SOBRE LA DOBLE CONDICIÓN DE ARTE Y DE CIENCIA DE LA HERÁLDICA: ALGUNAS PRECISIONES NECESARIAS
Doctor don Florentino Antón Reglero
Capitán de la Marina Mercante Española
Master Universitario en Derecho Nobiliario y Premial, Heráldica y Genealogía
Capitán de la Marina Mercante Española
Master Universitario en Derecho Nobiliario y Premial, Heráldica y Genealogía
Me ha dicho un entrañable amigo, al que respeto profundamente por ser él un sabio maestro en estas lídes de la ciencia heroica, que exprese mi pensamiento sobre la condición de arte que poseen las formas heráldicas. También he dicho ya en más de una ocasión, siendo otros los foros y las circunstancias, que, para mi, la Heráldica «es la ciencia que tiene por objeto la búsqueda, el estudio, la descripción y el análisis del significado de aquellos símbolos en uso con carácter épico que, como fenómeno sociocultural, surgen de forma espontánea entre los siglos XI y XIII y llegan a nuestros días configurados con arreglo a normas propias y específicas cuyos contenidos reciben en su conjunto el nombre de “Arte del Blasón”». Visto así, viene al caso lo que la Real Academia nos dice que debemos entender por arte, al que define en una de sus acepciones como el conjunto de preceptos y reglas necesarias para hacer bien una cosa. En este caso, si nos atenemos a las formas heráldicas, es decir, a las armerías, las siete clásicas leyes del blasón, más la octava, la de la nitidez, constituyen el conjunto de preceptos que resultan necesarios para hacer bien la composición y el diseño de los blasones.
Sin duda es a esta actividad artística a la que los heraldistas han dedicado más tiempo y más esfuerzo. Posiblemente porque sus resultados plásticos tienen, como en toda obra bella, la capacidad de mover muchas sensibilidades del alma. No olvidemos que los símbolos poseen la habilidad de producir asociaciones subliminales capaces de generar emociones perceptibles por nuestra conciencia.
Tengo para mí que ese conjunto de pautas de diseño deben ser agrupadas, por su activo y particular significado, en lo que podemos considerar tres «criterios», entendiendo por criterio aquella norma que nos conduce a la verdad objetiva: el de la Nitidez, al que he hecho referencia al hablar de la octava ley; el de la Composición, al que debemos adscribir las leyes relativas a la ordenación de las figuras, a su proporción y a su simetría; y el del cromatismo, que contiene la ley de los esmaltes, y se entiende no sólo en lo que afecta a la combinación de los colores, sino también a su naturaleza, por lo que en este punto sirve de complemento al de la nitidez.
Contemplado así este conjunto de normas de diseño es fácil comprender que nos encontramos ante un verdadero canon estético regla sobre la manera de hacer cosas bellas, y siendo su tiempo el de la plenitud medieval, desde el enfoque antropológico que damos a esta ciencia es comprensible que pensemos que sus preceptos se hallan íntimamente ligados al concepto que de la belleza tiene, tanto a nivel individual como colectivo, la sociedad europea de ese periodo tan singular de su historia.
Fue precisamente a demostrar de forma empírica esa hipótesis, nada singular por lo demás, a lo que hemos dedicado algún tiempo de nuestros trabajos. Visto así, nos resultaba del máximo interés descubrir y comprender el origen, la naturaleza y la fuerza expresiva de un diseño que, en parte por estar bien definido, ha sido capaz de llegar a nuestro tiempo sin alteraciones perceptibles de su esencia. El resultado de nuestra investigación puso de manifiesto ante nuestros ojos el absoluto nivel de relación existente (concordancia) entre el canon estético que hoy consideramos propio del diseño de las formas heráldicas y el concepto de belleza que tenía el hombre del medioevo.
Piensan algunos que el disponer la Heráldica de este conjunto de normas es lo que la define como ciencia. Y en parte puede ser verdad. Pero la cuestión no es tan sencilla. Para que las llamadas “leyes del blasón” que hoy manejamos, y acabo de estructurar, tengan valor de ciencia, es necesario que su explicitación responda a conclusiones razonadas del resultado de muchas observaciones previas, sistemáticas, hechas con método, capaz de ser acumuladas y comprobadas, de tal modo que, una vez deducidos sus principios, se conviertan en enunciados generales válidos. Las formulaciones previas a cualquier demostración son simples hipótesis. Y las hipótesis, por sí mismas no son ciencia, se quedan en puntos de partida que hay que demostrar por muy bueno que sea el argumento en que se ha basado la propuesta. La cuestión que se nos plantea aquí es si los academicistas hicieron el trabajo de estructurar el conocimiento heráldico bajo criterios epistemológicos, simplificando, científicos, de lo que resultaría su valor; o bien, cuánto de todo ello suplieron con su propio ingenio, lo que ya no sería ciencia. Estamos en la sociedad del conocimiento, y debemos distinguir muy bien la diferencia entre datos, información y conocimiento propiamente dicho. La recogida de datos, y su ordenada clasificación para que puedan ser considerados información, no es saber científico. Pero sí puede constituir su base cuando se ha hecho bien y permite realizar un análisis posterior del que obtener conclusiones válidas. Tengo amigos que están trabajando en esa dura, por meticulosa, labor; y lo están haciendo a partir de documentos medievales. No nos cabe duda que ese esfuerzo, nunca suficientemente agradecido, y de incalculable valor, podrá servir a otros investigadores para llegar a comprobar qué tanto de lo que manejamos hoy pertenece a la tradición heráldica y cuánto es simple especulación academicista.
Nos dice Miguel Arista-Salado que Menéndez Pidal de Navascués ha resuelto el problema de la Heráldica = ciencia al afirmar que su estructura «se establece a partir de la interrelación de tres planos: tipo, soporte y significado», y que esa afirmación la hace ser independiente de la Historia y de la Antropología. Sin duda es un buen aporte el que nos brinda Navascués, pero no veo cómo la interpretación que de él hace Arista-Salado resuelve el problema. Además, resulta interesante comprobar cómo al hacer estas mismas afirmaciones nuestro Ilustre Académico, aunque con mejor expresividad lingüística, en su ponencia del I Seminario sobre Heráldica y Genealogía, celebrado en Zaragoza en 1984 (publicada en Leones y Castillos por la Real Academia de la Historia, 1999, pp. 15-34), dice también, y cito textualmente, que «El tercer enfoque [de los emblemas heráldicos] consiste en estudiarlos desde el punto de vista humano, tanto en los aspectos psíquicos, del individuo, como sociales, de la colectividad», y eso, después de haber afirmado también que el término «ciencia heráldica» no le parece apropiado. Sigo diciendo que la Heráldica es una ciencia si aplicamos a las investigaciones métodos que así lo vayan corroborando, pero no veo cómo por aislada del resto de las ciencias que pueden reforzar su conocimiento científico y su capacidad de análisis estamos dándole mayor valor.