martes, 3 de mayo de 2011

MANTOS I


LOS MANTOS EN LA HERÁLDICA ESPAÑOLA

Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila,

VIII Vizconde de Ayala
III Marqués de La Floresta
Cronista de armas de Castilla y León
CAPÍTULO PRIMERO

Aunque la utilización del manto como ornamento exterior de las armerías es relativamente tardía, ya que se manifiesta sobre todo en los siglos XVIII y XIX, su extraordinaria proliferación en la heráldica hispana de dicha época nos parece muy digna de mención, y de un estudio breve pero pormenorizado, hasta ahora inexistente. No compartimos, pues, del todo el parecer de nuestro admirado Michel Pastoureau, cuando en su merecidamente loado Traité d’héraldique considera, al tratar del pabellón que cubre las armas grandes de los soberanos, y de los mantos que envuelven las armerías de los reyes, príncipes, duques y pares, y de algunos altos magistrados, que tout cela est d’un interêt limité. (Michel PASTOUREAU, Manuel d’héraldique (París, 1979), págs. 214-215)

Desde el mismo momento en que, en el contexto de una tendencia heráldica individualizante, el escudo de armas pasó a considerarse la representación simbólica de la persona de su propietario, se inició la costumbre de adornarlo en su parte exterior con las insignias de poder o personales de aquel -coronas, hábitos de Órdenes caballerescas, divisas, etcétera-. Una de estas insignias pudo ser, desde luego, el manto: sabido es que durante la Baja Edad Media, los príncipes y dinastas solían usar un manto, bien de rico tejido de color púrpura o bien armoriado, en las más solemnes ceremonias.

Posteriormente, el uso de ese manto distintivo fue autorizado también a la más alta nobleza europea, que a veces lo adoptó por su propia voluntad -aunque este uso no se observa en la tradición española-.

Para ordenar esta breve monografía, estudiaremos en primer lugar el manto como objeto ceremonial, símbolo de la realeza e insignia de dignidad, para entrar después a examinar por menor su presencia en los emblemas heráldicos. Nos serviremos para ello de un número de ilustraciones quizá crecido, pero en todo caso de interés para nuestro propósito, y de utilidad para el lector entendido en la materia. (Agradecemos a la señorita doña María Teresa de Ceballos-Escalera y Moyano su generosa y simpática ayuda a la hora de preparar estas ilustraciones).

Tuvo el manto en España, es decir en los reinos hispánicos medievales, el carácter de insignia o símbolo del poder, (No ha de confundirse el manto ceremonial con la stola usada en la consagración de los reyes de Jerusalén, Chipre, Aragón, Nápoles, Inglaterra, Polonia y Bohemia: esta procede del lorum bizantino, que a su vez trae su origen de la trabea triumphalis usada por los emperadores romanos: Percy Ernst SCHRAMM, Herrschaftszeichen und Staatssymbolik. Beiträge zu ihrer Geschichte vom 3. bis zum 16. Jh. (Stuttgart, 1954-1956), I, págs. 25-50) aunque no se contó entre los más principales -como lo fueron la corona, la espada o el pendón-. Sabemos de su presencia en las vestiduras regias de aparato o de ceremonia, llamadas entonces ropas que se dice de las fiestas, (José Manuel NIETO SORIA, Ceremonias de la realeza. Propaganda y legitimación en la Castilla Trastámara (Madrid, 1993), págs. 196-197. Álvaro FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA MIRALLES, La Corte de Isabel I. Ritos y ceremonias de una reina (Madrid, 2002), pág. 234) como enseguida explicaremos; sin embargo, no es uno de los símbolos de la realeza que haya merecido la debida atención por parte de los especialistas en el ceremonial y la simbología regias. (Apenas lo mencionan de pasada Nieto Soria y Fernández de Córdoba, en sus obras citadas)

Hay muchos testimonios iconográficos de su existencia: recordemos, de momento, las representaciones y los retratos de los Reyes de León en los tumbos catedralicios de Compostela y de Oviedo, como el de Alfonso VII, pintado hacia 1160, que viste manto de púrpura forrado de armiños (Catedral de Santiago de Compostela, tumbo A, folio 39 vuelto).
Los de Don Alfonso X el Sabio, en pleno siglo XIII, con manto armoriado en el Libro del Ajedrez (Real Biblioteca del Escorial, ms. T-I-6: Libro del Ajedrez, Dados y Tablas, hacia 1283. En el mismo manuscrito existe otra representación del Rey, vistiendo de manto rojo con los bordes decorados de los casetones de castillos y leones),
y con manto de púrpura en esa misma obra (Ibidem, folio 7 recto)
y en las Cantigas (Real Biblioteca del Escorial, códice T-I-1: Cantigas de Santa María del Rey Alfonso X, folio 198 recto. Y Biblioteca Nazionale Centrale de Firenze, códice B.R. 20: Cantigas de Santa María del Rey Alfonso X , folio 92 recto).

Los de Don Sancho IV, en el privilegio rodado de su testamento, fechado en 1285 (Madrid, Archivo Histórico Nacional, sección Clero, carpeta 3.022, número 5 bis.),
y en la obra Castigos e documentos del Rey Don Sancho, datada ya a comienzos del siglo XIV.
El de Don Juan I, de finales del siglo XIV (Códice Pontifical, Biblioteca Colombina de Sevilla).
Los de Don Juan II, uno en el retablo de la Cartuja de Miraflores (Burgos), en que viste un manto sin duda ceremonial, sembrado de la divisa de la escama (Obra de Gil Siloé y Diego de la Cruz, fechada hacia 1496, la efigie del monarca se ha identificado con Don Fernando el Católico, pero la presencia de las escamas sugiere más bien la de su suegro Don Juan II de Castilla), 
y el otro con manto carmesí en la tabla vallisoletana de la Virgen con el Niño coronando al Rey y al obispo Sancho de Rojas (Madrid, Museo del Prado, cat. 1321. Procede del retablo mayor de la iglesia de San Benito de Valladolid, pintado hacia 1415).
Los de Don Enrique IV, uno con vestiduras carmesíes en una bella miniatura cuatrocentista (Londres, British Museum, ms. Harley, signatura 337),
y el segundo en su sepulcro del monasterio de Guadalupe (Este monumento es muy posterior a la muerte del Rey: se debe a Giraldo de Merlo y se fecha a comienzos del siglo XVII ).
Los de los Reyes Católicos, con manto carmesí, en el cuadro de la Virgen de los Reyes (Madrid, Museo del Prado (obra anónima) ).
O, en fin, los retratos de Don Felipe el Hermoso y Doña Juana la Loca, en el Musee Royal des Beaux Arts de Bruselas,
que a pesar de su carácter foráneo son paradigma de cuanto decimos, porque de la misma época es el retrato iluminado de los Reyes Felipe y Juana -ambos con mantos ceremoniales, el del monarca forrado de martas cibelinas y de armiños-, del Devocionario de Pedro de Marcuello (Pedro de MARCUELLO, Devocionario de la Reina Juana o Cancionero de Pedro Marcuello, Museo Condé, Chantilly. Existe edición facsímil).
De medio siglo más tarde, en la capilla mayor del Real Monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial, hallamos magníficos mantos de ceremonia sobre las broncíneas efigies de Don Carlos V y de Don Felipe II, debidas al maestro Pompeo Leoni, que a juzgar por las armerías que exhiben son prendas más bien correspondientes al ceremonial del Sacro Imperio Romano Germánico.
Y bien sabemos que fue precisamente el Rey Don Felipe II quien en 1561 enajenó del tesoro regio las vestiduras imperiales de ceremonia que habían pertenecido a su padre y a su abuelo, los Emperadores Carlos y Maximiliano: sin duda, porque entonces ya no eran necesarias ni tenían ningún significado simbólico en España (Percy Ernst SCHRAMM, op. cit., III, pág. 1031. Regina JORZICK, Herrschaftssymbolyk und Staat. Die Vermittlung königlicher Herrschaft im Spanien der frühen Neuzeit (Munich-Viena, 1998), pág. 86).