ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DE LA HERÁLDICA HISPANA
Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila,
Marqués de La Floresta
Marqués de La Floresta
Cronista de armas de Castilla y León
CAPÍTULO TERCERO:
LA ADOPCIÓN DE ARMERÍAS POR EL CONJUNTO DE LA NOBLEZA (1180-1230)
Reservadas al principio a los príncipes, potentados y grandes feudatarios,
las armerías fueron rápidamente adoptadas por el resto de los combatientes:
a comienzos del siglo XIII casi todos los caballeros europeos las utilizaban ya, y su adopción y uso eran completamente libres.
Las causas de esta generalización del uso de armerías fueron estrictamente militares, y se ligan a la evolución del equipo y armamento individual de los caballeros y guerreros, al que antes ya me he referido.
Durante el siglo XII, el yelmo y la cota de mallas, junto a un escudo almendrado de grandes dimensiones,
ocultaron completamente la persona del caballero y del guerrero, haciéndolos irreconocibles:
por eso aparecieron pronto signos de reconocimiento como los emblemas heráldicos.
Fueron imprescindibles, tanto en campaña,
como en los entrenamientos ecuestres -justas y torneos-, enseguida convertidos en verdaderos eventos deportivos y sociales.
En la zona de aparición del sistema heráldico, entre los ríos Loira y Rhin, y el sur de Inglaterra, los barones habían adoptado ya emblemas heráldicos hacia 1160-1200;
los caballeros lo hicieron entre 1180 y 1220;
y los nobles no caballeros y los escuderos hacia 1220-1260, según Pastoureau.
En el resto de Europa, las fechas se retrasan algo -y aún más en las regiones periféricas, como la Península Ibérica-, pero el proceso fue muy semejante.
Notemos, en este periodo, dos circunstancias interesantes: la primera, el uso de varios escudos distintos por los grandes señores -debido a la existencia simultánea de armas personales y de armas del feudo-; la segunda, la adopción por parte de los vasallos, de las armerías de su señor -los emblemas del feudo, se entiende-.
En cuanto a los territorios hispanos, vemos que hacia 1170-1175 comenzó a usarse un nuevo tipo de sello, lo que pudiera interpretarse como un signo de la definitiva aceptación social de los emblemas heráldicos: y es que a la antigua representación ecuestre del propietario, se añadió un reverso ocupado por su emblema.
Así aparecieron las señales -como entonces se decía- preheráldicas del Rey de León y del Rey de Castilla en los sellos de Fernando II y de Alfonso VIII, y luego en los de Sancho VII de Navarra, de los Condes de Urgel y de Ampurias, de los Girón, los Meneses, los Haro, y demás grandes linajes castellanos y leoneses.
Las formas de la respectiva representación de las señales y de las armerías tienen una gran importancia, porque guardaba relación con su significado o carácter. Así, estas señales, que llegaron al sello como emblemas que ocupaban el reverso, tienen un claro carácter feudal, es decir territorial. Algo después, hacia 1180-1190, pasaron al escudo de armas portado por la imagen ecuestre del propietario del sello, y simultáneamente su uso adquirió un carácter personal-familiar, por lo que fueron heredadas por todos los hijos, sin distinción, e incluso transmitidas por las hijas.
El carácter feudal y territorial de los emblemas situados en el reverso de los sellos permaneció durante mucho tiempo, y se evidencia mejor cuando no coincidía con las armerías personales. Son notables los ejemplos de los sellos de Fernando III, siendo solamente Rey de Castilla (1217-1229), que se armaba de León (armas familiares) en el escudo de la imagen ecuestre del anverso de su sello,
al tiempo que traía en el reverso el emblema de Castilla (su señal feudal y territorial). Y también en los sellos reales aragoneses desde fines del XIII, en los cuales la cruz cantonada llamada de Alcoraz (armas del reino de Aragón),
ocupó siempre el reverso, mientras que las figuras ecuestres de sus monarcas se armaban invariablemente con los palos (sus armerías familiares).
ocupó siempre el reverso, mientras que las figuras ecuestres de sus monarcas se armaban invariablemente con los palos (sus armerías familiares).
Sin embargo, el emblema de Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona, se apartó de este curso de sucesivas formas de uso, porque desde su más antiguo sello (se conserva la matriz de 1137-1150)
hizo figurar los palos sobre el escudo de sus figuras ecuestres en ambas caras. En concordancia con esta forma, heredaron el emblema de los palos, sin distinción, sus tres hijos y todos sus nietos (lo que nos lleva a deducir el carácter familiar, y no territorial, que desde el primer momento tuvo el emblema de los palos).