martes, 23 de diciembre de 2008

LA CIMERA DEL DRAGÓN

Dado que Fortuna no ha querido otorgarnos algún premio en el sorteo de la lotería celebrado ayer, se sigue redactando este tedioso blog que está leyendo, improbable lector, desde Torrelodones, cerca de Madrid, no desde las Islas Caimán.
Ya se habló en este espacio virtual de la fábula de las cadenas de las armas del reino de Navarra. Y de la bonita historia de la creación con sangre de los palos del escudo del principado de Cataluña. Fábulas muy gráficas, muy didácticas, que permiten recordar rápidamente el origen y la figura del escudo del reino.La tradicional cimera de los reyes de Aragón, que incluso se mantiene en los escudos actuales en forma, no solo de dragón, sino de murciélago, tiene también una fábula que hace muy poético y didáctico el origen de la señal.Cuenta la fábula que el rey de Aragón Pedro III el grande, hijo y heredero del más famoso rey don Jaime I el conquistador, decidió organizar una excursión de entrenamiento y esparcimiento con algunos de sus caballeros a la cima del monte Canigó, de 2.784 metros de altitud en el corazón de los Pirineos en el año 1262, cuando contaba veintidós años.Continúa la fábula exponiendo que el rey don Pedro, fue abandonado en su camino a la cumbre por los caballeros que, agotados, prefirieron esperar en la falda del monte al rey. Horas después, llegado el rey a la cima, descubrió sorprendido un lago de aguas oscuras que servía de corona al elevado monte. Entreteniendo el tiempo que necesitaba para recuperar fuerzas, comenzó a arrojar piedras a las negras aguas. Lanzadas apenas seis o siete piedras, el agua comenzó a removerse, a agitarse con rapidez, apareciendo violentamente en la superficie, nadando desde el fondo, un enorme dragón alado que, tras arrojarle una bocanada de su ardiente aliento, de la que se zafó saltando a ocultarse tras una gran roca, arrancó el vuelo en dirección al norte, hacia el reino de Francia.En recuerdo de aquella hazaña y como muestra evidente de la protección que la providencia le dispensaba al salvarle de una muerte cierta al enojar el descanso de un gran dragón sin armas con las que hacerle frente, decidió, concluye la fábula, disponer una imagen del dragón que le atacó, saliendo del agua.Esta leyenda, esta fábula tan didáctica, ha servido como memoria de la razón que da sentido a la existencia del dragón alado saliente de la corona que sirve de timbre a las armas del rey de Aragón.Pero la realidad es otra: Fue un descendiente muy posterior a aquel rey, también llamado Pedro, IV del nombre en aquellos reinos, el que añadió, ochenta años después de la supuesta aventura del dragón del Canigó, la cimera del dragón a las armas reales.

La razón de la existencia del dragón sobre las armas del rey de Aragón es mucho más prosaica. El motivo se deriva del hecho de la voluntad del rey de establecer una cimera, copiando los modelos de la considerada área clásica de la heráldica europea, que comenzaba con virulencia a adornar las composiciones armeras con diferentes motivos sobre los yelmos.Desde su palacio real de Barcelona, Pedro IV, rey de Aragón, rey d´Aragó, en la lengua que se hablaba en su entorno barcelonés, el catalán, reparó en la homofonía, en el idéntico sonido, del nombre del territorio sobre el que ejercía su soberanía, rey d´Aragó y la palabra que en catalán designa al dragón: Dragó.Desde entonces las armas de los reyes aragoneses se timbran con la cimera del dragón que, por ser sus alas copias de aquellas de los murciélagos, ha venido incluso a convertirse en tal animal en armas tan conocidas como las de la ciudad de Valencia. Se añaden las armas de este rey, que sirven hoy como señal de la Comunidad Valenciana.