Se termina con esta entrada el tema sin agotarlo, evidentemente. Se desean exponer como final un par de obras que nos han concedido muy buenos ratos por su amenidad, rigurosidad y academicismo. Se trata de las siguientes:
LEONES Y CASTILLOS. EMBLEMAS HERÁLDICOS EN ESPAÑA. Tomo XXI de la colección clave historial. Au: Don Faustino Menéndez-Pidal de Navascués. Ed: Real academia de la historia. Madrid, 1999. La obra es una recopilación de artículos exclusivamente heráldicos que el autor ha ido publicando en la revista hidalguía a lo largo de los años. Rigurosa. Científica. Amena. De exposición magistral. Con temática del todo interesante. Un ejemplo de rigor heráldico literario. En definitiva: Un recreo.
EL ESCUDO DE ESPAÑA. Au: Don Faustino Menéndez-Pidal de Navascués. Ed: Real academia matritense de heráldica y genealogía. Madrid, 2004. Al igual que la anterior obra, se trata de un verdadero recreo literario. El autor expone, como siempre de forma magistral, la evolución que ha llevado a las armas de nuestros reyes a tomar su actual disposición, conformando el escudo de España. Libro, como el anterior, de obligada y amena lectura para todo heraldista.
LEONES Y CASTILLOS. EMBLEMAS HERÁLDICOS EN ESPAÑA. Tomo XXI de la colección clave historial. Au: Don Faustino Menéndez-Pidal de Navascués. Ed: Real academia de la historia. Madrid, 1999. La obra es una recopilación de artículos exclusivamente heráldicos que el autor ha ido publicando en la revista hidalguía a lo largo de los años. Rigurosa. Científica. Amena. De exposición magistral. Con temática del todo interesante. Un ejemplo de rigor heráldico literario. En definitiva: Un recreo.
EL ESCUDO DE ESPAÑA. Au: Don Faustino Menéndez-Pidal de Navascués. Ed: Real academia matritense de heráldica y genealogía. Madrid, 2004. Al igual que la anterior obra, se trata de un verdadero recreo literario. El autor expone, como siempre de forma magistral, la evolución que ha llevado a las armas de nuestros reyes a tomar su actual disposición, conformando el escudo de España. Libro, como el anterior, de obligada y amena lectura para todo heraldista.
Ya se ha hablado en este blog, en varias ocasiones, de las órdenes militares españolas, pero no de ese emblema concreto.

y una aparte.
Y es que la orden de Montesa nació en 1317, bajo el reinado de don Jaume II de Aragón, en su reino de Valencia, siendo aprobada canónicamente por el papa Juan XXII, el personaje histórico del que tanto, y tan mal, se escribió en la obra de Ecco, que a buen seguro ha leído improbable lector, EL NOMBRE DE LA ROSA. 
El resto de órdenes militares habían nacido durante el siglo XII.
La orden militar de Montesa se creó para dar acogida a los caballeros del reino de Aragón, de la orden militar del Templo de Jerusalén, que ha pasado a la historia como la orden del Temple. En 1312, disuelta conciliarmente la religión templaria y a consecuencia de la adscripción ordenada por el papa de los bienes y territorios templarios a la orden del Hospital, el rey don Jaume II decidió crear la orden militar de Santa María de Montesa, temeroso del excesivo poder reunido en las manos del maestre hospitalario.
La orden militar de Montesa mantuvo, consecuentemente con el poder que la simbología tiene en nuestra especie, el mismo emblema que la extinta orden templaria, la cruz llana de gules. Y así permaneció hasta entrado el siglo XIX
en que, por hacer más estético el emblema conjunto de las cuatro órdenes militares, se añadió a la cruz de gules,
cruz flordelisada de sable, permaneciendo en el corazón del emblema el símbolo original.
La justificación de la cruz flordelisada de sable proviene de la adscripción en el año 1400 de la orden de san Jorge de Alfama a la más moderna de Montesa, que traía por emblema una cruz flordelisada, de gules, idéntica a la de Calatrava. El esmalte de sable se adoptó, a finales del diecinueve, para poder distinguir los dos emblemas superpuestos: La cruz llana quedó de gules y la cruz flordelisada de sable.
En consecuencia, imágenes como la siguiente, que refleja a un caballero ataviado con ropajes medievales portando por armas la cruz flordelisada de sable cargada con cruz llana de gules es del todo anacrónica, imposible, irreal. Desde su nacimiento y hasta hace poco más de cien años, la orden de Montesa tuvo por armas una cruz llana de gules.

El padre don Guy Selvester, ínclito sacerdote de la diócesis de Metuchen, en el estado norteamericano de Nueva Jersey, hombre sabio no solo en materia heráldica, probablemente el individuo vivo con más conocimiento sobre heráldica eclesiástica, abandona la redacción de su blog después de tres años de intensa enseñanza.
De las razones que esboza, como principal aparece el cansancio. Sin olvidar la dificultad para compaginar su labor ministerial con la enseñanza de la heráldica a través de este medio virtual.
Se propone hoy, improbable lector, una visita al final de su excelente blog 

Pedro de Alcántara fue hijo de nobles de muy esclarecidas familias. Su nombre de nacimiento fue Juan de Garavito y Vilela de Sanabria. Mientras caminó por el mundo dejó fama de santo, transmitiéndo un claro ejemplo de vida como franciscano. Fue fundador de varios conventos, consejero de santa Teresa y del emperador Carlos V, quien incluso le propuso ser su confesor.

cuando fue invitado por el recién elegido Juan XXIII
a crear, o mejor a recrear, una oficina de control de las armas elegidas por los obispos y repuso aquella frase “
La visita de la página que hoy se propone demuestra que efectivamente, y a pesar de muy honrosas excepciones, el buen gusto en materia heráldica no impera entre los pastores de la Iglesia todo lo que sería deseable. 

La página que se propone es la siguiente: 

















