Envía unas líneas un distinguido heraldista que no desea revelar su nombre. En su mensaje nos recuerda las armas de monseñor Jesús Sanz Montes, O.F.M., obispo de Huesca y de Jaca, que son las que siguen,
añadiendo su juicio de valor desaprobatorio sobre ese diseño. Juicio coincidente en todo punto con el de quien estas líneas redacta.
Anuncia, además, que ha llegado a sus oídos la posibilidad de que monseñor Sanz Montes acceda a la condición arzobispal por medio de su trasladado a Oviedo, la capital del principado de Asturias.
Por último solicita este heraldista lo siguiente en relación con las armas de monseñor Sanz: “Si su opinión puede hacer algo, me complacería enormemente que hablase en su blog sobre la conveniencia de adoptar un escudo más acorde tanto con su condición como con las reglas heráldicas.”
No creo, con absoluta sinceridad, que lo que se pueda redactar en este espacio virtual pueda influir en forma alguna en las decisiones heráldicas de un obispo, casi ya arzobispo. En cualquier caso se apuntan algunas ideas.
Efectivamente, las palabras del heraldista que remitía el mensaje, “a fe que no ha sido el gusto lo que ha guiado su elección”, no son en absoluto descabelladas. Desde luego el dibujo que sirve como escudo, quizá estéticamente agradable para un cartel, no tiene que ver con la heráldica, por más que aparezca inscrito en una boca de escudo.
Sin duda quien diseñó ese cartel, enmarcado en la curva que representa un escudo, poseía un enorme conocimiento teológico, una gran sabiduría eclesiástica y muy buen gusto para la realización de posters de carácter religioso. Pero la heráldica eclesiástica no es eso. En realidad es más simple. En ese cartel que sirve de armas para el obispo Sanz Montes aparecen demasiadas cosas. Con un par de motivos, llamados muebles en heráldica, bien claros y contundentes, se hubiera conseguido un efecto heráldico acertado y acorde a las leyes de esta ciencia.
De la página de wikipedia que relata los motivos de elección de esas armas episcopales se apuntan estos detalles:
La punta disminuida del escudo recoge las armas de la ciudad de Madrid, de donde es natural el obispo, y las armas de unas familias que también se apellidan Sanz y Montes, pero que nada tienen que ver con el obispo. Los escudos, como se ha manifestado en repetidas ocasiones, no son de apellidos sino de un individuo y de su familia. Disponer en un escudo episcopal las armas de unos extraños, que casualmente se llaman del mismo modo, es algo impropio.
Un par de detalles más: El cuartel siniestro del partido, enmarcado en un arco ojival, disposición ajena desde luego a nuestra ciencia, representa el crucifijo que ordenó a Francisco el conocido “repara mi casa”. No es propio de un escudo representar un crucifijo. En heráldica se disponen cruces, sin Jesús clavado al madero. Surmontado a este mueble se dibuja una irreconocible estrella que dice representar a María Santísima. A María Santísima, esto es una nota de humor, imagino que no le debe gustar verse representada de forma tan extraña en un supuesto escudo.
En el segundo cuartel, igualmente circunscrito por un arco ojival, se dispone el frontal de la capilla de la porciúncula, en castellano la porcioncita, de tan querido recuerdo para los frailes menores. Surmontado, en un roel, el emblema de la orden franciscana a la que, como ya habrá inferido improbable lector, pertenece el obispo.
Del resto del llamado escudo no nos atrevemos a decir gran cosa porque más parece un diseño arquitectónico que heráldico. Sí se quiere apuntar un detalle, por evitar que pueda llevar a error, que aparece en la explicación institucional de este dibujo: los tres círculos no representan en absoluto a la trinidad. A la trinidad la representan sus propias armas, atribuidas desde hace siglos, de gran valor teológico tradicional.
Para terminar, las tradicionales borlas que penden del capelo episcopal se convierten, en el escudo de monseñor Sanz, en nudos del hábito franciscano. Nunca habíamos visto semejante dibujo; no obstante, y a pesar de romper una costumbre secular, puede resultar medianamente aceptable, novedoso, pero con sentido.
En resumen, el conjunto que conforma ese supuesto escudo no es aceptable heráldicamente hablando. El exceso de muebles, la abundantísima simbología atribuida a los diferentes arcos, muebles y colores es extraña a la heráldica. Además no se admiten en los escudos diferentes luces, diferentes matices o tonos de color. El conjunto resulta en todo punto excesivo, extraño, irreconocible, impropio del escudo de un obispo católico.
Esperamos que de algo puedan servir estas líneas que pretenden que ese gran cartel, ese buen póster, se extraiga de la boca de un escudo y que se diseñen de nuevo unas armas diferentes para el obispo aprovechando la coyuntura de su cambio de destino eclesiástico.
añadiendo su juicio de valor desaprobatorio sobre ese diseño. Juicio coincidente en todo punto con el de quien estas líneas redacta.Anuncia, además, que ha llegado a sus oídos la posibilidad de que monseñor Sanz Montes acceda a la condición arzobispal por medio de su trasladado a Oviedo, la capital del principado de Asturias.
No creo, con absoluta sinceridad, que lo que se pueda redactar en este espacio virtual pueda influir en forma alguna en las decisiones heráldicas de un obispo, casi ya arzobispo. En cualquier caso se apuntan algunas ideas.
Efectivamente, las palabras del heraldista que remitía el mensaje, “a fe que no ha sido el gusto lo que ha guiado su elección”, no son en absoluto descabelladas. Desde luego el dibujo que sirve como escudo, quizá estéticamente agradable para un cartel, no tiene que ver con la heráldica, por más que aparezca inscrito en una boca de escudo.
Sin duda quien diseñó ese cartel, enmarcado en la curva que representa un escudo, poseía un enorme conocimiento teológico, una gran sabiduría eclesiástica y muy buen gusto para la realización de posters de carácter religioso. Pero la heráldica eclesiástica no es eso. En realidad es más simple. En ese cartel que sirve de armas para el obispo Sanz Montes aparecen demasiadas cosas. Con un par de motivos, llamados muebles en heráldica, bien claros y contundentes, se hubiera conseguido un efecto heráldico acertado y acorde a las leyes de esta ciencia.De la página de wikipedia que relata los motivos de elección de esas armas episcopales se apuntan estos detalles:
La punta disminuida del escudo recoge las armas de la ciudad de Madrid, de donde es natural el obispo, y las armas de unas familias que también se apellidan Sanz y Montes, pero que nada tienen que ver con el obispo. Los escudos, como se ha manifestado en repetidas ocasiones, no son de apellidos sino de un individuo y de su familia. Disponer en un escudo episcopal las armas de unos extraños, que casualmente se llaman del mismo modo, es algo impropio.Un par de detalles más: El cuartel siniestro del partido, enmarcado en un arco ojival, disposición ajena desde luego a nuestra ciencia, representa el crucifijo que ordenó a Francisco el conocido “repara mi casa”. No es propio de un escudo representar un crucifijo. En heráldica se disponen cruces, sin Jesús clavado al madero. Surmontado a este mueble se dibuja una irreconocible estrella que dice representar a María Santísima. A María Santísima, esto es una nota de humor, imagino que no le debe gustar verse representada de forma tan extraña en un supuesto escudo.
En el segundo cuartel, igualmente circunscrito por un arco ojival, se dispone el frontal de la capilla de la porciúncula, en castellano la porcioncita, de tan querido recuerdo para los frailes menores. Surmontado, en un roel, el emblema de la orden franciscana a la que, como ya habrá inferido improbable lector, pertenece el obispo.Del resto del llamado escudo no nos atrevemos a decir gran cosa porque más parece un diseño arquitectónico que heráldico. Sí se quiere apuntar un detalle, por evitar que pueda llevar a error, que aparece en la explicación institucional de este dibujo: los tres círculos no representan en absoluto a la trinidad. A la trinidad la representan sus propias armas, atribuidas desde hace siglos, de gran valor teológico tradicional.
Para terminar, las tradicionales borlas que penden del capelo episcopal se convierten, en el escudo de monseñor Sanz, en nudos del hábito franciscano. Nunca habíamos visto semejante dibujo; no obstante, y a pesar de romper una costumbre secular, puede resultar medianamente aceptable, novedoso, pero con sentido.En resumen, el conjunto que conforma ese supuesto escudo no es aceptable heráldicamente hablando. El exceso de muebles, la abundantísima simbología atribuida a los diferentes arcos, muebles y colores es extraña a la heráldica. Además no se admiten en los escudos diferentes luces, diferentes matices o tonos de color. El conjunto resulta en todo punto excesivo, extraño, irreconocible, impropio del escudo de un obispo católico.
Remite una serie de ideas en respuesta al
Esto hace que haya cada vez un mayor número de personas que se deciden a adoptar armas nuevas y que quieran (en mi opinión, muy acertadamente) que éstas no resulten similares a las ya existentes, y de esta manera favorecer la finalidad primera de un escudo de armas que es su rápida identificación, pero sin renunciar a una imagen clásica , por lo que es obligado el recurrir en ocasiones a elementos tomados de heráldicas foráneas como fuente de inspiración o a la innovación por parte del artista al que le son encargadas.
Remite unas muy amables líneas el doctor don Daniel J. García Riol.
Obedece a una idea personal y fue blasonado por nuestro común amigo el doctor Montells,
siendo el dibujante don Carlos Navarro Gazapo. Como tendrá la oportunidad de ver cuenta con tenantes, cimera y grito de guerra.
Hola José Juan:
Me preguntaba recientemente doña Carmen Alcalá y Torres, Rivera y Robles, persona de gran cultura y de mayor corazón, perdón por la redundancia, qué era aquello que alguien le había contado sobre los bolígrafos con tinta verde.
Al parecer ha escuchado que el todavía duque consorte de Lugo, don Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada, Bruguera y Fernández de Bobadilla, utiliza bolígrafos de tinta invariablemente verde para firmar, no solo los retratos que pueda regalar, sino los documentos que le son presentados en su actividad laboral.
No es descabellado pensar que el duque consorte de Lugo efectivamente utilice tinta verde. No hay que olvidar que don Jaime de Marichalar pertenece a una familia muy vinculada a la monarquía y, de nuevo perdón por la redundancia, al servicio a España.
Su padre, el conde de Ripalda, fue comandante de artillería. Su abuelo paterno, el conde de Eza, alcanzó a ser ministro del ejército y de la marina durante el reinado de Alfonso XIII, además de alcalde de Madrid.
Por el otro costado, su madre es hermana del teniente general don José Sáenz de Tejada y Fernández de Bobadilla que fue nombrado en 1983 jefe del estado mayor del ejército de tierra de España.
Con estos antecedentes de servicio a la monarquía y a España, es lógico que don Jaime utilice el color verde para estampar su firma en los documentos que le son presentados.
La explicación proviene de los deseos de lanzar al aire ese imposible grito, connatural a la condición de españoles, de desear larga vida a su rey, en un periodo en que el monarca vivía en el exilio y consecuentemente, el viva el rey se hubiera considerado subversivo.
La utilización de la tinta verde no era sino una forma de dar vivas al rey calladamente. Se trataba de un secreto mensaje. Y es que las iniciales de la frase Viva El Rey De España, forman el acrónimo VERDE.
Con el ánimo de hacer de mi despacho, característico de un oficial del ejército del aire dispuse solamente un par de detalles. Ha adivinado correctamente el primero de ellos, improbable lector, el retrato de don Juan Carlos, como general en jefe, muestra un uniforme de aviación. Uniforme, apostillo, que luce las cruces de las cuatro antiguas órdenes militares.
Pero el segundo hecho que demuestra que el despacho es el de un miembro del ejército del aire es más difícil de intuir. Se trata de la colocación, al lado de la puerta de salida, de dos relojes que indican respectivamente la hora zulú y la hora local. Característica absolutamente propia de la aviación.
El príncipe Luis Napoleón, cuyas armas eran estas,
también conocido como Napoleón IV, fue el hijo único del emperador Napoleón III de Francia y de la emperatriz Eugenia de Montijo, de quienes se habló en el blog en
Cuando Napoleón III perdió el trono de Francia, la familia imperial se exilió a Inglaterra. El joven príncipe imperial, como digno heredero del gran corso, cursó estudios militares en la real academia militar de Inglaterra, acabados los cuales y siendo promovido al empleo de teniente de artillería, solicitó ser destinado a alguno de los frentes que Inglaterra mantenía abiertos por medio mundo.
Fue embarcado hacia Zululandia, nación independiente hasta 1884 y cuyo rey, Cetshwayo Kampande había plantado cara al imperio británico.
Llegado el príncipe Napoleón a la zona de guerra en calidad de observador fue encuadrado en el ejército del general lord Frederic Thesiger, II barón Chelsmford, quien a su vez lo destinó a uno de sus regimientos, el de los ingenieros reales, al mando del coronel Richard Harrison.
Se le asignó, para asegurar su supervivencia, un escolta personal, el teniente Jahleel Brenton Carey quien, siendo natural del bailiado de la isla de Guernsey, en el canal de la Mancha, era franco parlante.
El príncipe tomó parte en varias misiones de reconocimiento. En una de ellas, el primero de junio de 1879, encontró la muerte, consecuencia de diecisiete lanzazos, propinados por un grupo de catorce zulúes.
Aquel día, de mañana, una partida de tan solo seis hombres se adentró en territorio hostil cuando fueron sorprendidos por un contingente de catorce salvajes que se lanzaron sobre ellos. Todos los ingleses murieron en un abrir y cerrar de ojos excepto el príncipe imperial que caminaba junto a su montura y su escolta que estaba algo retrasado.
Al verse en inferioridad, el príncipe optó por montar pero perdió el caballo que, encabritado, huyó. Defendiéndose con su revolver y el sable que había portado su tío abuelo, el primer Napoleón, recibió una serie de heridas por lanza que le causaron la muerte.
Su escolta,
Los restos del príncipe imperial fueron trasladados a Inglaterra, al panteón familiar en la 

En su atento mensaje recuerda la existencia de determinadas características que son propias y específicas de la heráldica española, considerada en su conjunto. Se trata de un planteamiento con el que evidentemente no podemos sino convenir.
Por ello, veo sorprendido cómo hoy algunos de los nuevos heraldistas españoles adaptan -y adoptan- muebles y costumbres más propios de la heráldica británica que de la propiamente española, tal vez más clásica y menos imaginativa, pero específicamente nuestra, imitando -en muchos casos- los trabajos del College of Arms británico.
Paradojas de la vida... ¿Cree que algún día se volverá al concierto lógico que ha creado algunos de los elementos simbólicos más bellos de nuestra cultura? ¿Dejaremos a un lado esas innovaciones que a veces no son precisamente afortunadas? Qué lejos estamos hoy de las simples calderas de Laras y Guzmanes...








