente fueron portados por los guerreros en el campo del honor, no colorearon su, por ejemplo, león rampante de su color natural.