sábado, 14 de mayo de 2011

SÁBADO: IMÁGENES

Prácticamente hasta el fin de la conflagración que se denominó gran guerra, Europa se recorría de norte a sur y de este a oeste, viajando de reino en reino. Todas las naciones de nuestro continente, excepción hecha de Suiza y San Marino, ostentaban orgullosamente la monarquía como forma de jefatura del Estado.
Hoy, al contrario, cualquier convocatoria de la realeza europea, festiva o luctuosa, se puebla de monarcas luciendo atuendo civil. Hace cien años, los reyes se congregaban vistiendo el uniforme de sus ejércitos, en tanto que efectivamente eran sus jefes.
Veinte de mayo de 1910. Nueve reyes se dieron cita en el palacio de Buckingham de Londres para asistir al funeral del rey Eduardo VII.
La fotografía que sigue, con la que concluye esta brevísima entrada, muestra de pie, de izquierda a derecha, a los siguientes monarcas:
Haakon VII de Noruega, Fernando I de Bulgaria, Manuel II de Portugal, Guillermo II de Alemania, Jorge I de Grecia y de Alberto I de Bélgica. Sentados: nuestro rey Alfonso XIII, Jorge V de Gran Bretaña y Federico VIII de Dinamarca.

viernes, 13 de mayo de 2011

CONFERENCIA: ALFONSO XIII Y LOS SUCESOS DE ABRIL DE 1931

La clase mensual extraordinaria correspondiente a abril del curso de la escuela Marqués de Avilés fue impartida por el académico numerario de la Real y matritense de heráldica y genealogía don José Luis Sampedro Escolar quien, tras las palabras de salutación de la presidenta de la Asociación, doña Elena Fernández del Cerro, formuló una aproximación histórica a la figura del Rey Alfonso XIII, coincidiendo con el 80 aniversario de los lamentables sucesos acaecidos en abril de 1931. La conferencia revisó la historiografía referida a este monarca en un ponderado y ajustado análisis de su figura y su entorno, haciendo diferentes alusiones a ciertos puntos de su genealogía, de su emblemática y del derecho dinástico.
El numeroso público que llenaba los salones del Centro riojano de Madrid siguió la disertación y las intervenciones posteriores con el lógico interés que generaba el tema, tomando posteriormente un vino de Rioja ofrecido por los anfitriones del acto.

jueves, 12 de mayo de 2011

MANTOS III


LOS MANTOS EN LA HERÁLDICA ESPAÑOLA

Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila,

VIII Vizconde de Ayala
III Marqués de La Floresta
Cronista de armas de Castilla y León
CAPÍTULO TERCERO

Bien entrado ya el siglo XIX, y en plena transición del Antiguo Régimen al Constitucionalismo, la Reina Gobernadora, mediante su real decreto de 27 de julio de 1834, dotará a ese manto ceremonial de los Grandes de España -o mejor dicho de los Próceres del Reino, casi todos ellos Grandes, que eran los titulares de la Alta Cámara legislativa y consultiva según el Estatuto Real de 1834- de un modelo exacto, por cierto de color azul, bien diferente del tradicional rojo carmesí, pues el legislador quería inspirarse en presuntas tradiciones medievales (se padecía entonces el auge del romanticismo neo-gótico):

El trage de los Próceres del Reino en los actos más solemnes, consistirá en un manto ducal de terciopelo azul turquí con mangas anchas, como lo usaron los Ricoshombres de Castilla y de Aragón en los siglos XIV y XV, forrado de armiños, con la epitoga también de armiños, el cual arrastrará algo por detrás: por encima de la epitoga adornará el cuello del Prócer una gola, más subida por detrás que por delante. Por debajo del manto llevará el Prócer una túnica de glacé o tisú de oro que bajará hasta cubrir la rodilla, y cuyas mangas ajustarán en el puño, y estarán adornadas en este sitio por una guarnición estrecha de encage: medias de seda blanca, y zapatos de terciopelo azul con un lacito de cinta o galón de oro. En la cabeza llevará un gorro ducal, también de terciopelo azul, con vueltas de tisú de oro, y debajo del manto la espada pendiente de un cinturón de la misma tela que la túnica. (Colección Legislativa de España. Este manto y vestiduras son las que tantas gentes mal informadas suelen mencionar habitualmente como el uniforme de los Grandes. El estudio de la simbólica y de la parafernalia de las Cortes españolas durante la Edad Contemporánea está todavía por hacer; pero se quiere acometer por los juristas García-Mercadal y Ceballos-Escalera, que para ello ya tienen recogidos abundantes materiales documentales y bibliográficos).

No sabemos lo que se quiso decir al describir y calificar este manto y su correspondiente gorro como ducales; en todo caso, estas vestiduras duraron lo que duró aquella carta otorgada que fue el Estatuto Real, es decir sólo hasta la sargentada de La Granja, ocurrida durante el verano de 1836. Ciertamente parece que esos mantos azules se usaron por los Próceres en las ceremonias parlamentarias, pero no hemos hallado testimonio alguno de que su uso trascendiera al terreno heráldico.

Directamente derivado del manto ducal de los Grandes de España es el del Generalato español. Se trata de una moda introducida en España seguramente por imitación de usos heráldicos franceses, difundidos en España mediante la célebre obra del Marqués de Avilés. Quien, al mencionar las insignias de las diferentes dignidades, cargos y oficios, trata de las del Condestable, Almirante, Generales de Exército -es decir, capitanes generales- General de la Artillería y General de Galera, afirmando que timbran sus armas con una Corona de oro, y Manto Ducal de escarlata. (Marqués de AVILÉS, op. cit., II, págs. 104-106).

La moda, foránea como decimos, arraigó muy pronto en España, y el uso de mantos se generalizó entre el Generalato español: durante el siglo XIX, casi todos timbraron sus armerías con este ornamento, y buenas muestras de ello nos las proporcionan las colecciones publicadas de pasaportes militares armoriados, (Anónimo, Antiguos pasaportes de la Real Armada (Madrid, 1978). Blasones Militares (Madrid, Servicio Histórico Militar, 1987). Epifanio BORREGUERO GARCÍA, Colección de pasaportes heráldicos, vol. I (Madrid, 1990) y vol. II (Madrid, 1994)) cuyos ejemplares pasan del centenar y medio. Como ejemplos de esta clase de armerías, traemos a colación las de los generales don Carlos O’Donnell, don Juan Antonio de Monet y don Baldomero Espartero. (La primera en la colección L.A. Vidal de Barnola, Madrid, a quien agradecemos de nuevo su proverbial amabilidad. El segundo, en la colección del general L. Monet, Madrid. Y el último tomado de la obra de José Segundo FLÓREZ, Espartero. Historia de su vida militar y política (Madrid, 1844), vol. II, pág. 572.)


Un tercer manto heráldico hispano es más infrecuente: se trata del usado por los Ministros de la Corona, del que conocemos varios ejemplares de políticos y funcionarios que lo usaron, pues figura en sus armerías sin que exista otra razón para lucirlo. Así, los de don Agustín de Lancaster Araciel, ministro carolino; (Blasones Militares (Madrid, Servicio Histórico Militar, 1987), pág. 69) de don José García de León Pizarro, ministro de Estado fernandino (En un pasaporte de la colección L.A. Vidal de Barnola, Madrid),
o de don José de Seijas Lozano, presidente del Consejo de Estado ya en 1868. (Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores. Están publicadas en la obra colectiva La Insigne Orden del Toisón de Oro (Madrid, 1996), caballero número 1018). Caso también interesante es el de las armerías de don Pedro Benito Sánchez Varela, ministro de Marina en 1796, que aparecen ornamentadas de este manto gubernativo (porque no hay otra razón de dignidad, cargo o gran cruz que lo autorice), y timbradas de una corona sumada de un bonete o mortero de influencia francesa, según modelo importado por el repetido Marqués de Avilés. (Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán”, Viso del Marqués (Ciudad Real), sección Cuerpo General, legajo 620-181).
Los caballeros de la Insigne Orden del Toisón de Oro, establecida en 1430 por Felipe el Bueno, Duque de Borgoña y Conde de Flandes, usaron con bastante asiduidad hasta finales del siglo XVII, del vestido y manto que el artículo vigesimoquinto de los Estatutos fundacionales les señalaron en el siglo XV: el mantos o capas de lana del color de grana, las cuales por las aberturas de los lados y por el borde inferior han de tener una guarnición bordada de eslabones y pedernales, y entre ellos algunas chispas que simulan haber saltado del roce de ambos, y con algunos toisones pequeños, y forrados estos mantos de pieles de marta cibelina.

Tras una etapa breve de abandono de ese uso, ya desde fines del siglo XVIII hallamos a alguno de los caballeros coetáneos retratado con el manto, desde los propios Reyes Don Fernando VII (Roma, Embajada de España ante la Santa Sede y la Orden de Malta: retrato de Fernando VII vistiendo el manto de la Insigne Orden del Toisón de Oro, por Vicente López),
Don Alfonso XII y Don Alfonso XIII, hasta simples caballeros como el doctor Cortezo (Madrid, Consejo de Estado, retrato por S. Carrillo)
o el anterior Duque de Alba. (Madrid, Palacio de Liria (Fundación Casa de Alba)). Un uso meramente retratístico -porque no se reunía ya el Capítulo de la Orden- que se mantuvo, según vemos, hasta bien entrado el siglo XX. (Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA GILA (dir.), La Insigne Orden del Toisón de Oro (Madrid, 2000), págs. 82 y 605).

Desde el punto de vista heráldico, el manto de la Orden del Toisón de Oro fue usado como ornamento exterior de sus armerías por diversos caballeros; el caso más moderno que conocemos es el del Duque de Fernández Miranda, investido del collar en 1977. (Sus armerías, facilitadas por su hijo D. Fernando Fernández-Miranda, ilustran la obra Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA GILA y Fernando GARCÍA-MERCADAL Y GARCÍA-LOYGORRI, Las Reales Órdenes y Condecoraciones del Reino de España (Madrid, 2002)).

miércoles, 11 de mayo de 2011

GUERRA CIVIL CASTELLANO-ARAGONESA

Se produjo en estos reinos que hoy llamamos España un conflicto armado hace trescientos años. Ese conflicto hoy se conoce como la guerra de sucesión.Como sabe, improbable lector, esta lucha se originó tras la muerte sin sucesión del rey don Carlos II, el hechizado, último representante en estos reinos de la casa de Habsburgo.Esta guerra comenzó en 1701 y no finalizó realmente hasta que ¡en 1744! se rindieron las últimas guarniciones en la isla de Mallorca, aunque se conoce oficialmente el tratado de Utrech de 1713 como la conclusión del conflicto.Los protagonistas del enfrentamiento fueron los reyes don Felipe V de Borbón, nieto del rey Luis XIV del reino de Francia; y el aquí conocido como el archiduque Carlos, rey don Carlos III de Habsburgo para sus partidarios, que fue el séptimo hijo, segundo varón, del emperador Leopoldo I de una nación, denominada entonces, como Sacro Imperio Romano Germánico.El rey Felipe V se sentó en el trono de Madrid en 1701, al comienzo de la guerra, si bien en 1706, consecuencia de las operaciones militares de su adversario huyó de la corte, ocupando el archiduque Carlos la ciudad de Madrid y siendo proclamado rey con el nombre de Carlos III.Este conflicto, de grandísima repercusión internacional, hasta el punto de ser considerado una guerra europea, se materializó en España en una guerra civil que enfrentó al reino de Castilla contra los antiguos reinos de la corona de Aragón.Y es que bajo la apariencia de una guerra dinástica se escondía realmente un conflicto que dirimía una concepción política perfectamente dispar:El rey Felipe V proponía una administración de la política regional de los reinos de España basada en un centralismo arrasador de las culturas y diferencias periféricas. Centralismo que se materializó posteriormente en los decretos de nueva planta, que atropellaron las ancestrales cortes de cada uno de los cuatro reinos de la corona de Aragón: El propio Aragón, el principado de Cataluña, el reino de Valencia y el reino de las islas Baleares.Por su parte, el archiduque Carlos entendía la administración política como un mantenimiento, sin cambios, de los tradicionales privilegios, cortes y fueros de cada uno de los reinos que formaban la corona española.Como sabe, improbable lector, ganada la guerra de sucesión, la guerra civil castellano-aragonesa, por Felipe V, que fue el rey propuesto por la corona de Castilla, el sistema centralista se mantuvo hasta la constitución de 1978 que, con la creación del Estado de las autonomías, quiso aliviar en parte la presión centrífuga de las regiones periféricas.

A modo de apostilla  se añade algún apunte sobre la heráldica de los pretendientes.El propuesto por Castilla, Felipe V, trajo por estandarte el que siguecoincidente con sus armas.Armas que su abuelo, el rey Luis XIV de Francia, mandó diseñar y que diferenciaban las anteriores de la corona española con la adición, en abismo, en el centro de la composición heráldica, de las armas abreviadas de la casa de Francia, brisadas por una bordura de gules.El propio rey Luis XIV explicó por carta a su nieto Felipe V que portaba las armas de Francia en el centro de las de España para recordar siempre que tanto él como sus futuros descendientes pertenecerían a la sangre de Francia, lo que hoy llamaríamos dinastía de Francia. Armas de Francia que aun permanecen en abismo en las actuales armas nacionales españolas.Por su parte, el archiduque Carlos, que como se expuso más arriba llegó a ser proclamado rey en Madrid en 1706 como Carlos III de España, usó por estandarte propio el que sigue, vexilología de sus armas personales, que fueron estas:
El archiduque Carlos, o pretendiente Carlos III, reunió en sus sienes las coronas de España y del Sacro Imperio, como hiciera el emperador Carlos I y V. Usó como rey las armas del último Habsburgo, Carlos II:Permaneciendo el archiduque Carlos aun en nuestro país, en 1711, sucedió a su hermano mayor José I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, muerto sin descendencia, como Carlos VI, siendo entonces de derecho Carlos III de España y VI del Sacro Imperio. Finalizado el conflicto renunció a sus derechos sobre el trono español manteniendo la jefatura de la orden dinástica del toisón de oro, creándose desde entonces la bicefalia aun existente en la jefatura de tan insigne orden.Casó en 1708 en la iglesia de Santa María del Mar de Barcelona, la catedral del mar de tan literarias resonancias, con la emperatriz Isabel, con quien tuvo tres hijos. Consecuencia de su dilatada estancia en España, introdujo en Viena el barroco ceremonial de la corte de Madrid y fundó la hoy tan aclamada escuela española de equitación de Viena.Ocupó la jefatura del imperio hasta su muerte en 1740, consecuencia de la ingesta de setas venenosas, siendo el monarca que mayor extensión geográfica consiguió para su nación.

martes, 10 de mayo de 2011

TARDE DE DIARIO

Lo que sigue es fruto del invento. Aunque se parezca asombrosamente a la realidad.

Dos menos cuarto de la tarde: Tras pedir preceptivo permiso a mi teniente coronel, siempre comprensivo con mis historias heráldicas, hoy me escapo un poco antes del trabajo. Hay tertulia y hemos quedado a las dos y media en el restaurante habitual. Seremos los fundadores: el marqués de Utrera, el barón de Sórvigo y yo mismo; y los fichajes más recientes: El conde del Real de la Mora, el señor de Sabiote y monseñor Habanos. Repaso lo que quiero contar a mis compañeros de tertulia. Desde La Latina decido recorrer caminando el trayecto que me separa del restaurante. Un cuarto de hora escaso bajo el agradable sol de Madrid.

Dos y veinte: Llego el primero. Los militares como siempre los más puntuales. El Finis Africae está abarrotado: hay que esperar media hora. Le explico al encargado, ya amigo después de años, que me reserve para seis y que no se preocupe, que media hora es lo que solemos tardar en llegar todos. Parece que se ha corrido la voz sobre lo bien que se come aquí y lo inmejorable de los licores que sirven tras el postre. Me pido una caña y me sirven un aperitivo a base de anchoas. Excelente. Aprovecho para leer el ABC.

Dos y media de la tarde: El siguiente en aparecer es el señor de Sabiote. Mi teoría se confirma: Los únicos puntuales que quedan en España son los militares. Segunda cerveza para acompañarle. Sabiote es hombre cabal; excelente dibujante, no en vano se gana un buen sobresueldo, que los militares siempre andamos escasos, dibujando escudos; y un animado y gran conversador de ingente cultura. Charlamos en tono aparentemente serio, que la ironía es el más fino humor y Sabiote hace prácticas con maestría, sobre las últimas novedades de los blogs heráldicos. Aparecen el conde del Real de la Mora y su buen humor.

Tres menos veinte: Real de la Mora nos entrega un cuadernillo fotocopiado, perfectamente encuadernado, titulado Los Rújula, del licenciado Pedro Luis Bengoechea, presbítero; el original de 1926. Sabiote le pregunta y nos aclara que puede considerarse una continuación de la conferencia del último día, la que nos dio Sórvigo, en tanto que los Rújula han estado vinculados desde hace tres siglos al empleo de rey de armas. Hay que reconocer que del Real de la Mora está en todo.

Tres menos diez: Aparece el clero, siempre con dignidad natural, acompañado de su inseparable cigarro electrónico. Tras él Utrera, con su elevado nivel académico, junto a una abultada carpeta en la que nos dice que trae el material para la conferencia de pasado mañana y algunas cosas para darnos. Como Sórvigo, que encima trabaja al lado del Finis Africae, tarde mucho más nos vamos a sentar ya entonados con tantas cañas.

Tres y diez de la tarde: Al fin nos acomodan en una larga mesa. Sórvigo se disculpa por su tardanza y nos recuerda, con un par de sus divertidos chascarrillos, que el buen humor sigue vigente entre nosotros. Monseñor bendice la comida y Utrera le pide que haga lo mismo con la bebida. Y encima el clero accede. Nos cuenta monseñor algún dato sobre la orden que porta, discretamente, en la solapa. Es propia del arzobispado castrense.

Cuatro menos veinte de la tarde: Sabiote nos muestra un boceto del dibujo que está preparando con las armas del padre de Utrera. No me extraña que cobre por sus dibujos y que le lluevan los encargos. Es excelente. Además, el toque personal que les infunde los hace más originales. Sórvigo nos va haciendo reír, como es costumbre, con sus continuas ocurrencias. Aprovecha para pedir a monseñor un par de datos sobre escudos de obispos peninsulares de hace siglos.

Cuatro de la tarde: Con el cambio a los platos de postre y al hilo de la conversación, Real de la Mora nos lee un párrafo de la última página del cuadernillo que nos ha traído a todos sobre los reyes de armas de la familia Rújula: “Sabido es que las coronas de los reyes de armas son un aro de plata sobredorada, realzado de cuatro cruces patés (aunque al representarlas sólo suelen mostrarse tres) y adornado de piedras azules.” Ojo dibujantes, se interrumpe de la Mora, ¡azules y no de otros colores! y continúa la lectura: “Dice, explicándolo, la tradición que las coronas han de ser de plata y no de oro, porque los heraldos no pueden amar las riquezas, y las piedras de azul, porque este es el color que debe constituir la única mira de aquellos: el cielo.” Asombro general. -¿Pero de qué año es esto, tú? –De 1926.

Cuatro y veinte: La conversación deriva hacia el innombrable. Realmente es como le conocen en la matritense. Recuerdo que así le nombró todo un académico de postín cuando le pregunté por un dato. Aunque para ser el innombrable la verdad es que se le nombra mucho. Utrera cuenta que en Cataluña han empezado a estudiar el caso para desenmascarar su título como fraudulento. Parece demostrado que se trata de un caso de homonimia entre un antepasado y un verdadero titulado que no era ascendiente directo, y que el expediente fue en consecuencia falseado para lograr la rehabilitación del título. A mí estos temas me producen dolor de cabeza. Postres y licores a juego.

Cinco menos diez: A por la segunda ronda general de licor de café. Las copas son de un tamaño tal que si metiéramos un pez podría vivir tranquilamente en una de ellas. Cada vez que una camarera no nos atiende monseñor enciende su cigarrillo electrónico y llena su alredor de humo. El método es infalible. La camarera aparece de inmediato pensando que se trata de un verdadero cigarro. Sórvigo nos detalla cómo, por casualidad, ha encontrado el último escudo episcopal. Sabiote nos cuenta un par de anécdotas de militares. Utrera, por su parte, nos adelanta brevemente el contenido de la próxima conferencia.

Casi cinco y media de la tarde: Sórvigo y el clero nos recuerdan la necesidad de ser moderados y desoyéndoles decidimos pasarnos a los combinados, aunque en el bar de al lado porque el Finis Africae cierra. Nos abandonan ambos, Sórvigo y monseñor Habanos, que son a fin de cuentas los más sensatos.

Seis y media: Llamadas a las respectivas consortes para explicar que la comida de hoy se alargará un poco. En la terraza del bar se nos oye más de lo aconsejable. Real de la Mora nos cuenta cómo va su investigación genealógica en la calle de la Pasa y las horas que pierde buscando entre legajos de hace siglos. En los tiempos que corren deberían estar informatizados ya todos los archivos. Nos explica algo sobre los mormones y los ficheros que están desarrollando que no acabo de entender muy bien. Utrera sugiere que nos moderemos y nos recuerda cómo acabó un día. La conversación deja de llevar un hilo para convertirse en una sucesión de ideas interesantes, aunque algo inconexas, que vamos aportando unos y otros.

Nueve menos diez de la noche: Nos despedimos superada hace ya rato la fase de exaltación de la amistad. Convenimos en realizar tertulias heráldicas por lo menos semanales, nada de quincenales. Con lo que me han contado hoy tengo para estar escribiendo un par de semanas, si es que consigo recordarlo mañana.