Ya se ha hablado en este blog de la egregia figura que para la heráldica contemporánea resultó monseñor Bruno Heim, de santa memoria. Este arzobispo había sido durante cuatro años secretario particular del cardenal Roncalli, mientras este fue nuncio en París.
Al ser elegido Papa, con el nombre de Juan XXIII, el cardenal Roncalli se acordó de monseñor Heim, no solo para que diseñara sus armas papales, sino para que creara una oficina encargada de velar por el rigor heráldico en la elección de armas por parte de los obispos. Y no solo de los obispos sino, en general, de los religiosos, de las diócesis, de las órdenes y, en fin, de cualquier asociación religiosa o persona consagrada dentro de la iglesia.
Y aquí fue donde Monseñor Heim cometió, a todas luces, el error más grave de su vida: explicó al santo padre que no era necesaria ni conveniente una oficina heráldica vaticana ya que sería poner freno al buen gusto, que advertida la realidad ya es decir.
Este error, motivo por el cual es sabido que padeció algún tiempo en el purgatorio, no deja de tener su sentido al considerar que la heráldica no es solo ciencia, sino que es, y es sobre todo, arte.
Baste como ejemplo de lo que monseñor Heim consideró buen gusto, el diseño que, de las armas de santa Juana de Arco, han realizado diferentes artistas y que son las que acompañan este artículo.