jueves, 19 de mayo de 2011

MANTOS IV. FINAL


LOS MANTOS EN LA HERÁLDICA ESPAÑOLA

Dr. Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila,

VIII Vizconde de Ayala
III Marqués de La Floresta
Cronista de armas de Castilla y León
CAPÍTULO CUARTO


Por su parte, los caballeros de las cuatro Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, que vestían con frecuencia el hábito capitular, siempre de lana blanca -dado que el modelo apenas ha cambiado desde el siglo XV, sirva como ejemplo el retrato contemporáneo de S.A.R. el Príncipe de Asturias con el hábito santiaguista-,
no solían hacer uso de ese hábito como ornamento exterior de sus armerías, ya que, como es bien sabido por cualquier heraldista culto, el uso español al respecto fue el de acolar al escudo de armas la propia cruz insignia de la respectiva Orden; los ejemplos se cuentan por miles. (Véase al respecto el estudio del profesor y académico Félix MARTÍNEZ LLORENTE,”La emblemática de las Órdenes Militares hispanas”, en Anales Melitenses, II (2004), en prensa). No obstante, el caso es que en algunos casos los caballeros cruzados en algunas de estas cuatro Órdenes sí que uso en sus armerías del hábito de su Orden: valgan como ejemplo las armerías del marino calatravo don Alonso de Torres y Guerra, adornadas del manto de la Orden de Calatrava, en un óleo realizado hacia 1800, que se conserva en una colección particular jerezana (Agradecemos a la Sra. Pardo Delgado, descendiente directo del calatravo, su amabilidad al permitirnos su reproducción).
La creación por el Rey Don Carlos III, el 19 de septiembre de 1771, de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III -actualmente la primera de las Órdenes del Estado-, produjo un nuevo uso heráldico. Efectivamente, los Estatutos de la nueva Orden, en su artículo X, disponían que


Los Caballeros Seculares Grandes-Cruces usarán en las funciones solemnes de la misma Orden un Manto de Moer blanco, o de otra tela de seda que sea correspondiente. Este tendrá la muceta de color azul celeste moteada de plata, y dos faxas anchas cosidas al mismo Manto, que caigan desde el cuello hasta los pies, de igual color y moteado que la muceta: dos cordones largos de mezcla de seda azul y plata: sombrero liso con plumage blanco; y cada Individuo llevará el vestido que le parezca; pero encima de la chupa se pondrán todos el cíngulo equestre del mismo color y motas que el Manto. Los Caballeros Pensionados usarán de un Manto del mismo color, pero de tela de lana, y el moteado sobre la faja azul se diferenciará algo de los otros. Para que en esto se observe la debida uniformidad entre los de cada clase, y la respectiva diferencia de una a otra, se les presentarán dos Mantos hechos con las circunstancias que han de tener. (Transcrito en Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA GILA y Fernando GARCÍA-MERCADAL Y GARCÍA-LOYGORRI, Las Reales Órdenes y Condecoraciones del Reino de España (Madrid, 2002), página 297)


Estas vestiduras se utilizaron con regular frecuencia en todas las ceremonias de la Orden al menos hasta 1868, (Conocemos al menos ocho ejemplares, algunos de ellos conservados en el Palacio Real de Aranjuez -allí están los mantos de Don Carlos IV y de Doña Isabel II niña-, en el parisino Musée National de la Légion d’Honneur, en el ginebrino Musée des Suisses, y en el barcelonés Museo Rocamora) y por supuesto como motivo iconográfico, como en los retratos regios de Don Carlos III (Madrid, Palacio Real, retrato de Carlos III por Antonio Rafael Mengs),
de Don Fernando VII (Valencia, Ayuntamiento, obra de Vicente López),
de Don Alfonso XII (Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación),
de Don Alfonso XIII.
Pero también de numerosos caballeros particulares, de los que son simple ejemplo los del primer Marqués de González de Castejón (Marqués de VELAMAZÁN, González de Castejón, Nobleza castellana y navarra (Soria, 1998), página 166. En este retrato luce un manto idéntico al del propio monarca, lo que no parece acorde con los estatutos de la Orden. Fue hecho caballero gran cruz en 1777);
del Duque de Sesto, Marqués de Alcañices (Ilustra la obra colectiva editada por Antonio GIL DORREGARAY, Historia de las Órdenes de Caballería y de las Condecoraciones Españolas (Madrid, 1864, 2 vols.));
o del decimoséptimo Duque de Híjar (Madrid, Palacio de Liria. El Duque Don Alfonso de Silva y Campbell obtuvo la gran cruz de la Orden en 1919),
por citar un ejemplo de cada siglo. Además, fueron enseguida representadas en los emblemas heráldicos de los caballeros, y de ello conocemos bastantes testimonios: sirvan de ejemplo las armerías del Marqués de González de Castejón y su esposa, pintadas hacia 1780 (Marqués de VELAMAZÁN, González de Castejón, Nobleza castellana y navarra (Soria, 1998), página 165. También sobre estas armerías se muestra un manto idéntico al que luce el Rey en el célebre retrato de Mengs, es decir blanco con los bordes azules, bordados de plata),
de don Santiago Romero, corregidor de Guadalajara hacia 1800; (También en el catálogo de la exposición La Heráldica en el Arte (Madrid, 1947), número 242, procedente de una colección particular) del ministro isabelino don Francisco Javier de Istúriz, en 1852 (Madrid, Archivo Histórico Nacional, sección Mapas, Planos y Dibujos),
del prócer alfonsino don Carlos María Cortezo, en 1931 (Canarias, colección Cortezo),
o las del historiador y heraldista contemporáneo Marqués de La Floresta (Madrid, colección particular. Vanitas vanitatis et ominia vanitas).
Tallado en piedra es el escudo de armas que, cubierto del manto de la Orden de Carlos III, adorna la fachada principal del antiguo palacio de los Marqueses de Linares, en la madrileña plaza de la Cibeles.
Son sólo algunos ejemplos entre muchos.


Con este mismo sentido, punto por punto, hallamos el caso de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica, creada por el Rey Don Fernando VII el 24 de marzo de 1815, para distinguir los méritos y servicios hechos en la defensa de los territorios americanos y ultramarinos, y que es hoy la segunda de nuestras instituciones premiales. En el artículo XXXVII de los Estatutos fundacionales, se dispone que


Usarán ... los grandes cruces manto de tercianela de color de oro, con su muceta blanca, y dos fajas que caerán desde el cuello hasta los pies, de la misma tela, bordadas de hilos de oro, túnica de tercianela blanca, rematando con un fleco de hilos de oro, cinturón blanco sobre la túnica, bordado de oro; espadín dorado, de ordenanza, zapato blanco con lazo dorado, sombrero a la antigua española, con plumas blancas y doradas, y el collar sobre la muceta; los eclesiásticos grandes cruces llevarán las referidas insignias como los de la Orden de Carlos III, y los comendadores y caballeros sólo se distinguirán de los grandes cruces en el bordado, que será dos dedos más estrecho en los comendadores, y tres en los caballeros. (Transcrito en la obra de Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA GILA y Fernando GARCÍA-MERCADAL Y GARCÍA-LOYGORRI, Las Reales Órdenes y Condecoraciones del Reino de España (Madrid, 2002), página 340).


Tales mantos, por cierto de singular belleza cromática, se usaron regularmente en los capítulos anuales de esta Orden hasta 1868 en que dejaron de celebrarse. En el madrileño Palacio de Viana, anejo del Ministerio de Asuntos Exteriores, se conservan dos de ellos, cuyo detalle reproducimos en estas páginas.
También existen retratos litografiados del Rey Don Fernando VII luciendo estas vestiduras - (Fue publicado en la obra de M. ÍÑIGO Y MIERA y S. COSTANZO, Historia de las Órdenes de Caballería que han existido y existen en España (Madrid, 1863). Agradecemos su reproducción al ilustre académico y bibliófilo D. Conrado García de la Pedrosa y Campoy),
probablemente tomado de un óleo hoy perdido-, y del comendador isabelino don Adolfo Letoré (Ilustra la obra colectiva editada por Antonio GIL DORREGARAY, Historia de las Órdenes de Caballería y de las Condecoraciones Españolas (Madrid, 1864, 2 vols.)).

En cuanto a sus aspectos heráldicos, hemos constatado que este manto de la Orden Americana los tuvo: valga como ejemplo el escudo de armas de aparato utilizado en sus ex-libris por don José María Domínguez de Murta, bailío presidente del Capítulo de Castilla y León en la Orden del Santo Sepulcro, y gran cruz de esta de Isabel la Católica, reproducido por Barros (Luis de BARROS Y SOLER, El manto en la heráldica española, “Rivista Araldica”, 1909, págs. 297-299. Texto muy escueto (dos páginas), no se trata de un estudio científico, sino meramente estético-divulgativo, y agradecemos su localización y reproducción a nuestros amigos los doctores Barón Nesci di S. Agata y Maurizio Bettoja).
Caso de particular interés son las armerías de don José Vázquez Figueroa, ministro de Marina fernandino en 1816, ornadas del antiguo collar y manto de esta Orden Americana (Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán”, Viso del Marqués (Ciudad Real), sección Cuerpo General, legajo 620-23).
Más modernamente, también figura este manto en las espléndidas armerías del letrado don José Antonio Dávila y García-Miranda, comendador de número de ella, que han sido publicadas (En la obra de Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA GILA y Fernando GARCÍA-MERCADAL Y GARCÍA-LOYGORRI, Las Reales Órdenes y Condecoraciones del Reino de España (Madrid, 2002)).
Por último, hemos de mencionar el uso heráldico del manto ceremonial señalado por real decreto de 20 de mayo de 1820 a los caballeros gran cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando, (Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA, José Luis ISABEL y Luis de CEVALLOS-ESCALERA, La Real y Militar Orden de San Fernando (Madrid, 2003), pág. 50) creada el 31 de agosto de 1811, en plena guerra contra Napoleón, por las Cortes de Cádiz -a nombre del prisionero Rey Don Fernando VII, que la confirmó en 1815-:


ha de usarse por todos los individuos de la Orden, manto y gorro rojo y blanco, conforme al modelo aprobado. (Real orden de 20 de mayo de 1820).


Se trata de un manto muy sencillo, con bastantes semejanzas respecto de los de las cuatro Órdenes Militares españolas, según nos muestra una litografía coloreada que representa al teniente general Marqués de Novaliches vistiéndolo, que se data hacia 1864 (Antonio GIL DORREGARAY (ed.), Historia de las Órdenes de Caballería y de las Condecoraciones Españolas (Madrid, 1864, 2 vols.))
¿Tuvo ese manto representación heráldica? Creemos que sí: las colecciones de pasaportes militares que hemos mencionado antes recogen escudos de armas de caballeros gran cruz de esta Orden, timbradas con manto -aunque el poco detalle de los respectivos dibujos nos impide precisar si se trataba de este manto que glosamos, o del correspondiente a los generales españoles-.


Más extraordinario aún nos parece el uso de un manto ceremonial por parte de las damas de la Orden de María Luisa, una institución estrictamente femenina creada por el Rey Don Carlos IV el 21 de abril de 1792 para satisfacer a su esposa la Reina Doña María Luisa de Parma, que ha perdurado hasta nuestros días. La nueva Orden de Damas Nobles fue dotada de una insignia de tipo borbónico, es decir una cruz maltesa de los colores morado y blanco, cantonada de leones y castillos, con la imagen de San Fernando en su centro; la cinta de la banda es listada de morado, blanco y morado. No hay en sus Estatutos fundacionales, ni en los posteriormente adoptados, ninguna disposición que autorice a las damas de la Orden a vestir un manto ceremonial, ni, por ende, a utilizarlo como ornamento exterior de sus armerías. (Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA GILA, La Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa (Madrid, 1998). Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA GILA y Fernando GARCÍA-MERCADAL Y GARCÍA-LOYGORRI, Las Reales Órdenes y Condecoraciones del Reino de España (Madrid, 2002), páginas 116-128) Y, sin embargo, ese manto parece haber existido, al menos como ornamento simbólico, pues tenemos algunos indicios de ello, como lo es un busto en bronce de la Reina Doña Isabel II, obra de Carlos Bertrand, que se conserva en la escalera del madrileño Museo del Ejército, (Museo del Ejército, inventario número 24.119)
en el que la imagen de la soberana aparece cubierta por un manto que simula estar ricamente bordado de diversos motivos correspondientes a esta Orden de Damas Nobles de María Luisa, cuyas insignias luce.


Su representación heráldica aparece en la vajilla de aparato -obra de la factoría de Ache, Pepin y Levalleur, establecida en Vierzon, París- de doña María Eulalia Osorio de Moscoso y Carvajal, Duquesa de Medina de las Torres (1834-1892), que en buena parte posee hoy día el anticuario y genealogista cordobés don Julio Aumente, que amablemente nos ha permitido reproducirla en este estudio.
Como puede verse, las armerías de la Duquesa -las de Osorio de Moscoso, sobrepuestas en escusón a las de Carvajal, Ponce de León, Queralt, Silva, Guzmán, Herrera y Fernández de Córdoba; en punta el dragón- aparecen plazadas sobre un manto de marcado color morado -y no rojo, cual correspondería a la condición de Grande de España de la propietaria-, acorde con la banda y cruz que rodean la punta del escudo, que no son otras que las insignias de la Orden de Damas Nobles. Por alguna razón que ignoramos, la Duquesa -o su caprichoso rey de armas- quiso dejar bien claro a sus comensales que se trataba de las armas y de la vajilla de ella, y no de las de su esposo y tío abuelo, que la había dejado viuda desde 1867. (Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA GILA, La Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa (Madrid, 1998), pág. 273).


Una vez puestos de manifiesto los usos heráldicos españoles en materia de mantos ceremoniales, y antes de concluir este escueto estudio, procede verificar un breve estudio comparativo, respecto de las similares costumbres que pudieran observare en otros países y regiones. Comprobamos así que en la Francia de los siglos XVII y XVIII proliferaron también los mantos, aunque limitados a los duques pares y a algunos altos oficiales. Lo mismo ocurrió en la Italia de la misma época, con seguridad por imitación de los modelos imperiales germánicos. En cuanto al uso heráldico de los mantos o hábitos de las Órdenes caballerescas, solamente hallamos semejanza en Italia, es decir entre los caballeros condecorados con el collar de la saboyana Orden de la Anunciación (vulgo Annunziata), quienes adornaban sus armerías con un manto de púrpura, forrado de seda blanca y sembrado de rosas y de lazos de oro.


Hasta aquí nuestro breve estudio del uso de mantos como ornamentos exteriores de los escudos de armas, con el que, además de examinar y datar esta costumbre simbólica, hemos querido poner de relieve su extraordinaria proliferación en la heráldica española más tardía, que según parece no tiene parangón con los usos heráldicos seguidos en otros países y regiones. Y que además nos ha servido para comprobar, una vez más, el asombroso camino de ida y vuelta que ha existido secularmente entre la realidad y los símbolos: la realidad del manto ceremonial bajomedieval originó el símbolo heráldico del manto, el cual a su vez, tiempo más tarde, causó de nuevo la aparición en la realidad palatina del manto de corte.