En anteriores entradas con este mismo título se atribuyeron armas a los personajes de las novelas y posteriores películas,
Lady Halcón y
El nombre de la rosa. Hoy se propone de nuevo este ejercicio, probablemente sintomático de alguna disfunción cerebral, de atribuir armas a personajes irreales, personajes que habitan solamente en el mundo de la fantasía.
Al igual que en las anteriores entradas sobre este asunto,
El rey pasmado nació como una novela cuya autoría corresponde al que fuera académico de la real de la lengua, don Gonzalo Torrente y Ballester, que posteriormente se llevó al cine de la mano del director Imanol Uribe.
La película es una de las mejor ambientadas del cine español, como lo atestigua el gran número de prestigiosos premios recibidos. El extraordinario elenco de actores hace creíble la acción.
El trabajo de Juan Diego, en el papel del padre Villaescusa, merece un hueco entre los grandes momentos de nuestro cine.
La cinta recrea unas pocas horas en la vida de la villa y corte del Madrid de principios del siglo XVII, con el jovencísimo rey Felipe IV como protagonista principal, que no absoluto.
Como se explicaba más arriba, en un ejercicio de evidente desequilibrio mental, aunque controlado, me propongo aburrirle con una de mis más queridas aficiones ¿qué armas hubiera asignado usted, improbable lector, a los personajes de
El rey pasmado? Yo me decanto por lo que sigue a continuación.
Al propio rey Felipe IV no hay que atribuirle armas que todos conocemos las que gastó. Si acaso apuntar que durante el desarrollo de la acción de la novela, en la segunda década del siglo XVII, la corona española se armaba del tradicional escudo que utilizaron los dinastas de Habsburgo en España, con la adición de las armas del reino de Portugal como pública muestra de soberanía sobre aquel territorio.
La reina Isabel de Borbón, otro personaje de la novela y película, era hija del monarca francés Enrique IV y de su esposa María de Médicis. Utilizó las armas de su marido el rey partidas de las de su reino de nacimiento, Francia.
Cabe aquí añadir una anécdota: Como sabe, improbable lector, en el panteón de la cripta del monasterio de san Lorenzo de El Escorial están enterrados los reyes de España, desde el emperador Carlos I, y las consortes de aquellos que cumplan dos condiciones: Que hayan sido efectivamente reinas y que fueran madres de rey.
Esta reina de España, Isabel de Borbón, cuentan las crónicas que de extraordinaria hermosura y mejor corazón, no fue madre de rey toda vez que su hijo, don Baltasar Carlos, príncipe de Asturias,
falleció sin haber alcanzado el trono y su hija María Teresa fue reina consorte del rey Luis XIV de Francia, el rey sol.
No obstante, en un acto de justicia hacia una buena esposa, reina y madre, por parte de un Felipe IV reiteradamente infiel, alcanzó la gloria póstuma de descansar en el panteón real. Panteón que se sitúa exactamente bajo el altar mayor del monasterio.
Del conde-duque de Olivares, caballero de Calatrava, conocemos igualmente sus armas que son las que siguen,
un cuartelado en aspa, extraña partición para una familia de tan elevada raigambre castellana, que no aragonesa.
La actual titular como sucesora en la merced nobiliaria es doña Cayetana Fitz-James-Stuart y Silva, más conocida por otro de sus títulos, el del ducado de Alba de Tormes.
Para el personaje más pintoresco de la novela y película, el padre Villaescusa, interpretado por Juan Diego, podemos crear armas nuevas toda vez que se trata de un personaje de ficción. Yo le atribuiría sin mucho cavilar, conocidos sus rigores religiosos, un calvario de sable en campo de plata, muy acorde a sus disciplinados gustos ascéticos y a su concepción de la religión como un camino de dolor y penitencia.
Por el contrario, para el personaje que interpreta el actor luso Joaquim Almeida, un sacerdote de esa novedosa orden jesuita que va deslumbrado ya en ese XVII siglo con las luces de las mentes de sus miembros, le otorgaría las armas de algunos Solís: un campo de azur con un sol radiante de oro, como muestra de su concepción de la religión como un luminoso y liberador principio moral.
El personaje más enigmático de la novela y película, y a buen seguro el favorito del doctor de Montells, toda vez que es sabido que pertenecía como miembro fundador a la orden de la mosca, es sin duda el conde de la Peña Andrada. Esta merced nobiliaria es realmente
título de incógnito del
príncipe de la mentira.
Sus armas son de sobra conocidas: en gules faja de oro acompañada de tres sapos de sinople, en contra naturalmente de las leyes de la heráldica, dos en lo alto y uno en lo bajo.
Para el gran inquisidor, interpretado en la cinta por Fernando Fernán Gómez, podemos suponer las armas plenas del
santo oficio que son las que siguen:
Por último, a la cortesana Marfisa, personaje que debe huir de la corte al final de la novela camino de Roma, y que es sabido que terminó sus días compartiendo su vida con un príncipe romano, podemos atribuirle unas armas que revelarían muy bien su origen, en campo de plata unos
picos pardos puestos en faja,
pero que bien disimuladas y con la adición de un jefe de Castilla y León dado su origen geográfico,
la convertirían con los años en supuesto familiar del importantísimo linaje de los Girones.