Me decía una vez un buen amigo y compañero de armas, don Bernardo Rodríguez López, estando ambos en Afganistán de misión, en 2002, que paradójicamente el sentido del humor era de las cosas más serias que existían. Y justificaba su argumento con la idea de que médicamente, él era enfermero, resultaba un reconstituyente vital de la mejor especie.
Algo de verdad había en la seriedad de su humor: Contaba anécdotas del todo graciosas con cara y tono de voz circunspectos, como aquel que relata la muerte de alguien: Serio, cara de queso, apagado, triste. Y el caso que es que tenía un sentido del humor envidiable.
A este escudo lo nombran, demostrando que es injusto el prejuicio que dice que todos los suizos son aburridos, como: Medio pollo y la llave de la bodega.