domingo, 9 de enero de 2011

RECORRIDO POR LA HERÁLDICA HISPANA, CAPÍTULO SEGUNDO

ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DE LA HERÁLDICA HISPANA

 
Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, Marqués de La Floresta

Catedrático de la Universidade Técnica de Lisboa
Cronista de armas de Castilla y León


CAPÍTULO SEGUNDO:
LA APARICIÓN DE LAS ARMERÍAS: CAUSAS, FECHAS (HACIA 1125-HACIA 1175)

Durante los últimos seis siglos, han sido numerosas las hipótesis hechas para explicar el origen y la aparición de las armerías en Europa: de hecho, suman casi una treintena, las más antiguas -que atribuían su invención nada menos que a Noé, a Alejandro Magno, al Rey David, a Julio César o al Rey Arturo- absolutamente fantásticas. Ya en el siglo XVI habían sido despreciadas por los estudiosos del fenómeno heráldico.
 Tres de ellas perduraron más: la primera teoría, muy en boga en el siglo XVI -en pleno Renacimiento- pretendía una filiación entre los emblemas heráldicos y los de la Antigüedad greco-romana. La segunda buscó una supuesta influencia privilegiada de las runas y marcas tribales de las insignias germano-escandinavas sobre los emblemas heráldicos. La tercera teoría sostuvo un supuesto origen oriental de los emblemas heráldicos, que no serían sino una imitación de una costumbre musulmana observada por los caballeros europeos asistentes a las dos primeras Cruzadas .
Hoy está definitivamente admitido que la aparición de las armerías en Occidente se debió solamente a la evolución del equipo militar entre el fin del siglo XI y mediados del siglo XII. Los guerreros de aquella época, casi irreconocibles por el nasal del yelmo, el capuchón de mallas y la loriga, tomaron poco a poco la costumbre de hacer pintar sobre la gran superficie plana de su escudo almendrado ciertas figuras -geométricas, animales, florales- que les sirvieran de señal de reconocimiento por los suyos en el corazón del combate. Pero notemos, porque esta es la clave del asunto, que no podremos hablar propiamente de emblemas heráldicos sino a partir del momento en el cual el empleo de ciertas figuras sea constante por parte de un mismo personaje, interviniendo además unas reglas precisas en cuanto a sus pautas de representación.
Y este último punto, el de las reglas, es sin duda el más delicado. Porque, en efecto, si bien se explica con facilidad que los guerreros del siglo XII recurriesen a las figuras pintadas en su escudo para reconocerse mutuamente en campaña o en el torneo; si también se explica por una razón práctica que decidiesen adoptar esos emblemas como representación de su persona, usándolos constantemente a lo largo de su vida; y si, debido a las estructuras feudo-vasalláticas y territoriales imperantes, cabe igualmente explicarse que esos emblemas personales pasasen a ser hereditarios: por el contrario, no tenemos explicación convincente al hecho de que muy rápidamente se instituyeron y adoptaron por doquier ciertas reglas para codificar la representación de dichas figuras. Y es que lo cierto es que estas reglas parecen bastante inútiles: ¿por qué un número limitado de colores?, ¿por qué fueron codificados los atributos, el carácter y la posición de las figuras? ¿por qué una composición tan rigurosamente codificada? Et sic de ceteris. En todo caso, retengamos que fueron precisamente estas reglas las que hicieron de la heráldica europea un sistema emblemático muy diferente de otros que ha habido en todo el mundo, anteriores y posteriores, europeos o no.
En cuanto al proceso de formación de las primeras armerías, resulta que aún hoy en día nos resulta oscuro, a falta de un examen más profundo y exhaustivo de las fuentes. Las hipótesis más respetadas son las que presentó Galbraith en 1942, porque han sido confirmadas por las investigaciones posteriores.
Las armerías que aparecen en la segunda mitad del siglo XII son el resultado de la fusión, en un solo sistema, de diferentes elementos preexistentes: los que surgieron del mundo de las enseñas y de las banderas; del ámbito de los sellos diplomáticos; y del uso de los propios escudos militares defensivos. Así, las enseñas fundidas en altorrelieve aportaron ciertas figuras, así como el carácter colectivo de algunas armerías. Las banderas -en el sentido genérico de emblema de tela- proporcionaron al sistema heráldico los colores y sus asociaciones; algunas construcciones geométricas (piezas, particiones, sembrados), y sobre todo el vínculo de las armerías primitivas respectos de los feudos de sus propietarios.
Del mundo de los sellos proviene un gran número de emblemas familiares preheráldicos, usados en Alemania, Flandes e Italia por muchas familias, así como el empleo de figuras parlantes y sobre todo el carácter hereditario de la mayor parte de las armerías.
Finalmente, de los escudos defensivos proceden la forma triangular, los forros y algunas figuras geométricas (bordura, jefe, pal, rueda, etcétera).
Esta fusión no se hizo en toda Europa, ni al mismo tiempo ni de la misma manera, prevaleciendo según las regiones, alguno de esos cuatro elementos fundacionales. En todo caso, parece que fueron las banderas, o mejor dicho el elemento textil, el que más peso tuvo en este proceso fundacional, sobre todo en cuanto toca a los colores, las figuras, las técnicas (reglas), y sobre todo el vocabulario heráldico. Ciertamente, la mayor parte del léxico heráldico procede del mundo textil -telas, materiales, fabricación, tintes y colorantes-.
Esta preeminencia de las banderas en el sistema heráldico es muy notable. A todo lo largo del siglo XII se observa el uso de un doble sistema de identificación emblemática por parte de los guerreros combatientes: señales individuales (escudos) y señales colectivas (banderas). Y, sorprendentemente, serán las últimas las que ejerzan mayor influencia en el proceso de aparición de las armerías. En las áreas germánicas, los vasallos llevaban sobre los pendones y gonfalones de sus lanzas el emblema de su señor, y sólo después pasaron a lucirlos sobre sus escudos; mientras que el señor lucía ese mismo emblema sobre su propio pendón, al tiempo que sobre su escudo solía lucir otro emblema diferente, al menos con anterioridad al 1180.
Esto nos indica que la bandera era el emblema colectivo feudal, mientras que el emblema del escudo era una simple cuestión de gusto personal. Las banderas feudales del siglo XII parece que fueron todas bicolores, y todas geométricas -esto es, formadas por piezas o particiones-: Luxemburgo, un burelado; Vermandois, un jaquelado; Saboya, una cruz; Borgoña, un bandado; Aragón y Provenza, con palos; Flandes, un gironado; Hainault, un cabrionado.
 En cuanto a la fecha de aparición de las armerías, advirtamos que se trató de un hecho general de civilización que duró unos tres cuartos de siglo, por lo que resulta imposible precisarla con total exactitud. En todo caso, sí que nos es posible conocerla con alguna aproximación. El tapiz de la Reina Mathilde, llamado tapiz de Bayeux por el lugar en que hoy se conserva, proporciona un buen término a quo, ya que fue bordado entre 1080 y 1100. Los guerreros representados en esta pieza lucen en sus escudos dragones, cruces, aspas, borduras, sembrados, etcétera, pero no son todavía verdaderas armerías heráldicas, ya que los guerreros de ambos bandos usan escudos semejantes, y además un mismo personaje representado varias veces aparece cada vez con escudos diferentes.
Pero en la placa funeraria esmaltada de Geoffroi Plantagenet, fallecido en 1151, que se conserva en el museo de Mans, aparece esmaltado un escudo almendrado que trae de azur con seis leoncillos de oro; pero este emblema tiene que ser algo posterior a 1149 -se realizó probablemente hacia 1160-.

 Si nos aplicamos al examen de los veinte sellos anteriores a 1160 que presentan caracteres heráldicos o protoheráldicos, como han hecho exhaustivamente Galbreath y Wagner, y últimamente Pastoureau, resulta que al principio los emblemas aparecen sobre el gonfalón de la lanza, antes de pasar al campo del escudo defensivo; que en los primeros emblemas heráldicos priman las figuras geométricas sobre las animales o las vegetales; que su aparición es general y por doquier; y que el paréntesis de fechas de aparición es bastante reducido, entre 1120 y 1150. Dicho esto, digamos que el escudo de armas más antiguo de los que conocemos sería el de Raoul I de Vermandois, senescal de Francia,
del que una impronta pende de una carta datada en 1146; muestra el tradicional jaquelado de los Vermandois, que ya aparecía en otro sello anterior, pero todavía sobre el gonfalón de la lanza.
Si pasamos a referirnos a la Península Ibérica, notaremos que durante aquel segundo tercio del siglo XII, los reinos cristianos peninsulares de Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón, más el Languedoc, formaban una cierta unidad cultural, bajo la égida del Rey Alfonso VII de León y Castilla, proclamado Emperador en 1135.
De las postrimerías de su reinado, es decir hacia 1135-1157, datan los emblemas de los tres principales personajes hispanos del momento: el león del propio Alfonso VII;
los palos de Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón;
y el águila de los Reyes de Navarra, que probablemente luciese ya en tiempos de Sancho VI y de García Ramírez.
Pero es curioso comprobar cómo la aparición inicial de emblemas paraheráldicos por los príncipes hispanos no fue continuada por nuevas y copiosas apariciones, sino que durante dos decenios no hubo apenas respuesta de imitación social a este uso: en Castilla, Sancho III (1134-1158) y su hijo Alfonso VIII (1155-1214) no usaron emblema personal hasta su mayoría de edad;
y Sancho VI de Navarra (1154-1194) usó siempre de un sello sin emblemas: bifaz con dos caras ecuestres en que figura un escudo blocado preheráldico.
Del mismo tipo y características, es decir, con escudo blocado preheráldico, son los sellos de los Condes Amalrico y Pedro, sucesivos Señores de Molina. Pero en todo caso está comprobado que también en el área clásica europea de aparición de las armerías hubo un decrecimiento en la proporción de sellos con armerías, inmediatamente después de la aparición inicial. 
En conclusión, el hecho cierto es que desde los años de 1120-1130, algunos grandes feudatarios sellaban con un sello de tipo ecuestre, cuyo gonfalón aparecía decorado con figuras geométricas -que formarán más tarde su escudo de armas o el de sus sucesores-. Que durante el decenio de 1130-1140 aparecieron ya sellos de grandes feudatarios en cuyos escudos se mostraban figuras naturalistas (animales y plantas), que diez o quince años después ya serán emblemas heráldicos. Y, en fin, que a partir de los años 1140-1160, muchos personajes poderosos llevaron ya sobre su sello ecuestre un escudo netamente armoriado. 
Es así como se llegó a centrar sobre uno de los elementos del equipo militar del guerrero -el escudo defensivo-, todo el sistema emblemático naciente.
Las etapas de la aparición y de la conformación del sistema heráldico serían, pues, principalmente dos: en la primera, entre 1100 y 1140, los motivos decorativos pintados sobre el escudo defensivo se constituyeron en emblemas individuales y permanentes; en la segunda, entre 1140 y 1180, esos motivos decorativos se transformaron en signos emblemáticos hereditarios, y además se sometieron a ciertas reglas o pautas de representación.