ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DE LA HERÁLDICA HISPANA
Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila,
Marqués de La Floresta
Cronista de armas de Castilla y León
CAPÍTULO CUARTO:
LA EXTENSIÓN DEL USO DE LAS ARMERÍAS A TODAS LAS CATEGORÍAS SOCIALES (1230-1330)
Probablemente esta extensión social se debió al uso de sellos: toda persona poseedora de un sello tendió a hacer figurar en él un emblema personal o familiar, o bien un emblema decorativo que pronto alcanzó la categoría de armerías propias.
El segundo período heráldico puede considerarse el datado entre los años 1225 y 1330. En Aragón y Cataluña se mantuvo el tipo de sello ecuestre, propio de la alta nobleza.
En Castilla y León, los escudos de armas y las señales se repartieron por mitad en los sellos, lo que demuestra una gran predilección local por las señales.
En Navarra, por el contrario, hubo en los sellos del comienzo del período cuatro veces más escudos de armas que señales. Para evaluar cuantitativamente la difusión del uso de los emblemas heráldicos, Menéndez Pidal se ha basado en el recuento de los sellos personales (no reales ni eclesiásticos) hacia el comienzo y hacia el fin del período: los sellos conservados -una pequeña parte de los que existieron- tienen todos emblemas heráldicos; la recíproca no es evidentemente cierta, pero parece que la cifra puede aceptarse como aproximadamente proporcional sin gran error. En Castilla-León y en Navarra el número de sellos es 4,5 veces mayor hacia el fin que hacia el comienzo, en Aragón sólo 2,0 veces mayor y 1,5 veces mayor en Portugal.
Pero este auge del uso de emblemas heráldicos en Castilla y León, y en Navarra, aunque análogo cuantitativamente, tiene características muy diferentes en ambos reinos. Navarra siguió muy unida en las formas a Aragón, Cataluña y el Languedoc. Hubo piezas y muebles que sólo allí aparecieron, y no en Castilla -como la bordura denticulada-. Parece apreciarse un perfeccionamiento heráldico, pero sin innovaciones propiamente navarras. En cuanto a los usos, como consecuencia del tipo de habitación, hacia el fin del periodo las armerías se vincularon en Navarra al palacio de cabo de armería y al linaje, más que a la persona.
En Castilla y León el auge heráldico presentó características singularmente interesantes. Pueden resumirse en tres principales: en primer lugar, un perfeccionamiento heráldico innovador: la aplicación de la partición en cuartelado para combinar dos armerías, adoptada por San Fernando en 1230, que alcanzó una aceptación prodigiosa tanto en los otros reinos hispanos (Aragón-Sicilia, Navarra), como en el resto de Europa.
La primera diferencia utilizada en la Casa Real de Aragón parece ser la bordura de Castilla que trajo el primogénito de Jaime I el Conquistador. Esta misma bordura de Castilla se veía por entonces como diferencia en las armas de los hijos de los Reyes de León, de Portugal y de Francia, nada menos.
En segundo lugar, se nota en Castilla y León una intensa utilización de las señales, suficientes para cubrir las necesidades emblemáticas en sellos, sepulcros, ornamentación de telas, etcétera, lo que dio origen a la creación de pautas de presentación muy originales, entre las que destaca el tipo de sello cuadrilobulado.
Y en tercer lugar, el descubrimiento del valor ornamental de los emblemas heráldicos, que si bien fue en este período un hecho general en Occidente, tuvo una especial difusión y aplicación en Castilla, asunto que merece una explicación.
Y es que, siguiendo modas artísticas mudéjares y orientales, en Castilla y León se manifestó una particular y bella expresión plástica. Primeramente, se hizo un uso intensísimo de tales emblemas, uso que sobrepasó ampliamente la mera finalidad de identificación: recordemos los vestidos que Fernando de la Cerda tenía en su sepulcro de la Huelgas (pellote y aljuba sembrados de escudos de sus armas, que llenan casi toda la tela, y bonete todo a cuarterones de León y Castilla), o aquellos sepulcros de los Meneses en Palazuelos y Matallana, con setenta escudos repetidos.
En un segundo momento, se prescindió ya de la realidad, se olvidó del todo la función identificadora, y se utilizaron los emblemas heráldicos como un motivo ornamental simplemente. Hay notabilísimas muestras de esta pseudoheráldica en los cojines hallados en el sepulcro de Fernando de la Cerda, en la almohada que había en el de Sancho IV, en la decoración mural de la Puerta del Reloj de la catedral de Toledo, etcétera.
Tanto en estas ornamentaciones como en las que empleaban auténticas armas personales, la extensión del efecto decorativo se lograba mediante la repetición del tema, un recurso ornamental de evidente inspiración mudéjar.
Los primeros escudos de armas femeninos aparecieron en Europa ya en la segunda mitad del siglo XII, pero fueron muy raros antes del comienzo del siglo XIII: todos los conservados pertenecieron a señoras de la primera y más alta nobleza. El más antiguo conocido es el de Rohaise de Clare, finada en 1156, que era sobrina de Gilbert I de Clare, Conde de Pembroke; por eso esta señora mostraba en su sello los cabrios de la poderosa Casa de Clare.
A partir de 1220-1230, las armerías femeninas se multiplicaron, y parece que a finales del siglo XIII la mayoría de las señoras de la alta y de la mediana nobleza europea usaban ya de armerías; las esposas de los pecheros y labradores seguirán luego esta moda, pero ya en el siglo XIV -en todo caso, parece que no usaron sino emblemas paraheráldicos y personales, más bien caprichosos-. En Castilla, por ejemplo, conocemos los sellos con señales heráldicas de doña Aurembiax, Condesa de Urgel, datado hacia 1230; de doña Elvira Alfonso, datado en 1288; y de doña Mayor Díaz de Ceballos, datado hacia 1320. En Portugal hallamos la matriz del sello heráldico de doña Teresa González, que está datada a finales del siglo XIII .
La tipología de las armerías femeninas es conforme a la posición de la mujer en aquella sociedad: las señoras usaban en sus escudos las armas de su marido o de su padre (más raramente, las de su madre), y frecuentemente un combinado de ambas.
Los obispos, sacerdotes y eclesiásticos no usaron emblemas heráldicos hasta que estos alcanzaron un carácter familiar y hereditario: es decir, raramente antes del siglo XIII. Sin embargo, en los prelados las armas de cargo (feudales) parecen haber precedido a las armas de familia.
Ya en el siglo XIV el uso parece haberse extendido a todo el clero, siendo notable el hecho de que fueron los simples sacerdotes quienes primeramente usaron de sellos con sus armas familiares, mientras que los prelados continuaron durante mucho tiempo usando de las armas de su Obispado, a veces partidas o cuarteladas con las de sus familias. Ya a fines del siglo XIV, todo el clero utilizará armerías familiares, relegando a los ornamentos exteriores del escudo los emblemas de su dignidad o cargo.
El escudo de armas eclesiástico más antiguo documentado -sobre las monedas batidas por el obispo Guillaume de Joinville- es el del Obispado de Langres, y se data hacia 1210-1215; su aparición en los sellos fue inmediata. En Castilla, las señales del león y del castillo aparecen en el sello usado en 1256 por don Sancho, arzobispo electo de Toledo, hermano del Rey Alfonso X, y también en el usado en 1262 por su sucesor don Remondo; pero dentro de un escudo solamente aparecerán a partir de 1350. El escudo de armas familiar de don Simón Girón, obispo de Sigüenza, aparece en su sello de 1310. En Aragón, hallamos un sello heráldico de don García, arzobispo de Zaragoza en 1391; y otro de don Íñigo de Valtierra arzobispo de Tarragona, en 1394.
En cuanto a los Papas, el primero que hizo uso de armas (las familiares) fue posiblemente Inocencio IV (1243-1254), aunque solamente se documentan desde Bonifacio VIII (1294-1303). El primer pontífice que timbó sus armas con la tiara fue Juan XXII (1316-1334), mientras que las llaves cruzadas de San Pedro aparecen en el escudo de su sucesor Benedicto XII (1334-1342).
El repetido uso general del sello durante el siglo XIII llevó también a burgueses y artesanos a la adopción de armerías. Los testimonios más antiguos datan de la mitad del siglo XIII, y se sitúan en Francia, Flandes y Renania, extendiéndose luego a las demás regiones europeas. Durante el siglo XIV proliferaron tanto, sobre todo en las ciudades, que dos de cada cinco de los escudos de armas coetáneos que nos son conocidos, pertenecieron a estos burgueses y menestrales pecheros.
En cuanto a su diseño, en nada se diferenciaban de las armerías de los nobles, aunque ciertamente predominan entre sus muebles heráldicos los útiles e instrumentos de trabajo profesional. Sí que hay alguna diferencia en el diseño de las armerías de los labradores, ya que las usaban sobre todo como marca de propiedad, y por eso aparecen en ellas señales puras, es decir que no están insertas en el campo de un escudo.
Algunos ejemplos hispanos, que conocemos por sus matrices sigilares, son los del marino o pescador Juan Pérez Pichardo (con una galera con tres remos); del carnicero Andrés Estévanez (con un toro sumado de una cruz florenzada); del tejedor Domingo Xemeno (un dedal sumado de un castillo y acompañado de sendas lanzaderas); y del tendero Garci Sánchez (una balanza). Todos ellos son tardíos respecto del área clásica, ya que se datan durante los años 1360 al 1430.
También debido al uso del sello, los escudos de armas se extendieron progresivamente entre los colectivos civiles (villas y ciudades) y religiosos (monasterios y conventos). En cuanto a las villas, hallamos ya el escudo de Colonia en 1149, y antes del 1200 los de Tréveris, Soest, Maguncia y Wurzburgo. En Italia, los usaron en el siglo XII las ciudades de Milán, Roma, Siena y Verona. En Francia, el más antiguo sello ciudadano es el de Cambrai, en 1185.
Los sellos de villas y ciudades ostentaban primitivamente emblemas ajenos al sistema heráldico, como las figuras de sus santos patronos, o bien señales sin escudo. Los primeros concejos que usaron escudos adoptaron siempre las armas de sus respectivos señores -un escudo de armas no se concebía adscrito a una colectividad concejil, ni mucho menos, es claro, un emblema o señal familiar-.
Solamente a partir de la mitad del siglo XIV adoptaron ya verdaderos escudos de armas propios y privativos. Los primeros escudos de armas aparecen en los sellos concejiles hispanos llevados por el adalid o figura ecuestre que simbolizaba al concejo, como en los de Escalona y Cuéllar. Pero según Menéndez Pidal “en estos raros casos las definitivas armas heráldicas del concejo no continuaron aquellas primitivas creaciones, sencillas y de puro estilo, sino que se derivan de los emblemas sigilares, menos adecuados, en general, a las formas heráldicas más puras. El paso de los emblemas sigilares a los escudos de armas concejiles sigue un proceso parecido al que observamos antes en las señales familiares”.
En la Península Ibérica el establecimiento de la capacidad heráldica de los concejos es algo más tardío, aunque no mucho. El más antiguo de los conservados se data en 1187, cuando el Rey Alfonso II de Aragón autorizó el uso privilegiado de sus armas -vexilum nostrum- al concejo de Milhau o Millau, en el Languedoc (actual Francia). Años más tarde, Jaime I las concederá también en 1269 a la ciudad y reino de Mallorca, lo cual será ratificado por Sancho I de Mallorca en 1312. Lo mismo se observó en los reinos de León y Castilla: en los municipios castellanos y leoneses fue frecuente la aparición en el reverso del sello de alguno de los emblemas heráldicos regios de León o de Castilla, otorgando de esta forma a la pieza sigilar el sentido de doble suscripción –del concejo y del rey- que le dotará de una mayor autoridad al ser utilizado como “sello público”. Algo que veremos repetirse para el caso del pendón o estandarte municipal –el segundo de los elementos identificadores de su personalidad jurídica frente a terceros-, en cuyo campo empezarán a hacer aparición algunas o todas las señales regias, buscando de esta forma el dotar al ejemplar de una mayor dignidad y autoridad.
Sin embargo, el sistema más ampliamente utilizado para la identificación sigilar -en un primer momento- o heráldica -posteriormente- será la adopción de un emblema parlante o jeroglífico. Unas veces la relación del emblema elegido como motivo principal con el nombre de la población será evidente, acertando con la verdadera etimología: Aguilar de Campóo (Palencia) traerá un águila (y un castillo en el reverso) en sus sellos de 1287; Cervera (Lérida) trae un ciervo pasante rodeado de cuatro escudetes, con el palado aragonés, en 1288; Torralba, una torre en 1288; Olmillos de Sasamón (Burgos), un olmo y dos castillos, etcétera. Otras veces se basarán en semejanzas fonéticas, más o menos rebuscadas, como Alarcón, que en 1234 traía unos arcos en el reverso de su sello; Gallipienzo, un castillo con un gallo sobre la torre central; Graus, un escudo con una columna y unas gradas; Olite (Navarra), un olivo acompañado de tres estrellas mal colocadas y rodeado de ocho castillos; Estella (Navarra), una estrella; Escalona (Toledo), una escala sobre un puente; Cuenca, un cuenco; o Teruel, un toro acompañado de una estrella en jefe.
También de la misma época, el siglo XIV, datan los escudos de armas de los gremios y colectivos mercantiles y laborales.
Sus emblemas suelen evocar las respectivas actividades profesionales. En España y Portugal parecen tardíos, pues se datan más bien en el siglo XV.
En cuanto a las comunidades religiosas, notamos que el uso de armerías por su parte es rarísimo antes del siglo XIV. Los primeros que los adoptaron parecen haber sido los cabildos catedralicios -el más antiguo francés data del 1303-, mientras que las abadías y conventos se limitaron hasta mucho tiempo después a utilizar símbolos y escenas religiosas en sus sellos. En España, el abad de Valladolid usaba la señal de Castilla (era canciller del Rey) en un sello de 1231; pero sólo en 1339 hallamos un escudo prioral: el de García de Pueyo, prior de Gurrea, en Aragón.
A fines del siglo XII, la estructura de las armerías era muy simple: casi todas eran bicolores, y algo más de la mitad ostentaban figuras de animales, siendo las del león y el águila las más utilizadas -debido quizá a un motivo político: el águila representaba a los partidarios del Imperio, y el león a sus adversarios-. A partir de 1180, el repertorio de las figuras heráldicas comienza a diversificarse mucho, y aparecen las primeras brisuras y diferencias; pero el carácter hereditario de los escudos no se impone sino muy lentamente. También comienza entonces a usarse el lenguaje propio del blasón, tanto en su sintaxis como en su vocabulario. Incluso se inventan las primeras armerías de personajes legendarios -como los caballeros de la Tabla Redonda-.
A lo largo del siglo XIII es cuando la heráldica occidental se organizó definitivamente. Durante aquella centuria se elaboró el repertorio de esmaltes, metales, piezas, muebles, figuras y particiones; y en su segunda mitad de estabilizaron la sintaxis y el vocabulario del blasón; se hicieron raras ya las infracciones a las reglas; y además el carácter familiar y hereditario de las armerías se había consolidado, por lo que hubo que inventar todo un sistema de brisuras y diferencias -en Castilla se basaron en las variaciones sobre el celebérrimo cuartelado-.
El uso de armerías se extendió enormemente por todos los ámbitos de la vida cotidiana, porque aparte de su uso militar y sigilográfico resulta que adquirió el carácter de marca de propiedad, y con ellas se señalaron ropas, objetos, monumentos, etcétera. Quizá por esta razón los vasallos dejaron progresivamente de usar las armas de sus señores, para adoptar unas armerías propias, en cuya composición influyó mucho tanto el gusto personal, como las modas.
A finales del siglo XIII se compilan ya los primeros armoriales, numerosos en Inglaterra y en Francia después del 1270.