RESPUESTA DEL DOCTOR DE MONTELLS
Por el doctor don José María de Montells y Galán
I vizconde de Portadei, en el reino de Georgia
Juez de armas de la Orden de san Lázaro
Mi Qdo. amigo:
Con algo de sorpresa y no menor disgusto leemos hoy en el Blog de Heráldica -cuyo prestigio e imparcialidad han sufrido mucho con ello- una “nota” del denominado generosamente por ti, “maestro Sampedro” –que conste que hasta ahora creíamos que el único maestro Sampedro era el eximio escritor y académico nonagenario del mismo homónimo-, en que se dedica a difundir su ignorancia en materia heráldica y en materia nobiliaria, cegado quizá por su propia inanidad, atacando al maestro -este sí, por aquello de ser catedrático universitario- mi amigo el Marqués de La Floresta, a propósito de sus armas.
Me da a mí que lo que molesta al señor Sampedro, aparte del hecho en sí de la enorme distancia nobiliaria y social que le separa del agraviado, es al parecer los ornamentos exteriores del escudo del Marqués, a saber la corona, la cruz santiaguista y la cruz de Carlos III. Obviamente, ninguna de ellas al alcance del señor Sampedro, dicho sea con todo respeto al señor Sampedro.
De la corona, que se muestra cubierta de bonete de terciopelo rojo, nos dice que el Marqués no tiene derecho a ella porque no es Grande de España. Craso error el del “maestro”, ya que el Marqués sí que lo es, y así lo tiene declarado el Reino de España. Y para ser más exacto, me remito a la sentencia firme y definitiva dictada por el Juzgado de Primera Instancia número 2 de Madrid el 16 de octubre de 1989, declarada firme y ejecutoria. Y ejecutada en cuanto a la Grandeza de España mediante Auto de 3 de febrero de 2010, por el que se ordenó al Ministerio de Justicia la expedición de la real carta. El expediente administrativo está a punto de concluirse con la entrega de la real carta por parte del Ministerio de Justicia.
Si el señor Sampedro supiese algo de Derecho nobiliario, o tan solo de Derecho administrativo, sabría perfectamente que el hecho constitutivo de ser o no ser Grande es la sentencia judicial, siendo la obtención de la real carta un mero trámite administrativo posterior. Por lo que el Marqués de La Floresta es Grande de España legalmente, y quien lo niegue corre el riesgo de tener que responder ante los tribunales -cosa que le va a ocurrir enseguida al señor Sampedro, según mis noticias-
Tampoco demuestra un gran conocimiento cuando sostiene su inapropiado ataque en el hecho de que el Marqués no figure como Grande en la última Guía Oficial publicada: pues sabido es que esa publicación solamente se edita y distribuye cada quinquenio. Pero el señor Sampedro bien pudiera haber consultado al interesado, o a la autoridad competente, antes de lanzar esas afirmaciones tan faltas de fundamento, y tan impropias incluso de quien está empeñado en ser autoridad en materias tan ajenas a su formación académica.
Censura igualmente Sampedro la manera de disponer la cruz de caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III en las armas marquesales -es bien sabido que el Marqués de La Floresta es uno de los treinta caballeros hoy vivos de tan prestigiosa Orden-. Al parecer, en su ignorancia del fenómeno heráldico no sabe Sampedro que los ornamentos exteriores del escudo carecen de toda regulación oficial - por parte del Estado español-, salvo en lo tocante a las coronas nobiliarias, reservadas a los titulados por sendas normas del tiempo de los Reyes Católicos y de sus inmediatos sucesores. El resto de insignias y demás paramentos son de uso caprichoso y solamente obedecen a la voluntad de dueños. Bien es verdad que, sólo a partir del siglo XVIII, algunos tratadistas vienen intentando imponer unas normas inexistentes para distinguir los grados, pero sus orientaciones apenas han tenido alcance: es decir, que las cruces de las Órdenes las pone cada quisque como quiere, y todo lo demás son opiniones, algunas estimables, y las del señor Sampedro no. Pero no puede echarle en cara Sampedro al Marqués que haga una cosa a la que tiene perfecto derecho, aunque a él no le guste ni apruebe que haya merecido del Rey la preciada cruz de Carlos III.
Por último, nos indica Sampedro que la cruz de Santiago que ostentan sus armas marquesales no es la de la “Orden de Santiago tradicional”, sino “alguna portuguesa”. ¡Hombre, claro! El Marqués nació en 1957, y lo que Sampedro denomina con imprecisión “la Orden de Santiago tradicional” española, es que no existe desde mayo de 1931, como es bien sabido.
La Orden Militar de Santiago fundada en 1170 tuvo dos ramas, la castellana y la lusitana, ambas legítimas, ambas amparadas por la Santa Sede, y ambas con una existencia pareja. Pero la española se extinguió por decreto en mayo de 1931, y como bien tiene declarado el Tribunal Supremo en sentencia de 28 de noviembre de 2008, esa extinción fue definitiva y la vieja Orden no ha sido nunca restaurada. El mismo Tribunal Supremo, en ese mismo fallo, tiene declarado que las “Órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa” que hoy existen, no son en manera alguna las antiguas extinguidas en 1931, sino unas asociaciones civiles fundadas en 1980 por un grupo de particulares.La Orden Militar de Santiago de la Espada portuguesa, por el contrario, es hoy en día la única heredera legítima y legal de la Orden fundada en Castilla en 1170. Porque, puesta bajo el amparo de los Reyes de Portugal, fue convertida en Orden de Estado en 1789, y reorganizada 1862 y en 1917, y en la actualidad continua existiendo como la segunda Orden de Estado Portugués. Su emblema es, ciertamente, la misma cruz-espada roja -el lagarto-. Y a ella sí que pertenece el Marqués de La Floresta, por haber sido nombrado comendador por albalá del Presidente Portugués dado el 28 de diciembre de 2010, en atención a sus largos y señalados méritos al servicio de la Universidad lusa, en la que entró como profesor en 1992 y de la que es catedrático desde 2006 -y ya le adelanto a Sampedro que su nombramiento también apareció publicado en el Diario Oficial del EStado vecino, no como el de otros sedicentes “abogados del Estado”-.
Dios mediante, precisamente mañana lunes 19 de septiembre, en la Embajada de Portugal en Madrid, va a recibir el Marqués de La Floresta el collar y la placa de comendador de la Orden Militar de Santiago. Y yo, que he sido invitado expresamente a la ceremonia por el embajador Álvaro de Mendonça e Moura, estaré allí para aplaudirle. Por lo que queda demostrado el derecho que le asiste a disponer la cruz santiaguista en sus armerías propias con o sin permiso del citado señor Sampedro.
En cuanto a la cruz de la Orden de Malta que a veces adorna sus armas, pues más de lo mismo. El Marqués de La Floresta ingresó en ella en 1985, y en ella alcanzó a ser caballero de honor y devoción en obediencia y canciller del Subpriorato de San Jorge y Santiago, a más de consejero heráldico del Gran Magisterio, rector de la Academia Melitense y gran cruz con espadas de la Orden del Mérito Melitense. Nada menos. En los últimos años, las circunstancias familiares y laborales le han llevado a distanciarse de la Orden de San Juan y apenas usa ni luce la blanca cruz de ocho puntas. Pero el derecho a usarla y a lucirla desde luego que no le falta.
En suma: Me da a mí que hay que ser muy corto de entendederas para pensar que quien hoy es en España por derecho propio una de las primeras autoridades en los estudios heráldicos, respetado y consultado en toda Europa, iba a ser tan tonto como para hacer de sus propias armerías personales una torpeza que diera alas a los envidiosos de turno -que son multitud- y donde se debe contar, a lo que parece, al precitado el señor Sampedro.
Y es que del talento y de la capacidad de trabajo del Marqués de La Floresta y Vizconde de Ayala dicen bien, no sus títulos nobiliarios ni sus armerías, sino los tres doctorados alcanzados en tres universidades públicas distintas, los 34 libros y más de trescientas monografías y artículos que ha publicado, y el haber sido condecorado ¡once! veces por el Rey de España y por su Gobierno, y otras ¡quince! veces por Gobiernos europeos y Organismos internacionales.
Siento enormemente intervenir en este asunto suscitado por el “maestro Sampedro” que, una vez más, no ha estado fino, ni en sus apreciaciones infundadas ni en sus ridículas descalificaciones, pero un mínimo sentido de lo justo me impele a enviarte estas líneas. A cada cual lo suyo. Y al Marqués de la Floresta, también. Vamos, digo yo.