El mundo occidental, hasta alcanzar la edad contemporánea, en buena medida consecuencia de la ausencia de globalización, fue propenso a fabular, a imaginar, a idealizar la naturaleza circundante. A sus ratos de ocio y elucubración debemos el conocimiento de cocktails genéticos que han habitado el intelecto colectivo desde entonces.
Hoy se propone dar continuidad y conclusión a
una lejana entrada. Lejana entrada contra la que un compañero de armas, empleo y destino, don José Antonio López Moral, me reprochó que lo más interesante era la introducción. En aquella se abordaba un somero repaso de las figuras quiméricas que abundan en nuestra
ciencia heroyca y se expuso alguna idea sobre el grifo y sobre el dragón.
Tuvo a bien regalarme mi cuñado don Fernando Ontiveros Beltranena, de los marqueses de Aycinena, un curioso libro titulado Figuras heráldicas. Su significado. Obra que es realmente extracto del Adarga catalana, de 1753, de don Francisco Xavier de Garma y Durán. De su contenido se extraen buena parte de las insignificantes ideas que siguen.
Argos es el nombre de un pastor que protagoniza una escena de la mitológica Odisea. Pastor que poseía, repartidos por su cara, nada menos que cien ojos, cien ¿a qué clase de radiación se debería tamaña monstruosidad? Mientras unos dormían otros velaban.
Con esa extraña virtud fue encargado de custodiar a una ninfa voluptuosa, al menos antes de ser convertida en vaca, de la que la diosa Juno sentía celos ante las carantoñas que regalaba a su esposo Júpiter.
Finalmente Argos, con sus cien ojos, fue decapitado por Mercurio, realmente la mitología era bastante sangrienta, y sus ojos se utilizaron para adornar las plumas de la cola del pavo real.
En heráldica, Argos se representa por medio de una cara humana de frente, cargada de ojos.
Centauro es el nombre que se aplica al imposible cromosómico que deriva de la unión de la parte superior de un hombre con el cuerpo de un caballo.
Al igual que Argos, los centauros son frutos del aburrimiento, fabulante en novelas de viajes fantásticos, que hoy denominamos mitología griega.
Son hijos, de acuerdo a esa invención delirante, nada menos que de una ninfa, Filira, hija de Océano.
En nuestra ciencia el centauro se representa pasante.
Harpía es una palabra polisémica que sirve para denotar mujer que teje sus hilos sociales para condenar arteramente a sus enemigos y para significar un monstruo genético, cómo no mitológico, que presenta el aspecto de la mitad superior de una dama y la inferior de águila.
El ejemplo heráldico es conocido, improbable lector, toda vez que ha observado la harpía en las armas del principado soberano de Liechtenstein. El cuarto cuartel del escudo de aquella pequeña nación representa Frisia oriental, la región alemana lindante al sur con Holanda, donde la Harpía es figura quimérica muy habitual en la heráldica gentilicia.
Cabe hacer mención aquí de las armas del enemigo mortal de don Jaime de Astarloa, El maestro de esgrima del insigne don Arturo Pérez-Reverte, en la película homónima a la novela. Efectivamente, es una harpía la figura que se dispone sobre las armas que adornan la carroza del personaje malvado.
Hidra es el nombre que la mitología otorgó al engendro que mezcla siete cabezas de serpiente con un cuerpo de águila que posee alas de murciélago. Todo un derroche de imaginación.
Jano distingue a un ser mitológico que muestra, en la zona posterior de su cabeza, ¡una segunda cara!
Unicornio y
sirenas no necesitan mayor abundamiento porque son aberraciones del ácido desoxirribonucléico muy populares a través del cine, que no de la literatura.
Creo recordar haber podido observar en alguna ocasión un unicornio rampante en algún célebre escudo, aunque no recuerdo su origen.
Quiero concluir esta aburrida entrada con otro curioso ejemplo de armerías quiméricas que no se incluyen en texto académico alguno y que se han planteado asiduamente en este tedioso blog. Me refiero al gallo dragonado, mueble principal de las armas del doctor de Montells, que supo ejecutar con especial acierto estético el maestro Foppoli.