Desde que un exiguo grupo de supuestos intelectuales decidió darse bombo atacando la institución, últimamente parece que lo único que trasciende en relación con la monarquía son los privilegios que ostenta.
Efectivamente los posee. Los miembros de la familia real gozan sin duda de una serie de ventajas económicas, poder, exenciones y privilegios de los que el resto de la ciudadanía carece. Aunque desde luego, bastantes menos que cualquier otro español con una renta elevada.
En lo que no suele repararse es en que esos privilegios se ven acompañados de obligaciones. De muchas obligaciones.
Efectivamente los posee. Los miembros de la familia real gozan sin duda de una serie de ventajas económicas, poder, exenciones y privilegios de los que el resto de la ciudadanía carece. Aunque desde luego, bastantes menos que cualquier otro español con una renta elevada.
En lo que no suele repararse es en que esos privilegios se ven acompañados de obligaciones. De muchas obligaciones.
España decidió dotarse a sí misma de una constitución, en el año 1978, aprobando por inmensa mayoría el referéndum convocado. Esa carta magna, cúspide del corpus jurídico en el que se basa la necesaria estabilidad social que consiguen las leyes, consagra la monarquía como forma de la jefatura del Estado, estableciendo una serie de deberes para el monarca:
Nuestro rey es el capitán general de los ejércitos y como tal ejerce. Mantiene una cercanía con los profesionales castrenses que es alabada y reconocida por la familia militar, pulsando opiniones entre los mandos y siempre atento y receptivo a sus necesidades.
El rey es moderador, árbitro necesario de la alternancia de partidos que consagra el sistema democrático. Y como tal, realiza sus funciones llamando a la cordura y la sensatez a los miembros de la clase política.
El monarca además representa, como la bandera, al propio Estado. Esa es la razón por la que se inclina la cabeza a su paso y al saludarlo. Y ese deber lo ejecuta con sabiduría. En sus viajes al extranjero, como embajador excepcional de España, se hace acompañar de empresarios con el fin de dar proyección al tejido empresarial nacional abriendo las puertas, gracias a sus contactos internacionales, a la inversión nacional en el exterior.
Por último, el soberano es fuente de honores y distinciones, siendo en consecuencia quien discierne la idoneidad, la conveniencia de cualesquiera premios que otorgue. Y su actuación en esta tarea constitucional ha sido siempre intachable. Ha sabido engrandecer y condecorar a quien lo merece buscando, tanto premiar una actuación o un devenir vital, como servir de acicate para el resto de la sociedad.