Un escudo imposible. Dos naciones secularmente enfrentadas, aún hoy aliadas a regañadientes, dimidiadas en un solo blasón.
Efectivamente, improbable lector, un caso excepcional manifestado en dos frentes:
No se otorgaron por un rey, sino por dos. Los reyes de Francia e Inglaterra.
A mayores, el agraciado con la concesión no era ni francés ni inglés, sino súbdito del duque de una Bretaña independiente aún.
Mateo, señor de Goulaine, fue amigo desde la infancia de Godofredo, el heredero del rey Enrique II de Inglaterra. Su cercanía a la familia real inglesa y su ascendencia continental le valieron, en el año 1180, el encargo papal de lograr un acuerdo entre ambos reinos.
El éxito de su misión se tradujo en tan extraño blasón. Blasón parlante de una voluntad conciliadora.
Los señores de Goulaine alcanzarían posteriormente el título de marqueses.
El castillo que les sirvió de residencia permanece habitado por tan insigne familia en la actualidad. Cerca de Nimes, en la bretaña francesa.