sábado, 10 de enero de 2009
NOBLEZA OCULTADA
viernes, 9 de enero de 2009
ARMORIAL ECLESIÁSTICO
jueves, 8 de enero de 2009
CERTIFICACIÓN DE ARMAS
miércoles, 7 de enero de 2009
ARMORIAL DE LA FAMILIA REAL
Las armas de don Juan Carlos, que ya conoce, improbable lector:Las de doña Sofía, reina de España:
Las de don Felipe, príncipe de Asturias:
Las armas de doña Letizia, princesa de Asturias:Armas de doña Elena, infanta de España, con lambel de plata de tres pendientes, cargado el central con cáliz y hostia de oro a inquirir:Armas de don Jaime de Marichalar, duque de Lugo:Las armas de la infanta doña Cristina, con lambel de plata de tres pendientes cargado el central de palmera de sinople:Y las de su esposo, don Iñaki, duque de Palma de Mallorca:Las armas de la infanta doña Pilar, hermana de don Juan Carlos, con lambel de plata cargado en su pendiente central de león de gules empinado a columna de plata a inquirir y cada uno de los dos pendientes laterales cargados de encina de sinople:Las armas de doña Margarita, infanta de España, hermana también de don Juan Carlos, con lambel de plata cargado en su pendiente central de cabeza del rey don Alfonso VIII, su antepasado, y cada uno de los dos pendientes laterales cargados de castillo de plata a inquirir:Para concluir, las armas del doctor Zurita, duque de Soria, consorte de la infanta doña Margarita:
martes, 6 de enero de 2009
EL CUARTO REY MAGO
Cuando llega a Barsippa, la noche ya desciende como un inmenso párpado acribillado de luciérnagas. Artabán sortea la sombra enhiesta de los obeliscos, el ruinoso desorden de los templos sin culto, y rodea las paredes del decrépito zigurat en cuyo interior podría haber anidado el Minotauro. En un zaguán descubre un pergamino con una inscripción todavía reciente: “Te hemos esperado en vano. No podemos dilatar más nuestro viaje. Síguenos a través del desierto. Que la estrella te guíe”. Azuza su caballo, que responde con un resoplido de agonía: los espumarajos asomaban a sus belfos, y en su mirada se avecina la muerte. Artabán acaricia los ijares todavía humeantes de su montura y prosigue el camino a pie.
El desierto, más infinito e intrincado que cualquier zigurat, acoge sus pasos y lo increpa con tormentas de arena que apuñalan su rostro y su fortaleza. Aunque las huellas de la comitiva de Melchor, Gaspar y Baltasar se han borrado, no extravía su rumbo, gracias al resplandor insomne de la estrella.
Cuando, andrajoso y famélico, llega a Belén de Judá, Artabán no encuentra señal alguna de los magos que le han precedido. En su lugar, se topa con la crueldad desatada de Herodes, que ha ordenado el exterminio de los varones recién nacidos, para combatir los augurios que lo asedian. Con espanto, Artabán contempla el exterminio de los inocentes, y se abalanza sobre un soldado que se dispone a saciar la sed de su espada en la sangre de un niño que aún no ha aprendido a llorar. A cambio del rubí que reservaba para el Socorredor, logra aplazar la furia del soldado, pero un capitán de Herodes lo sorprende en plena transacción, y ordena que lo encierren en las mazmorras del palacio de Jerusalén, donde Artabán padecerá una condena interminable de más de treinta años, millonaria de padecimientos que van apolillando su organismo y también su cordura.
En medio de las tinieblas de su encierro, aún acertará a escuchar rumores sobre un Galileo que sana a los enfermos y alivia los corazones atribulados. Confusamente, intuye que ese Galileo debe ser el Socorredor que un día remoto quiso honrar con sus regalos.
Artabán, agotando las últimas reservas de lucidez, escribe al procurador Poncio Pilatos, suplicando la redención de sus culpas. Cuando por fin le es otorgado el perdón, Artabán fatiga las tumultuosas calles de Jerusalén tambaleándose como un resucitado, con los ojos nublados de sol y los labios huérfanos de saliva.
Una riada de gentes se dirige al Gólgota, para presenciar la crucifixión de un profeta que ha osado blasfemar contra Dios, según el veredicto del Sanedrín. Artabán se deja arrastrar por la multitud, pero se detiene a recuperar el resuello en una plaza protegida de la inclemencia solar donde se está subastando como esclava a una doncella de cabellos de fuego, esbelta como el agua subterránea.
Artabán, hondamente conmovido, escarba entre sus andrajos y se decide a comprar la libertad de la muchacha con el pedazo de jaspe que ha custodiado, durante más de treinta años, con la exigua esperanza de podérselo entregar algún día a ese escurridizo Socorredor responsable de su infortunio. La muchacha besa sus arrugas y sus labios ardidos de decrepitud, en señal de agradecimiento, cuando, de repente, la tierra tiembla y el velo del templo se rasga y los sepulcros se abren y una piedra golpea en su caída a Artabán, que entre las telarañas de la inconsciencia aún acierta a vislumbrar la figura de un hombre que aproximadamente tiene la misma edad que él tenía cuando, para su desgracia, abandonó las laderas del monte Ushita.
Artabán contempla las facciones pacíficas de aquel hombre, su mirada sufriente y sin embargo impávida, y escucha su voz descendiendo como un bálsamo: “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. Artabán parpadea, perplejo o desmemoriado: “¿Cuándo hice yo esas cosas?”, pregunta, a punto de desfallecer, mientras se mira las manos vacías de rubíes y diamantes y pedazos de jaspe, como una cosecha esquilmada. La muerte ya le borra la respiración cuando el hombre de voz como un bálsamo le susurra: “Cuanto hiciste por tus hermanos, lo has hecho por mi”.
Y Artabán, el cuarto mago de Oriente, se fundió con las estrellas en cuyo escrutinio había calcinado la juventud.
Acompañan el relato las armas de los magos Melchor, Gaspar y Baltasar y, separadas, las de Artabán, tomadas de los maestros Marco Foppoli y el padre Guy Selvester.
HOY VIENEN LOS REYES MAGOS
lunes, 5 de enero de 2009
LEFEBVRE
Inició su andadura religiosa en el clero secular, siendo ordenado en Roma en 1929. En 1932 ingresó en la orden de los espiritanos, de la que llegó a ser superior general, después de ser el primer obispo europeo en dejar su sede episcopal, Dakar, a un obispo negro.Contrario a la apertura eclesial y a otras tesis que se aprobaron en el concilio Vaticano II, monseñor Lefebvre fue un obispo crítico con la postura eclesiástica postconciliar. Propuso con insistencia retornar a la antigua liturgia. En 1976, refiriéndose al dialogo ecuménico iniciado por la Iglesia llegó a declarar ante los periodistas, a micrófono abierto: "no se puede dialogar con los masones o con los comunistas”
Fundó, sin querer separarse de la obediencia a Roma, un movimiento que en esencia no es cismático, a pesar de la excomunión en la incurrió el arzobispo y con cuya culpa murió, en Ecône de Suiza, en 1991.