jueves, 16 de diciembre de 2010

APORTACIÓN SOBRE EL PALIO

EL PALIO PROCESIONAL

Por
José Luis Sampedro Escolar
Numerario de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía

El término palio tiene diferentes acepciones en los diccionarios. En la antigua Grecia, era un manto con el que cubrían el resto de sus vestiduras hombres y mujeres, que se sujetaba en el pecho con una hebilla o un broche. En la liturgia católica, es la insignia pontifical que da el Papa a los Arzobispos y a algunos Obispos, y que consiste en una especie de faja de color blanco con cruces negras y que pende desde los hombros sobre el pecho y puede llegar hasta la altura de las rodillas.


Esta prenda, desde la entronización como Sumo Pontífice de Juan Pablo I, ha pasado a ser el emblema personal de la dignidad del Santo Padre, una vez que en la Corte Vaticana se ha prescindido del uso personal de la triple tiara representativa de la suma de poderes temporal y espiritual, uso que sólo pervive en las representaciones heráldicas.

Mas hoy queremos hablar del palio procesional, que es un elemento litúrgico de origen bizantino, y que recibe su nombre, por extensión, del manto heleno antes mencionado, puesto que es una especie de dosel, generalmente de seda suntuosamente bordada, colocado sobre cuatro o más varas; en teoría, lo apropiado es que estas varas sean doce, representativas de los Apóstoles, y el portarlas se considera un privilegio reservado en ciertas solemnidades a personajes de gran relieve religioso, civil o militar.
Se utiliza en las procesiones cubriendo al sacerdote que porta el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, normalmente en custodia u otro tipo de ostensorio, y también era frecuente su utilización acogiendo a Papas y Reyes.
La altura del palio, a veces realzada por la incorporación de penachos con plumas de vistosa policromía en los ángulos de las esquinas,
permitía que las multitudes se percatasen con tiempo suficiente de que el Santísimo, o el personaje recibido bajo ese dosel ambulante, se acercaba al punto donde se encontraban los espectadores, además de conferir extraordinaria solemnidad a los desfiles procesionales, pues su paso ha de resultar forzosamente lento.

Los Reyes católicos de España utilizaron habitualmente el palio desde los tiempos visigodos hasta 1931, y podemos recordar aquí las pinturas que representan al Emperador Carlos V cabalgando junto al Papa en Bolonia en el cortejo de la Coronación del César, el 24 de febrero de 1530,
pero esta utilización del palio procesional no era privativa de los soberanos españoles, que compartían tal costumbre con los Reyes Cristianísimos de Francia y los monarcas ingleses. Los Emperadores de Austria asistían con pompa indescriptible a la procesión del Corpus Christi en Viena, como atestiguan las añosas fotografías del reinado de Francisco José I y los ortodoxos Emperadores de Todas las Rusias, cabeza de su Iglesia nacional y herederos del ceremonial bizantino religioso y civil, desfilaban bajo palio al coronarse en el Kremlin moscovita, como lo hizo Nicolás II, por última vez, en 1896.
Resulta ya tópico hablar del frecuente uso que hizo de este instrumento el anterior Jefe del Estado en el periodo en el que ostentó esta magistratura, entre 1938 y 1975, máxime habiéndose restaurado el Reino español con la promulgación de la Ley de Sucesión en 1947, este uso se convirtió en una forma más de subrayar que ocupaba el puesto protocolario correspondiente a los antiguos Reyes de España.
El palio, significa la protección de la Iglesia a la persona, imagen, objeto o figura que se cobija bajo él; por ello, es lógico que, desde la promulgación de la Constitución española de 1978, que sanciona la aconfesionalidad del Estado, su utilización haya caído en desuso por parte de nuestros Reyes. En el reino de España hoy sólo se ven palios, con carácter bastante excepcional, cubriendo la Custodia Eucarística en algunas celebraciones, sobre todo en la festividad del Corpus
y, a veces, amparando a los prelados, como ocurre cuando un nuevo Obispo efectúa su entrada oficial en la localidad sede de su diócesis.
Esta ausencia del palio en los tiempos modernos no debe extrañarnos pues incluso en el Vaticano ha sido desterrado en los dos últimos pontificados, junto a la silla gestatoria a la que tradicionalmente prestó su abrigo durante siglos.
Pese a todo lo dicho, es precisamente en nuestra patria donde el palio conserva una vigencia inusitadamente espléndida. Resulta innecesario gastar palabras para recordar la magnificencia de los palios que cobijan las imágenes marianas en los pasos de la Semana Santa española.
La tradición asegura que se trata de evitar a la Virgen la posibilidad de percatarse del sufrimiento de su Hijo Redentor, cegándola con el resplandor de un mar de cirios, la belleza de los adornos florales y el aroma del incienso
y, también, la brillantez de las joyas con que la adornan, de los bordados de oro de los mantos y del palio, cuyos varales, frecuentemente de plata repujada, se convierten en muchas ocasiones en auténticas joyas que parecen bailar rítmicamente al son de las marchas procesionales y de las saetas.