miércoles, 1 de septiembre de 2010

MACEROS, III

Hoy se desea ahondar en la serie iniciada hace dos días con una breve idea que en alguna ocasión se ha expresado ya en este tedioso blog. Se trata de recordar la base personal de los cuarteles de nuestro escudo nacional:
Las armas que originaron los cuarteles que hoy consideramos sin objeción como propios de España, aquellas representativas de los territorios de Castilla, León, Aragón y Navarra, no lo fueron en origen.
Los escudos que se resumen en esos cuatro cuarteles no representaron en su origen territorios. No. Representaron, y fueron realmente embrazados, por los individuos que regían esos territorios, por sus reyes. Es decir, desde su nacimiento y durante siglos, esos cuatro escudos no eran otra cosa que las armas de los reyes de Castilla, de León, de Aragón y de Navarra.
No representaban territorio alguno, eran las armas exclusivas del monarca de cada uno de ellos.
No obstante, esos cuatro cuarteles principales de nuestro escudo nacional sí representan hoy territorios. Es consecuencia de un mecanismo intelectual que ha dado en suponer que las armas del rey representan al reino.
Se insiste, los cuatro cuarteles principales de nuestro escudo nacional fueron originalmente armas portadas verdaderamente por los reyes de esos territorios.
Es decir, son armerías de base personal que concluyeron, al cabo de los siglos, representando los territorios sobre los que aquellos reyes ejercían su soberanía. Reinos que se fueron ampliando durante el transcurso de la reconquista anexando nuevas regiones de la actual geografía española.
Esa es la razón por la que otros territorios de nuestra patria, como Asturias, Galicia o Murcia, no incluyan sus armas en el escudo nacional: la falta de sustento personal en la época en la que se portaban escudos, que derivó en que esas tierras reconquistadas pasaran a integrarse en los reinos antiguos sin necesidad de crear nuevas armerías para ellos.

Se aducirá que, no obstante, el cuartel entado en punta, el que representa el penúltimo reino incorporado a la nación española, carece de ese sustento personal.
Efectivamente, la granada heráldica no fue portada por rey alguno como escudo propio.
Isabel I de Castilla, la católica, tras conquistar el reino moro del sur, añadió el entado en punta como representación del fin, de la conclusión de la tan deseada reconquista.
Ese emblema era el único, y aun hoy lo es, que no tenía sustrato, soporte, base personal. Posee únicamente, que no es poco, el carácter de último territorio conquistado a la morisma, el fin de una larga empresa, la conclusión de la tan deseada meta nacional.