Continuando el hilo conductor que comenzó con el somero análisis de las columnas del escudo de España y concluyó con el tema de la corona imperial, hoy se propone un escudo municipal extranjero. Las armas de la ciudad de Ámsterdam, en holandés, Amsterdám.
El mimetismo en la naturaleza es una poderosa arma defensiva que ha propiciado la conservación de las especies que han logrado pasar desapercibidas en su entorno natural. Así, la selección natural ha demostrado que ante un mimetismo mayor, la posibilidad de sobrevivir aumenta.
Pero esta tesis es contraria en el caso de animales que sean potencialmente peligrosos. Es habitual que aquellas especies que portan algún tipo de veneno muestren un aspecto exterior poderosamente llamativo. Con colores estridentes, chillones.
Se propone como ejemplo el abdomen, coincidente en sus colores, de las avispas y las abejas. Un abdomen fajado de sable y oro de forma muy llamativa, que advierte a otras especies, potencialmente depredadoras, que contienen veneno.
De forma análoga, nuestra especie ha usado esa misma y otras estridentes combinaciones de colores para advertir de peligros determinados.
Además, siendo el bagaje cultural de nuestra especie eminentemente visual, se ha desarrollado un sistema de advertencias, fundamentalmente establecido para la evasión de peligros, que reconoce, no solo algunas combinaciones de colores, sino también determinados signos, como indicadores de peligros aislados. El aspa amarilla, sirva como ejemplo, indica en el mar un peligro indeterminado.
La ciudad de Ámsterdam trae por armas, sobre gules, un palo de sable, cargado de tres aspas de plata. Esta combinación, a nuestro juicio, indica intuitivamente un peligro, o mejor, tres situaciones de precaución.
Y no otra cosa fue en origen este escudo, cuentan los heraldistas, que
una marca que indicaba los tres peligros principales de la ciudad: Inundación, incendio y pestilencia.
Pero el hilo conductor de estas armas con las columnas viene determinado por su timbre: La corona imperial.
En el año 1489, Maximiliano I de Austria, abuelo de nuestro emperador Carlos I, concedió a la ciudad el honor de timbrar sus armas con su corona, como recompensa a los servicios que prestó a su causa y como símbolo de protección imperial al comercio de sus habitantes.