lunes, 7 de noviembre de 2011

FÓRMULA DE COMPUESTO QUÍMICO

Leo unas dos horas y media al día. Sí, teniendo en cuanta que un adulto permanece despierto dieciséis horas es mucho. Me puedo permitir tal exceso merced a dos factores: Por un lado, el combustible ha alcanzado precios prohibitivos para un militar de empleo medio y en consecuencia utilizo para acudir a mi trabajo esa gran sala de lectura móvil que son los autobuses públicos, (hora y cuarto en un sentido y otro tanto de vuelta) y por otro lado mi mujer, que aparte del humor como rasgo más sobresaliente de su personalidad posee un gran sentido de la practicidad, tuvo el particular acierto de regalarme un libro electrónico.
Acabo de terminar El sabueso de los Baskerville. Efectivamente, improbable lector, de sir Arthur Connan Doyle. Me ha parecido bastante lento. A ratos tedioso. Demasiado abundante en descripciones que no eran necesarias para el desarrollo de la trama. Y es que un compañero de armas me recomendó la lectura de la serie completa de nueve libros del personaje de Sherlock Holmes. Pero hice mal en comenzar por la mitad. Me enfrenté a Las Aventuras de Sherlock Holmes hace un mes. Muchísimo más ágil que El sabueso ha hecho que abandone la intención de concluir la lectura de la serie completa.
Uno de los mitos en torno al personaje de Sherlock es aquel que establece que, a pesar de su grandísima capacidad deductiva, desconocía por completo nociones tan evidentes como que la tierra era la que giraba alrededor del sol y no al revés. Y es verdad. Lo he leído yo mismo en una carta que el doctor Watson dirige a Holmes en El sabueso. Doctor Watson que, me ha sorprendido, a pesar de sus largos estudios médicos, de su alto empleo militar y de sus actuaciones como médico de campaña en Afganistán se define a sí mismo ante sir Henry, el baronet Baskerville, como plebeyo. Pero… me voy por las ramas.
Decía que Holmes desconocía algo tan primario como la dinámica del movimiento de los planetas y del sistema solar en su conjunto. A pesar de ello sus deducciones en la resolución de los más difíciles casos son, cuanto menos, brillantes. Y es que el personaje de Sherlock, ignorante en muchas materias comunes, es aficionado a distintas facetas que se revelan muy necesarias para su habilidad deductiva. Una de ellas es la química. De hecho, según redacta el doctor Watson, el detective privado realiza experimentos basados en la adición de nuevos ingredientes a las formulaciones químicas más comunes.

Toda esta tediosa exposición quiere conducir precisamente al recuerdo de las formulaciones químicas. Y a partir de aquí robo a mi amigo don Xavi Garcia diseño e idea. La química, aparentemente tan alejada de la heráldica, es capaz de ser manifestada a través de esta.

Don Joan Oró i Florensa, un investigador catalán de renombre internacional, sintetizó la adenina, uno de los componentes del ADN. En justo premio a su vida laboral recibió el veintitrés de junio de 2003 el marquesado de Oró, según explicaba el decreto de concesión por su constante dedicación al mundo científico, puesta de manifiesto a través de sus numerosos trabajos de investigación que ha contribuido de manera notable a mejorar el conocimiento sobre el origen de la vida.

Las armas que escogiera, diseñadas por don Armand de Fluvià y representadas por don Xavi Garcia, incluyen en su segundo cuartel la fórmula química del compuesto adenina:
En azur, cinco átomos de hidrógeno, cinco de nitrógeno y cinco de carbono de plata. Los enlaces de sable.

La heráldica, improbable lector, se adapta a los tiempos manteniendo su vigencia.