martes, 15 de septiembre de 2009

EL PRÍNCIPE IMPERIAL

La unidad en la que estoy destinado, desde hace ya más de seis años, se encuadra en el órgano central del ministerio de defensa. Esto significa que el personal que compone la plantilla pertenece a los tres ejércitos.Con el ánimo de hacer de mi despacho, característico de un oficial del ejército del aire dispuse solamente un par de detalles. Ha adivinado correctamente el primero de ellos, improbable lector, el retrato de don Juan Carlos, como general en jefe, muestra un uniforme de aviación. Uniforme, apostillo, que luce las cruces de las cuatro antiguas órdenes militares.Pero el segundo hecho que demuestra que el despacho es el de un miembro del ejército del aire es más difícil de intuir. Se trata de la colocación, al lado de la puerta de salida, de dos relojes que indican respectivamente la hora zulú y la hora local. Característica absolutamente propia de la aviación.Como sabrá, improbable lector, la hora zulú es la utilizada por los aviadores del mundo para evitar las confusiones derivadas de los cambios de zona horaria. Esta hora zulú es única en todo el mundo y coincidente con la hora solar del meridiano que pasa por el salón principal del real observatorio astronómico de Greenwich, en Inglaterra.

En la fotografía, los relojes de los que se ha hablado junto con el autor de estas líneas, debidamente ocultos los rasgos, cuando aun era capitán.Esta introducción de la hora zulú ha servido para dar pie a la triste muerte, a manos de zulues, del príncipe Napoleón ocurrida en 1879 en la región del mundo que entonces se denominaba zululandia y hoy Sudáfrica.El príncipe Luis Napoleón, cuyas armas eran estas, también conocido como Napoleón IV, fue el hijo único del emperador Napoleón III de Francia y de la emperatriz Eugenia de Montijo, de quienes se habló en el blog en esta entrada de febrero.Cuando Napoleón III perdió el trono de Francia, la familia imperial se exilió a Inglaterra. El joven príncipe imperial, como digno heredero del gran corso, cursó estudios militares en la real academia militar de Inglaterra, acabados los cuales y siendo promovido al empleo de teniente de artillería, solicitó ser destinado a alguno de los frentes que Inglaterra mantenía abiertos por medio mundo. Fue embarcado hacia Zululandia, nación independiente hasta 1884 y cuyo rey, Cetshwayo Kampande había plantado cara al imperio británico.Llegado el príncipe Napoleón a la zona de guerra en calidad de observador fue encuadrado en el ejército del general lord Frederic Thesiger, II barón Chelsmford, quien a su vez lo destinó a uno de sus regimientos, el de los ingenieros reales, al mando del coronel Richard Harrison.Se le asignó, para asegurar su supervivencia, un escolta personal, el teniente Jahleel Brenton Carey quien, siendo natural del bailiado de la isla de Guernsey, en el canal de la Mancha, era franco parlante.El príncipe tomó parte en varias misiones de reconocimiento. En una de ellas, el primero de junio de 1879, encontró la muerte, consecuencia de diecisiete lanzazos, propinados por un grupo de catorce zulúes.Aquel día, de mañana, una partida de tan solo seis hombres se adentró en territorio hostil cuando fueron sorprendidos por un contingente de catorce salvajes que se lanzaron sobre ellos. Todos los ingleses murieron en un abrir y cerrar de ojos excepto el príncipe imperial que caminaba junto a su montura y su escolta que estaba algo retrasado.Al verse en inferioridad, el príncipe optó por montar pero perdió el caballo que, encabritado, huyó. Defendiéndose con su revolver y el sable que había portado su tío abuelo, el primer Napoleón, recibió una serie de heridas por lanza que le causaron la muerte. Su escolta, el teniente Carey, solo ante aquellos salvajes, optó por retirarse al campamento para informar de lo ocurrido. Esa acción le supuso pasar por cobarde y asumir ese deshonor durante los cuatro años que aun duró su corta vida.Los restos del príncipe imperial fueron trasladados a Inglaterra, al panteón familiar en la abadía católica de san Miguel de Farnborough, donde reposa junto a su padre el emperador Napoleón III y donde años después, en 1920, sería enterrada su madre la emperatriz Eugenia de Montijo, condesa de Teba, grande de España, cuyas armas fueron las que siguen.En esta página se hace un breve relato de aquella operación militar.