viernes, 22 de octubre de 2010

LA CALCATRIZ DILUCIDADA

Remite unas líneas, con el título y texto que se exponen, el I vizconde de Portadei.

Leo en el Blog de Heráldica la interesante aportación del Sr. Ávila Pajarito a propósito del gallo dragonado que campea en mis armas, que mucho le agradezco. Siempre está bien que hablen de uno, aunque sea mal. En este caso no hay maldad alguna, por lo que estoy doblemente agradecido. Decirle que tengo una larga relación con los seres híbridos que pueblan el gozoso universo de la heráldica, no es ocioso, es explicación obligada. Es afición que me viene de antiguo. Me explicaré:

Cuando descubrí que el Príncipe de Wied, efímero soberano de Albania, le había concedido un escudo de armas con el gallo dragonado como mueble principal a un antepasado mío, don Conrado Gimeno y Castriota, por mediar entre don Jorge Aladro y Castriota y el propio Guillermo de Wied, para que el jerezano dejase de reivindicar sus supuestos derechos al trono albanés, quise enseguida incorporarlo a mis armerías y así lo hice, en el ejercicio de mi derecho a asumir armas nuevas. Luego, su uso fue sancionado por la voluntad soberana del Príncipe don Jorge de Bagration, Jefe que fue de la Casa Real de Georgia, querido y añorado amigo, y el beneplácito de su hijo don David, actual Jefe de la Casa, por lo que se puede decir que es escudo concedido por un Fons Honorum incontestable.
Para describir a la bestia utilicé el termino gallo dragonado, desdeñando la voz medieval castellana de calcatriz que me gusta mucho más, pero es menos descriptiva.

Así, en 1999, cuando publiqué mi Diccionario Heráldico de Figuras Quiméricas, editado pulcramente en Zaragoza por la benemérita Institución Fernando el Católico, definí al gallo dragonado en los siguientes términos:

Se representa con el cuerpo y la cola de un dragón, alas de murciélago y cabeza de gallo. Es el rey de los seres serpentiformes y cuenta la fábula que nació de un huevo de gallina fecundado por una venenosa serpiente. Algunos autores le atribuyen la facultad de hablar. El príncipe de Wied, cuando soberano de Albania, se lo dio como blasón a un tío abuelo mío. Viene pintado de sinople en la garantía expedida a mi nombre por el Cronista de Armas de Castilla-León. En las veladas invernales, tenemos largas conversaciones.

A la calcatriz, sin embargo, se le confunde en ocasiones con el basilisco y en otras, con una sierpe que se pinta de gules. Yo me inclino más por la solución de que calcatriz es la adaptación al español del término inglés, cocktrice, palabra caída en desuso por la falta de este animal fabuloso en la heraldería española. No conozco otro ejemplo y eso que me he leído de cabo a rabo la obra de mi querido amigo y hermano en tantas cosas, Luis Valero de Bernabé, que ha hecho un exhaustivo recorrido por los muebles más comunes en la Ciencia Heroica de nuestro país.
España, tan imaginativa y fabuladora, no ha gustado en general de muchos de los animales fantásticos que viven en otras heráldicas. Debe de ser que a nuestros compatriotas, tanta irrealidad en sus armerías les da repelús. Hace poco le propuse a una bella dama que pintase sus armas propias con un bucentauro (el centauro que tiene cuerpo de toro) pero prefirió un abanico. Decididamente la calcatriz de mi escudo es una bestia desterrada de nuestros lares. La gente no debe de saber que, una vez en confianza, la calcatriz te regala muchas satisfacciones.