Es habitual comprobar que muy linajudas familias de los reinos españoles traían, y aún hoy traen, por armas un par de calderos. Estos calderos indicaban, allá por los siglos XII y XIII, cuando la heráldica se comenzaba a desarrollar, que el poseedor de estas armas era “capitán de mesnada”. Esto significa que traía calderas porque tenía tal abundancia de dinero que podía permitirse, como el rey, tener ejército, y sobre todo alimentarlo. De ahí la caldera. Normalmente se dispusieron dos calderas en los escudos por una simple cuestión estética. Resultaban más armoniosas que una única caldera. Pero trascurridos los siglos y perdido el sentido real de la heráldica, fue convirtiéndose en una ciencia casi oculta, cerrada, decadente. Entonces, sobre todo llegados los siglos XVII y XVIII, se empezaron a representar las calderas con cabezas de serpientes saliendo de su interior. Durante siglos, las calderas solas, sin serpientes, habían quedado ligadas por los escudos a familias tan arraigadas y linajudas como los Guzmán, ascendientes de santo Domingo, los Manrique o los Pacheco. ¿De donde provinieron esas serpientes? Parece, siguiendo al maestro heraldista don Eduardo Pardo de Guevara, que se llegó a esa desfachatez por un exceso de rigorismo en el blasonamiento. El blasonamiento, aunque creo que nadie que se atreve con este blog lo ignora, es el vocabulario cerrado y riguroso que permite trasmitir cómo está diseñado un escudo, sin necesidad de dibujarlo.
Las serpientes no eran otra cosa que los adornos de los remaches del asa de las calderas. Es decir se llegó al absurdo, por un exceso de rigor en el blasonamiento, de enumerar las serpientes que adornaban la caldera, y el pintor posterior se vio obligado a dibujarlas saliendo del interior de la caldera.
Las serpientes no eran otra cosa que los adornos de los remaches del asa de las calderas. Es decir se llegó al absurdo, por un exceso de rigor en el blasonamiento, de enumerar las serpientes que adornaban la caldera, y el pintor posterior se vio obligado a dibujarlas saliendo del interior de la caldera.
He extraído los dibujos del libro del maestro don Eduardo Pardo de Guevara, que recomiendo a mis improbables lectores.