miércoles, 30 de marzo de 2011

TOISÓN DE ORO


FRANCO Y EL TOISÓN DE ORO

Extractos de la conferencia pronunciada en el salón de Actos del Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente, el 2 de abril de 1996 por José Luis Sampedro Escolar, Numerario de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía


Caída la Monarquía en 1931, el nuevo gobierno se apresuró a declarar otra vez extinguida la Orden del Toisón y Don Alfonso XIII, su Soberano, no concedió públicamente ninguno en el exilio (aunque algunos dicen que en 1938 lo otorgó a su nieto, el hoy Rey Don Juan Carlos I, en su Bautizo, lo cierto es que no queda constancia escrita no gráfica de ello).
Las vicisitudes de la Familia Real en el destierro afectan en gran medida a la Insigne Orden. En 1933, el Infante Don Jaime, segundo hijo varón de Alfonso XIII, renuncia, por su condición de sordomudo -que, presuntamente, le imposibilitaba para el ejercicio de la Jefatura de la Causa Monárquica- a sus derechos a la Corona de España (renuncia que fue revalidada por el propio Infante posteriormente de forma expresa en diferentes ocasiones).
Realizada estando aún soltero y sin hijos, esta renuncia haría pasar los Derechos de Sucesión al tercer hijo varón, el Infante Don Juan, que se convirtió así en el Príncipe de Asturias. En 1941, poco antes de su fallecimiento, Alfonso XIII abdicó en el dicho Don Juan, quien se convertía, para los monárquicos, en Rey de España en el exilio, conociéndosele en la Historia, a falta de efectiva proclamación, como Conde de Barcelona, título de Soberanía que adoptó y conservó hasta su muerte.
En 1960 se publicó un curioso libro, original del Marqués de Cárdenas de Montehermoso, en el que se defendía la tesis de que el Infante Don Jaime sólo había renunciado a sus derechos a la Corona de España, pero no lo había hecho a los del Ducado de Borgoña y a la Soberanía del Toisón, reabriendo así la vieja polémica sobre si iban unidas o no la Corona de España y la jefatura de la Orden borgoñona.
No se tenía en cuenta, como recuerda el Barón de Pinoteau, que el Infante Don Jaime, con mucho fundamento, se decía Jefe de la Casa Cristianísima de Francia, y que la Corona del país vecino, según la Paz de las Damas de 1529, reconocía la Soberanía del Toisón en el Rey de España. En cualquier caso, Don Jaime otorgó varios toisones a personajes que le eran afectos de la nobleza francesa, como el Duque de Beauffremont, a otros de la realeza que admitieron el nombramiento sin prejuicio ninguno, como el Príncipe Irakly de Georgia, y a personalidades más chocantes, como astronautas norteamericanos.
Posiblemente para reafirmar su convencimiento de que la Soberanía del Toisón iba aneja a la titularidad de la Corona de España, el mismo año de la aparición del libro de Cárdenas, 1960, el Conde de Barcelona otorgó el Vellocino de Oro al Rey Balduino de los belgas, con motivo de su matrimonio con la española Doña Fabiola de Mora.
En los años inmediatamente siguientes, Don Juan concedió esta dignidad a su consuegro, el Rey Pablo de los helenos, y al Duque Roberto de Parma, hoy fallecidos, al Rey Constantino II y al hoy Infante de España Don Carlos, Duque de Calabria y Jefe de la Casa Real de las Dos Sicilias, auténtico primogénito del fundador Felipe el Bueno.
Intentando un acercamiento conciliador al Jefe del Estado, el Conde de Barcelona escribió en 1961 a Francisco Franco ofreciéndole tan preciado galardón. El Generalísimo le contestó declinando tal honor, con lo que evitaba reconocer en Don Juan ningún tipo de Soberanía, y aconsejándole que se asesorase históricamente. Poco después, en 1964, Franco comentó con su primo y ayudante, Franco Salgado Araújo, las recientes concesiones del Toisón por parte de Don Juan al Duque de Calabria y al de Parma. Influido seguramente por las tesis de Cárdenas de Montehermoso, el Caudillo manifestaba a su primo su convencimiento de que Don Jaime ostentaba la Jefatura de la Orden. Como curiosidad anecdótica marginal señalaremos que la Gran Cruz Laureada de San Fernando, impuesta a Franco en 1939 por el General Varela, fue regalada por Don Alfonso XIII y era la que su padre, Alfonso XII, recibió del General Espartero, antiguo Regente del Reino, cuando el Soberano le visitó en su retiro de Logroño.

Dado que en su carta, antes mencionada, el Conde de Barcelona afirmaba que era su deseo que el General Franco fuese el PRIMER español por él agraciado con tan alto galardón, parece que el ingreso del hoy Rey de España debió de producirse por nombramiento de su abuelo Alfonso XIII, posiblemente en el momento de su Bautizo, aunque en diversas ocasiones se ha citado como tal fecha de nombramiento la de 1941, ya fallecido Don Alfonso XIII, sin que haya mediado aclaración oficial alguna al respecto.
Por el gran interés que tienen las cartas cruzadas en este momento entre el entonces Jefe de la Casa Real de España y el Jefe del Estado, reproducimos a continuación íntegramente el texto de ambos documentos:


A S.E. el Generalísimo Don Francisco Franco, Jefe del Estado
Madrid

Mi querido General:

Al cumplirse los 25 años del acceso de Vuestra Excelencia al Poder tengo verdadera satisfacción en hacerle llegar mis más sinceros votos por su salud, dichosamente conservada en medio de tantas preocupaciones y trabajos patrióticos, y por su felicidad personal en unión de su familia.

Cuantas consideraciones de índole política pudiese yo añadir en esta ocasión quedaron ampliamente expresadas en la última carta que con motivo del 25 aniversario del Alzamiento tuve el gusto de escribir a V.E.

Le supongo enterado por el representante de España en Atenas de lo felizmente que se desarrollan los acontecimientos relacionados con el anuncio de la boda del Príncipe de Asturias.

Tengo la certeza de que este matrimonio, que ha sido acogido con expresiva cordialidad por todas las Cortes europeas y las Cancillerías del mundo occidental, será un servicio a nuestra Patria, beneficiando al creciente prestigio internacional de la España de hoy y asegurando para el futuro la continuidad de la Dinastía, que era asunto que me preocupaba hondamente desde la desgra¬ciada muerte de mi hijo el Infante Don Alfonso (q.e.p.d.)

Quiero ahora hablar a V.E., muy confidencialmente, de un asunto que por referirse a nuestras relaciones personales considero de verdadera importancia.

Cuando, por decisión propia, el Duque de la Torre cesó en el cargo de Preceptor del Príncipe de Asturias, algunas personas me propusieron que, como expresión de mi estimación y gratitud por los servicios prestados, le concediese el Toisón de Oro. Entonces contesté que, sin entrar a discutir los merecimientos del Duque de la Torre, yo no podía acceder a esta propuesta porque tenía firmemente decidido que el primer español a quien yo otorgaría el Toisón habría de ser al Generalísimo Franco.

Desde que se divulgó este propósito mío he recibido ya en varias ocasiones la indicación de que debería conceder el Toisón a V.E. y ahora deseo explicarle con toda sinceridad por qué no he aceptado esas sugestiones.

Siendo este honor la única cosa digna de su persona que las circunstancias me permiten ofrecer a V.E., no he querido, en modo alguno, que nadie suplantase mi libre iniciativa, con criterios personales cuya buena fe no discuto, pero que pueden estar inspirados en la preocupación de aparentar servicios a uno y a otro.

Precisamente por ser este honor -como ya he dicho- el único que hoy en día está en mi mano ofrecer a V.E., yo deseo que si V.E. se digna aceptarlo tenga un carácter más personal que político, siendo la expresión del reconocimiento por parte de la Dinastía de los altos servicios prestados por V.E. a España a lo largo de toda su vida de soldado y de hombre público. Desearía que en este homenaje se acumulen los merecimientos de sus campañas de África durante el reinado de mi Padre, que le expresó su amistad apadrinándole en su boda; los del General victorioso en una guerra que más que civil lo fue contra el comunismo interna¬cional, y, finalmente, la gratitud al gobernante que en medio de las necesidades de la táctica política para lograr la permanencia del Poder y luchando con la falta de visión de quienes sólo se preocu¬pan de la perduración de situaciones personales, ha sabido permanecer insobornablemente fiel a los ideales monárquicos de toda su vida marcando con firmeza, en este sentido, la ruta del futuro inmediato de España.

El acontecimiento familiar de la boda del Príncipe de Asturias, que yo desearía se matizase prudentemente con caracterís¬ticas nacionales, me parece ser la oportunidad que yo aguardaba para la realización de este espontáneo deseo mío, y espero que si V.E. encuentra acertado cuanto le expreso en la presente carta, tendremos oportunidad, cuando llegue el momento, de ponernos de acuerdo para que todo se haga de la manera más conveniente y provechosa al servicio de España.

Con saludos para su familia, reciba un cordial abrazo de su afmo.

Juan

Estoril, 27 de septiembre de 1961.



El Generalísimo contestó al Conde de Barcelona eludiendo darle este título:


Palacio de El Pardo, 31 de octubre de 1961
A S.A.R. Don Juan de Borbón.

Mi querido Infante:

Oportunamente recibí su carta de 27 de septiembre con motivo del XXV aniversario de mi elevación a la Jefatura del Estado, y mucho le agradezco su felicitación y recuerdo en esta fecha para mi tan señalada. Si con este motivo se ha exteriorizado la gratitud del pueblo por los servicios que le he podido prestar, ha sido paralela la mía por la asistencia y la confianza que aquél me ha venido ofreciendo en estos veinticinco años, que son muestra de su nobleza y grandes virtudes, y que destruye la leyenda de que nuestra Nación sea un pueblo ingobernable cuando se pone todo el celo y el interés en servirle.

Nuestras Representaciones en Lisboa y Atenas me han tenido al tanto del desarrollo de los acontecimientos relacionados con la formalización de las relaciones del Príncipe Don Juan Carlos con la Princesa Sofía de Grecia, que tantas simpatías ha despertado y que por las prendas y virtudes de la elegida es de esperar que pueda hacer la felicidad del Príncipe y sea fuente de satisfacciones para el futuro.

Existe, sin embargo, en este matrimonio un aspecto que debo encareceros, que es el relacionado con la conversión de la Princesa a la fe católica y el de la ceremonia religiosa del enlace, pues lo que en este orden pudiera satisfacer a la nación griega, seguramente causaría efectos contrarios en la nuestra. Me llegan noticias de que, pese a la noticia que me disteis desde Suiza de que la cuestión religiosa estaba resuelta, algún cabo suelto ha debido quedar, cuando al parecer en Atenas se mueven el Primado cismático Teóclito y la Reina Federica pretendiendo que la ceremo¬nia religiosa de la boda se celebre ante el Sínodo de la Iglesia griega. He querido preveníroslo por los efectos desastrosos que de tener esto verosimilitud pudieran causar en nuestra Nación.

En cuanto al otro asunto que confidencialmente me exponéis en relación a vuestros proyectos sobre el Toisón, yo agradezco en su valor la estimación que hacéis de mis servicios a la Nación y a la causa de la Monarquía, al querer honrarme con tan preciado galardón, que por distintas razones estimo no es conve¬niente y no podría aceptar. En este orden creo debierais pedir información histórica sobre la materia.

Respecto al Duque de la Torre, mucho me alegra el aprecio que hacéis de sus servicios al lado del Príncipe D. Juan Carlos, y desearía que mi resolución no altere lo que en cuanto a él encon¬tréis más acertado, dentro de lo que estiméis vuestra potestad. De todas maneras, y por si tuvieseis otra idea, quiero poner a vuestra disposición mi firma para que, a indicación vuestra, pudiera serle concedido en su caso cualesquiera de los Collares de las Ordenes españolas existentes en la Nación.

Con mis saludos para su familia, reciba la expresión de afecto de su amigo, que le abraza,

FRANCISCO FRANCO

En 1972 el hijo y heredero de Don Jaime, Don Alfonso de Borbón Dampierre, casó, como es bien sabido, con la nieta primogénita del Caudillo, Doña Mª del Carmen Martínez-Bordiú y Franco;

para solemnizar este enlace matrimonial, el Infante Don Jaime decidió conceder el Toisón de Oro a su primogénito y al propio General Franco. Este, al igual que hiciera años antes con el ofrecimiento de Don Juan, declinó el honor recibido y devolvió al Infante el estuche con las insignias, sin lucirlas jamás. Por su parte, Don Alfonso tampoco quiso ostentarlas, provocando, según manifestó él mismo personalmente, un profundo disgusto a su padre.
En cualquier caso, cuando falleció en 1975, Don Jaime no había renunciado a ninguna de sus pretensiones francesas, españolas (incluyendo la herencia carlista) o borgoñona, pero su heredero Don Alfonso, Duque de Cádiz y Alteza Real en España desde 1972, sólo mantuvo seria y eficazmente las primeras, titulándose Duque de Anjou, dignidad que, a su desaparición, heredó su hijo, Don Luis Alfonso de Borbón y Martínez-Bordiú. Citemos aquí lo dicho al respecto por el propio Duque de Cádiz en sus Memorias, tal y como las publicó el semanario "HOLA" en 1983:
Aún estando de acuerdo con mi padre en cuanto a que la Orden del Toisón de Oro es en su origen una Orden exclusivamente familiar, creo también que, con el tiempo y por su historia, se ha convertido en una Orden de Estado y que en este sentido debe estar unida exclusivamente a quien ostente, de forma personal y de hecho, la titularidad de la Corona. Así, el Rey de España deberá ser siempre su Soberano.
En cuanto a Don Juan, cesaron los nombramientos en 1964 y, después de la subida al Trono de su hijo Don Juan Carlos, en 1975, no se produjeron nominaciones por parte del nuevo Rey hasta después del 14 de mayo de 1977, fecha de la renuncia de sus derechos por el Conde de Barcelona, pareciendo claro que los interesados aceptaban en esos extraordinarios momentos la postura de entender separada, en buena lógica, la Soberanía del Toisón y el efectivo ejercicio de la realeza en España. A poco de producirse la renuncia del hasta entonces Jefe de la Casa Real, su hijo el Rey Don Juan Carlos concedió el collar a su antiguo preceptor Torcuato Fernández Miranda en el momento en que éste cesó como Presidente de las Cortes, en junio de 1977.
Hasta aquí, lo dicho por el autor en 1996. Posteriormente, en noviembre de ese mismo año, la periodista Pilar Urbano publicó su libro La Reina, en cuya página 248 podemos leer, puesto en boca de S.M. la Reina Doña Sofía: Cuando llegó la boda entre Alfonso y Carmencita, mi marido (es decir, S.A.R. el Príncipe de España, luego Rey Don Juan Carlos I) le pidió a Franco que no se pusiese el Toisón para la ceremonia. Y añade Doña Sofía: Pedirle eso fue un trago fuerte para el príncipe. Y Franco tuvo el buen sentido de no ponérselo ni entonces ni nunca.
Laureano López Rodó, en su obra La larga marcha hacia la Monarquía, dice refiriéndose al mismo asunto: A Don Juan Carlos le preocupó mucho el tema y el lunes 6 de marzo, antevíspera de la boda, me llamó por teléfono a las diez y media de la noche para que le hiciera ver a Carrero lo improcedente de esa concesión del Toisón, y que procurara que Franco no se lo pusiese en la boda.
Por último, la Infanta Doña Cristina, condesa viuda de Marone-Cinzano, que asistió a la ceremonia nupcial de 1972 pese a la orden de Don Juan de boicotearla, hizo saber que estaba dispuesta a levantarse de su asiento y abandonar la capilla de El Pardo si Franco lucía el Toisón de Oro.
Franco, vistiendo el frac de capitán general de la Armada, lucía el collar de la Orden de Cristo, la banda y la placa de la Gran Cruz Laureada de San Fernando.