Debo aprovechar estas fechas. El asunto es recurrente. Existen dos etapas a lo largo del año en las que el número de lectores se reduce a cifras irrisorias. Cuatro años escribiendo permiten establecer un modelo estadístico realmente fiable. Tanto en torno a la navidad, como durante el mes de agosto, el blog solamente es leído por usted mismo, improbable lector, prácticamente nadie más se acerca a esta tediosa página. Aprovechando la escasez de lectores me permitiré abordar un asunto que me tiene especialmente preocupado.
Es intuitivo, pero advierto un debate en torno a la propia existencia de la monarquía en España a raíz del desgraciado asunto de la fundación en la que participaba el duque de Palma de Mallorca.
Asuntos turbios en las altas esferas me imagino que existirán en todos los órdenes, no solo en el citado. Es decir, los gobiernos autonómicos, los ayuntamientos, los propios ministros… han sido objeto de feroces críticas periodísticas y de inicio de expedientes judiciales por incurrir en desfalcos, tráfico de influencias y demás delitos que sólo pueden cometer quienes tan elevados cargos ocupan. En fin, así gira el mundo. Y en cualquier caso, el porcentaje de encausados en relación al total de altos cargos resulta irrisorio.
Pero atacar a la monarquía, plantearse otra forma de jefatura del Estado por este asunto, me parece excesivo. Sería como si ante el encausamiento de cualquier político electo, nuestro pan de cada día a fin de cuentas, la sociedad se planteara la conveniencia de la democracia. Es absurdo.
Por otro lado, quienes atacan la monarquía como institución, tan demócratas ellos, olvidan que fue el pueblo español quien, a través de referéndum, decidió por amplísima mayoría establecer específicamente tal forma de jefatura del Estado al aprobar la Constitución.
En la era informática que nos ha tocado vivir, parece que la palabra carece de valor. Hasta hace bien poco la palabra de un caballero, o de una dama claro, tenía valor en sí misma. Hoy no. No obstante, un juramento es algo serio. Implica la voluntad propia de interponer como testigo del cumplimiento de lo dicho a la divinidad.
Me quiero referir, para concluir esta tediosa entrada, a que un elevadísimo porcentaje de los actuales españoles, los varones con edades comprendidas entre los treinta y los cincuenta y cinco, juramos en su momento, en una ceremonia castrense, defender al rey y el orden constitucional.
Y un juramento, improbable lector, se cumple.