Al hilo de una
anterior entrada en la que atribuía armas a los personajes de la novela de Joan D. Vinge titulada
Lady Halcón, hoy me propongo razonar cuáles serían las armas de un par de personajes de ficción que, a buen seguro, le hicieron disfrutar con sus aventuras en el interior de la abadía de Melk.
Efectivamente, sagaz e improbable lector, me estoy refiriendo a los personajes centrales de la novela titulada
El nombre de la rosa, del italiano Umberto Eco, creado I duque de la Isla del día de antes, del reino de Redonda, como justo premio a su excepcional obra.
Como recordará, el protagonista principal, fray Guillermo de Baskerville, es inglés, franciscano, durante un tiempo inquisidor y con una mente dispuesta, tras una vida de austeridad, a perdonar los pecados ajenos sin mucho esfuerzo.
Le podemos suponer cabeza de la estirpe de los famosos Baskerville, señores de Baskerville, que sir Arthur Conan Doyle inmortalizaría siglos después a través del título de su más famosa novela
El sabueso de los Baskerville. El personaje es aparentemente tributario del verdadero, y contemporáneo de la acción de la novela, filósofo también inglés Guillermo de Ockham.
No es necesario tener una mente muy febril para suponer la juventud de fray Guillermo. Siendo primogénito de un noble británico de baja posición económica pero notable abolengo, casó a los dieciséis, que entonces se maduraba antes, o se vivía menos, con doncella, hija número trece de los condes de Sufolk. De aquel matrimonio nacerían un par de varones, el mayor de los cuales sería cabeza de un gran linaje.
Viudo con tan solo veinte años, sus suegros, los condes de Sufolk, se harían cargo del sustento y educación de sus dos hijos ingresando el joven viudo, cansado de la vida mundana, como novicio de los franciscanos de Devon.
Las armas que adoptó el primer Baskerville que diseñó un escudo, quinto abuelo del protagonista de la obra, fue un campo de plata, cargado con un chevrón de gules, la pieza favorita de todos los ingleses, acompañado de tres roeles, también de gules. Todo muy inglés.
No obstante, fray Guillermo de Baskerville, días antes de su boda con la hija de los condes de Sufolk, agregó a las armas heredadas tres lámparas de aceite de oro dispuestas sobre el chevrón de gules. Lámparas que simbolizaban la sabiduría que, a pesar de una juventud dedicada al entrenamiento para el combate, habitualmente había añorado. Hombre intelectualmente inquieto, siempre consideró que su verdadera vocación sería el estudio y, finalmente, su vocación se cumplió.
Tras una vida dedicada a la erudición y a la resolución de enigmas, que incluyeron robos de joyas de las más fabulosas cortes europeas y asesinatos de ilustres personajes, falleció, según relata el libro, víctima de la peste que asoló Europa en 1357. Con ochenta y tres años cumplidos. Sus hijos añadieron a las armas de la familia, labradas en su lápida, las lámparas de aceite sobre el chevrón de gules que él había dispuesto como propias.
El otro personaje principal de
El nombre de la rosa, el narrador y en buena medida coprotagonista de la novela de Umberto Eco, es el novicio Adso de Melk. La atribución de armas que podemos imaginar para este personaje puede resultar más fiel a la verdad histórica, más deducible.
Y es que este personaje dice ser hijo de un noble austríaco, el barón de Melk. Siendo entonces Melk una populosa ciudad que albergaba una abadía muy conocida.
Como parte de la
baja Austria, cuyas armas desde inmemorial han sido estas,
es una región históricamente incluida en el antiguo reino de Baviera.
A los barones de Melk, sin conocer realmente de su existencia, les atribuiremos las armas de la ciudad. En campo de azur, acertado homenaje a los reyes soberanos de Baviera y a su losanjado de azur y plata puesto en banda,
un león de oro que sujeta en su garra derecha una llave de plata.
Llave esta que simboliza el poder temporal de los señores de Melk sobre las puertas de la muralla de la ciudad y en última instancia sobre la propia abadía.
Son esas las armas que Adso, en su juventud de novicio, consideró como propias. Armas que, al alcanzar el cargo de abad entregó, de alguna forma evolucionadas, a la abadía de Melk: Manteniendo el color de homenaje a los reyes de aquellas tierras sobre el campo del escudo, el azur, dispuso como armas dos llaves de plata puestas en aspa y unidas por su ojo. Armas que todavía hoy la abadía ostenta como propias.