martes, 31 de agosto de 2010

MACEROS, II

Dando continuidad a lo anterior, donde se exponía la realidad de la existencia de funcionarios que, aun hoy, visten en sus ropas de ceremonia las armas de los órganos a los que sirven con su trabajo, en la entrada actual se propone lo siguiente:
El veintisiete de noviembre del pasado año tuve el honor de ser armado caballero en el seno de Real hermandad de san Fernando.
Hermandad de san Fernando que cuenta con maestro de ceremonias, encargado de organizar las ceremonias con el boato y esplendor que requieren, corrigiendo, si es preciso, actuaciones indebidas.
Cargo que actualmente ostenta, el merecidamente conocido en la comunidad heráldica por sus extraordinarios trabajos, don Manuel Ladrón de Guevara e Isasa.
Al objeto de poner de manifiesto la capacidad otorgada por el consejo de gobierno de la real hermandad de ejercer esa corrección, don Manuel, como maestro de ceremonias, viste en los actos capitulares una vara de regular dimensión que porta en su mano derecha.
Vara que cuelga de su muñeca en ocasiones y que resulta tradicional que vistan quienes ejercen autoridad, tal como se expuso en una entrada relativa a los cetros.
Ese cetro, vara, palo a fin de cuentas, es instrumento que denota autoridad desde la más remota antigüedad.
Para concluir esta tediosa entrada, señalar que el motivo, como ya habrá adivinado improbable lector, es que esa vara permitía golpear a quien se considerara conveniente, o quizá mejor inconveniente.
Efectivamente se trata de un uso cruel, pero así ha girado el mundo desde que es tal. Uso en cualquier caso que hoy no se busca, recuerdo de un pasado ya superado, resultando una herramienta exclusivamente ceremonial.