La heráldica se mantiene viva. Permanece viva en tanto que se siguen, no solo exhibiendo antiguas armerías, sino adoptando armas nuevas.Como recordará, improbable lector, el escudo, en estos reinos que son España, es propiedad de quienquiera que desee hacerse diseñar armas nuevas. No es necesario ser noble, no se requiere condición alguna. Únicamente hay que elegir unas armas. Nada más.En otros reinos de nuestro entorno geográfico europeo no ocurre así, siendo necesario poseer o acceder a la condición de noble. Aquí no. En los reinos que hoy son España y en todos aquellos virreinatos que algún día pertenecieron a la corona, ostenta armas quienquiera que desee poseer un escudo.Pero también es cierto que resulta del todo conveniente y muy acorde a las más antiguas tradiciones españolas, que así lo exigían, registrarlo ante la autoridad de un rey de armas.El último individuo que ostentó este cargo de rey de armas, acreditado ante el ministerio de Justicia, falleció en 2005. Falleció quien, en nombre del rey y con el visto bueno de las autoridades del ministerio de justicia, podía registrar armas nuevas. Y ante la reciente cuestión planteada por don Ignacio Koblischek, la administración pública española ha definido que no existe rey de armas alguno que esté legalmente acreditado.Frente a este estado de cosas cabe plantearse la siguiente reflexión: Naciones tan adelantadas socialmente como Inglaterra, Holanda, Canadá o Suecia, mantienen la figura de los reyes de armas. Figura que aquí, como ha quedado expuesto, permanece vacante desde 2005.Sin embargo no existe inconveniente en aceptar que en España existen actualmente cronistas de armas, heráldicamente muy capacitados, que se encargan de ordenar adecuadamente los escudos de los municipios de las diferentes regiones. Cronistas que han sido nombrados por las diferentes comunidades autónomas y cuyas funciones y pareceres han sido publicados en los diferentes boletines oficiales regionales, perdón autonómicos.Si el puesto entonces de rey de armas permanece vacante, existiendo sin embargo quien, por su capacidad, pueda ocuparlo ¿no debería sopesarse la posibilidad de recrear la figura, de dar vida de nuevo al cargo?