lunes, 21 de noviembre de 2011

HABITA EN LA ANTESALA

Desde que me aseguraron que el blog gana con la adición de entradas ajenas a su materia propia me permito aburrirle de vez en cuando, improbable lector, con asuntos particulares.
Una de mis tías políticas, doña Pilar Martín Orejas, baronesa de las Reales Aficiones, en el reino del Maestrazgo, me exponía no hace mucho una paradoja: la felicidad habita, precisamente, en la antesala de la felicidad. No, no es un error de redacción. La felicidad no se alcanza, no se palpa. Se reconoce únicamente, a posteriori, en los momentos previos a la meta que se consideraba como el estadio de la felicidad. Sí, lo sé, me cuesta explicarme.
Anoto un par de ejemplos breves:

Nuestros amigos don Francisco Prados y doña Yolanda Sánchez, marqueses del Terreno de Trigueros, en el reino del Maestrazgo, adquirieron una parcela de regular tamaño a veinte minutos de Valladolid con el ánimo de ir construyendo una casa y adecentar el jardín donde poder residir los fines de semana y el verano. Durante años, su ilusión residía en las diferentes etapas que requería la construcción: el vallado, la preparación del jardín y del huerto, los muros exteriores de la vivienda, los tabiques interiores, una pequeña piscina… una vez concluida, la ilusión se fue. Ellos mismos reconocen que ya no les agrada tanto el acudir a la parcela. Ya no, la felicidad residía en la antesala de la felicidad.
Otro ejemplo puede inferirse del perro que convive con mi familia. Sí, improbable lector, desde hace un año tenemos perro. Un bodeguero. Atiende, la verdad es que no nos devanamos los sesos pensando un nombre, por Perro. Los niños le llaman Perri. Mi padre Terry, que dice que es un nombre mucho más apropiado para un perro. A mí Terry me recuerda al nombre de un brandy. Nuestro perro, Perro, como el de Paulov, muestra signos de felicidad evidente, saltando y haciendo diferentes cabriolas, en los instantes previos a recibir su comida. Pero una vez que su plato se llena, ya no muestra signos de felicidad. Y es que la felicidad habita en la antesala de la felicidad.
Pero en este blog, aunque últimamente no, se habla de heráldica. Me permito exponer las armas de la persona que conozco más feliz: mi esposa, doña Arancha Piedrafita Martín. No lo dice la filosofía, es intuitivo, pero convendrá conmigo, improbable lector, en que las personas que desbordan buen humor son las más felices.