El escudo que precede estas lineas es la evolución del que creó, allá por el siglo XII, Godofredo de Bouillon, rey de Jerusalén. Y digo que es la evolución, improbable lector, porque he leído hace poco que el escudo fue realmente un sembrado de crucetas de oro con la cruz potenzada de oro brochante sobre el campo de plata. Es decir, no cuatro crucetas cantonando la cruz sino un verdadero sembrado, como los galapagos del escudo de Galapagar que expuse en una reciente ocasión.
Este reino perduró apenas doscientos años. Pero su escudo permanece. Permanece a pesar de ser lo menos heráldico que se pueda imaginar. Cualquier principiante estudioso de nuestra ciencia podrá observar que se trata de muebles de metal, de oro, sobre campo de metal, plata. Y la primera regla heráldica es que nunca se puede disponer metal sobre metal, ni color sobre color.
El escudo, no obstante, ha perdurado en dos vertientes: Una muy conocida: La custodia de Tierra Santa y la orden del Santo Sepulcro. La custodia es un destacamento de frailes franciscanos que la Iglesia Católica mantiene en Tierra Santa atendiendo el rito católico en los lugares en los que se desarrolló la vida terrena de Jesús. Dicha custodia tomó por armas las del reino cristiano que hubo en el lugar, el reino cristiano de Jerusalén, pero alterando el esmalte de las cruces, que se colorearon de gules. Así, no es extraño ver el mismo escudo que encabeza estas lineas, idéntico, pero con las cruces de gules para no contravenir tan evidente principio heráldico que ya se expuso.Dicha conformación heráldica, gules sobre plata, es usada también por una de las dos únicas órdenes militares que la Iglesia Católica reconoce como emanadas de su fons honorum, como propias de su estado temporal: El Santo Sepulcro.En cuanto al otro uso que se hace de este escudo, la realidad es que resulta menos conocido, más privado, más recoleto. Se trata casi de un principio moral.
Este escudo es utilizado privadamente por aquellos que aún creen en la venida del reino del que tanto habló Jesús durante su predicación. Son esos que al empezar a trabajar dicen por el reino. El tal reino es el que deberíamos recitar todos los cristianos, al menos una vez al día, al rezar el padre nuestro: Venga a nosotros tu reino. Ese reino que anunció Jesús. Ese reino que debe ser todo caridad, todo entrega a los demás, todo preocupación por el prójimo. Ese reino, podría tener por armas las que están situadas al principio y al final de este relato.
No pocos sacerdotes mantienen este escudo en sus libros de oraciones, en sus misales, en sus agendas.. en fin, en sus cotidianos utensilios... y sobre todo en su cabeza, continuamente, al ofrecer los mil motivos de penitencia que el día nos ofrece a todos: ¡por el reino!
Este reino perduró apenas doscientos años. Pero su escudo permanece. Permanece a pesar de ser lo menos heráldico que se pueda imaginar. Cualquier principiante estudioso de nuestra ciencia podrá observar que se trata de muebles de metal, de oro, sobre campo de metal, plata. Y la primera regla heráldica es que nunca se puede disponer metal sobre metal, ni color sobre color.
El escudo, no obstante, ha perdurado en dos vertientes: Una muy conocida: La custodia de Tierra Santa y la orden del Santo Sepulcro. La custodia es un destacamento de frailes franciscanos que la Iglesia Católica mantiene en Tierra Santa atendiendo el rito católico en los lugares en los que se desarrolló la vida terrena de Jesús. Dicha custodia tomó por armas las del reino cristiano que hubo en el lugar, el reino cristiano de Jerusalén, pero alterando el esmalte de las cruces, que se colorearon de gules. Así, no es extraño ver el mismo escudo que encabeza estas lineas, idéntico, pero con las cruces de gules para no contravenir tan evidente principio heráldico que ya se expuso.Dicha conformación heráldica, gules sobre plata, es usada también por una de las dos únicas órdenes militares que la Iglesia Católica reconoce como emanadas de su fons honorum, como propias de su estado temporal: El Santo Sepulcro.En cuanto al otro uso que se hace de este escudo, la realidad es que resulta menos conocido, más privado, más recoleto. Se trata casi de un principio moral.
Este escudo es utilizado privadamente por aquellos que aún creen en la venida del reino del que tanto habló Jesús durante su predicación. Son esos que al empezar a trabajar dicen por el reino. El tal reino es el que deberíamos recitar todos los cristianos, al menos una vez al día, al rezar el padre nuestro: Venga a nosotros tu reino. Ese reino que anunció Jesús. Ese reino que debe ser todo caridad, todo entrega a los demás, todo preocupación por el prójimo. Ese reino, podría tener por armas las que están situadas al principio y al final de este relato.
No pocos sacerdotes mantienen este escudo en sus libros de oraciones, en sus misales, en sus agendas.. en fin, en sus cotidianos utensilios... y sobre todo en su cabeza, continuamente, al ofrecer los mil motivos de penitencia que el día nos ofrece a todos: ¡por el reino!