viernes, 9 de marzo de 2012

ORDINARIATO NORTEAMERICANO

En el año dos mil dos trasladé mi residencia voluntariamente, durante unos meses, a Afganistán, acompañado de otros cincuenta y dos militares españoles. En su mayoría personal sanitario. El lugar en el que nos asentamos era una ruinosa base aérea, anteriormente rusa, en la que quince países aliados fuimos ocupando parcelas de regular tamaño, contiguas, y donde el contingente de más entidad, con diferencia, lo formaban las tropas norteamericanas.
El alojamiento no era distinguido, ni lujoso, ni ostentoso desde luego. Pero hacía su función. Tiendas de campaña con capacidad para doce personas. Una de ellas, que tuvieron a bien regalarnos los americanos porque les sobraba, sirvió de comedor improvisado. Los bancos de madera, las mesas de madera, el suelo de madera, un mostrador de madera. Madera que trabajaban nuestros soldados de seguridad y defensa, tan solo ocho, para estar entretenidos. No teníamos nevera. Pero sí cervezas. Y música. A las pocas noches de estar allí, la tienda comedor española, a la que acudían cada vez más militares extranjeros, comenzó a ser conocida como el lerele. Llevamos la alegría dentro. Y es que realmente se pasaba bien en aquel lugar. Todo era precario, pero la cercanía del peligro hacía que aprovecháramos, que exprimiéramos los ratos de ocio.
Una de aquellas noches, aderezada con morterazos que nos lanzaban los malos, el escaso grupo de oficiales que formábamos el personal no sanitario, ni de seguridad, nos entretuvimos en charlar con varios ingenieros militares norteamericanos de visita en el lerele. El tema, después de un rato, derivó hacia la religión. Y recuerdo en particular la cara de asombro de un capitán con rasgos marcadamente orientales y sin embargo apellidado Biankovsky, (y de nombre David II, como los reyes) al referirle que los cincuenta y tres militares españoles, la unidad militar al completo éramos católicos. -All? Impossible!- Cuando además le expliqué que prácticamente el noventa y cinco por ciento de la población española pertenecía a la Iglesia católica me preguntó cuántos grados tenía la cerveza que yo estaba tomando.
Hasta el cercano 1910, con el ánimo de acrecentar la migración hacia aquellas tierras, el gobierno de los Estados Unidos concedía tierras, acres que allí no entienden el concepto de hectáreas, a todo el que lo reclamara a condición de explotarlo. Desde entonces hasta hoy, paradójicamente, la restricción de la inmigración ha ido creciendo hasta hacer de la entrada en aquel país un verdadero calvario, aunque se trate de una visita turística.
Lógicamente, el reclamo de la posesión de tierras de labor gratuitas permitió que aquella reciente nación acumulara en su seno inmigrantes de todas las latitudes. Y consecuentemente, que todas las religiones tuvieran presencia en aquellos lares. No obstante, el idioma inglés, que por tan solo un voto fue escogido como lengua de la nueva nación frente al alemán, hizo que la mayoría de los asentamientos procedieran de las islas británicas, con mayoría de practicantes del rito anglicano.
Hoy, después de tan tediosa introducción, pretendo traer a su consideración las armas de una nueva diócesis, institucionalmente denominada ordinariato, como las diócesis militares, que servirá para acoger, con sus particularidades, a los conversos al rito católico, legión, de la nación norteamericana.
Armas, como no podía ser de otra forma tratándose de descendientes de la nación heráldica por excelencia, Inglaterra, muy bien escogidas.
Un campo de gules partido de azur, con dos llaves de oro puestas en sotuer. Brochante un cetro de oro, puesto en palo, flordelisado de plata en tres brazos. Al timbre mitra de oro enjoyada.

El bien traído simbolismo recuerda en primer término las llaves que el Maestro entregó a san Pedro. Sí, improbable lector, efectivamente las armas de la Iglesia traen sus llaves de plata y oro.
Pero en cualquier caso creo que el simbolismo del mueble, aparte los esmaltes, resulta bastante evidente, que es lo que se pretende. El retorno a la nave de Pedro.
El cetro, concluyente en tres lises, simboliza virginidad y es atributo propio de Nuestra Señora de Walsingham, imagen de María Santísima que se venera en la población inglesa de idéntico nombre como advocación de más antigüedad de las islas británicas y patrona de aquellas brumosas tierras.
En consecuencia, su disposición sobre las armas del ordinariato que servirá para acoger a los conversos a la fe católica, recuerda el origen anglicano de estos y la aceptación de sus costumbres en tanto que no atenten contra la doctrina.

Un diseño heráldico meditado y bien concluido. Como esta entrada, que también concluye.