Durante muchos años, sobre todo durante el apogeo medieval del sistema emblemático circunscrito a la boca de un escudo, el estudio de la ciencia heráldica se centró en el análisis y en la confección de armoriales que agrupaban, por razón de entorno geográfico, por común pertenencia a determinada institución o por convocatoria de un evento concreto, los escudos utilizados en regiones particulares de la cristiandad.Esa costumbre, la compilación en armoriales, tan profusa y estética a lo largo de los siglos, bien fueran figurativos, bien carentes de la representación gráfica del escudo, se ha mantenido hasta la actualidad siendo legión los extensos, y en muchos casos excelentes, trabajos contemporáneos de insignes heraldistas. Baste recordar la prolija obra de los hermanos García-Carraffa, o cualesquiera otros armoriales que aún hoy se redactan.Caminando parejos con los armoriales, los tratados de heráldica en buena medida se han limitado a la descripción de los esmaltes, las particiones, las piezas y los principales muebles que se representan sobre las superficies del escudo y a la enseñanza del lenguaje propio de esta ciencia, prolijo y extraño, pero preciso y concreto. Separándose de los anteriores, los trabajos más eruditos, en otras épocas y en la actualidad, se han centrado en la datación de representaciones heráldicas existentes en monumentos, en la catalogación de conjuntos de armerías regionales y en la atribución a personajes históricos concretos de escudos centenarios.Pero el sistema emblemático basado en la heráldica es algo más que todo eso. Va más allá de la representación de series de escudos, va más allá de la descripción de su lenguaje propio, va más allá de la investigación para la identificación, a través de sus armas, de un personaje histórico.Hoy se desea llamar su atención, improbable lector, sobre un hecho cierto que es el que verdaderamente define la esencia de la heráldica como sistema de identificación personal, familiar o institucional: Los escudos nacieron, y aun hoy se siguen diseñando, con el ánimo de transmitir un significado concreto. Concreto para los autores de los diseños que a lo largo de la historia de la heráldica decidieron, y aun hoy optan, por disponer esmaltes, particiones y figuras de una forma determinada intentando significar un escalón social privilegiado, un parentesco con algún jerarca, una actitud moral de carácter vital, o un simple gusto estético.Quizá para los más insignes maestros de heráldica este aspecto, los motivos de elección de unas armerías concretas, resulte frívolo, poco consistente científicamente hablando, en tanto que consideran nuestra ciencia auxiliar de la historia.La posibilidad de considerar la heráldica como ciencia positiva, con entidad por sí misma, investigando científicamente qué idea se pretendía expresar a través de este ingenioso sistema de combinación de esmaltes, particiones y figuras resulta superfluo, etéreo, fútil. Pero quizás olvidan la voluntad cierta de los que optaron por unas armerías despreciando otras. Olvidan que el verdadero deseo de quien se decidió por un determinado diseño fue que sus armas fueran transmisoras de una idea.Así, en nuestra ciencia ha de tener cabida el estudio de los motivos de elección de las armerías. Motivos que se materializaron en unas figuras con las que el creador del diseño heráldico optó por transmitir un mensaje. Mensaje, concluyendo, que es la esencia de la heráldica.